Dentro del ciclo “Memento mori” sobre el que se articula la programación de esta temporada de la Sala Beckett, encontramos este mes el espectáculo firmado por Àlex Rigola, interpretado por Alba Pujol y Pep Cruz, y estrenado en el Festival Temporada Alta. Para titularlo, Rigola utiliza un verso de Shakespeare, Aquest país no descobert que no deixa tornar de les seves fronteres cap dels seus viatgers (Este país no descubierto que no deja volver de sus fronteras a ninguno de sus viajeros), para no titular “Muerte” su propuesta. Aunque sin duda es la historia de una muerte cercana, de una muerte serena, de una muerte anunciada, es todavía más, si cabe, una historia de vida, con todas sus complejidades, que el director y los intérpretes abordan en escena con toda naturalidad.
No se trata, además, de un texto ficcional, sino que la propuesta de Rigola se enmarca en el teatro documento, ya que parte del material biográfico de la actriz Alba Pujol y de las conversaciones que mantuvieron los dos con el padre de ella, Josep Pujol, catedrático de historia económica, en su fase terminal debido a un cáncer de pulmón con metástasis. En escena, es Pep Cruz quien asume el rol del padre de Alba, quien se interpreta a sí misma, cosa que, como ella misma dice, no es tarea fácil. El hombre, cercano a traspasar, muestra en su conversación, sin embargo, una vitalidad, una entereza, una lucidez, que arrancan en más de una ocasión las risas cómplices de los espectadores. En escena se combinan, además, desde los célebres versos de Gil de Biedma donde el poeta se da cuenta de que la vida iba en serio, hasta la proyección de una escena de El gran Lebowski de los Cohen, o un vídeo-mensaje del Dr. Enric Benito, oncólogo y especialista en cuidados paliativos.
Pero el punto fuerte del montaje, lo que estremece y fascina por igual, es conocer que Josep Pujol murió durante el proceso de ensayos, en octubre del año pasado, y que Alba, su hija, en un acto de generosidad y de valentía sin parangón, ofrezca a los espectadores su dolor de un modo sencillo, sin parafernalias, sin sentimentalismos ni dramas sobreactuados, con una naturalidad que choca por ser la muerte todavía en nuestra sociedad un tema tan peliagudo, tan incómodo, tan extraño de gestionar, tan, en cierto modo, tabú. Ese dolor no escondido, ese dolor que la actriz no disimula pero al que tampoco se rinde, un dolor profundo, absolutamente real y verdadero, un dolor tan suyo y que comparte con una sinceridad sobrecogedora.
El espectáculo, que aboga por una transición entre la vida y la muerte lo más armoniosa posible, que no maquilla nada del proceso, que no se recrea en lo morboso de la temática, y que la presenta como la cosa más normal del mundo (¿qué hay de más normal que el hecho de morir?), puede verse hasta el 23 de febrero en la Sala Beckett. Merece mucho la pena tanto por su planteamiento, como por el trabajo de Rigola, Pujol y Cruz, y el resto del equipo.