Los tiempos modernos no dejan mucho lugar para la lectura. Dedicarle tiempo en un mundo apresurado es casi un lujo, dirán hoy muchos. Pero por fortuna aún subsiste. Si añadimos a ello la cantidad de obligaciones y tareas, poco lugar resta para lecturas “no obligatorias”, como decía Szymborska. Pero si les concediéramos ese tiempo, nuestro carácter y nuestra sociedad sin duda mejorarían.
Los textos clásicos grecolatinos, escritos hace más de dos mil años, han sobrevivido solo en muy pequeño porcentaje, pues muchísimas obras y autores se han perdido. Sin embargo, hoy tenemos la suerte de poder leerlos con la mayor facilidad de cualquier época: tenemos acceso a libros en bibliotecas públicas y gratuitas (salvo en el mundo anglosajón) y ya no hay que buscar los manuscritos en abadías, ni dedicar meses para poder conseguir una copia. En formato impreso o, incluso, en digital, podemos tenerlos casi en el instante. Y, a pesar de ello, preferimos lecturas entretenidas o frívolas.
El Manual de vida de Epicteto es uno de esos clásicos por derecho propio. Sus enseñanzas, recogidas por escrito y abreviadas por otros, como ocurrió con los dichos de Sócrates escritos por Platón, han sido material de cabecera para grandes hombres de nuestra historia. Las preguntas a las que trata de responder no son sencillas: ¿Cómo podemos tener una vida feliz? ¿Cómo debemos comportarnos con los otros y con nosotros mismos? ¿Cómo sobreponernos a las desgracias que nos llegan?
Sus consejos, repartidos en cuatro libros —aunque originariamente eran ocho—, son concisos y sentenciosos. Se leen como nos gusta leer hoy: como anotaciones sueltas en breves párrafos, de forma rápida y directa. Esto es lo que motiva que podamos encontrarlos en la colección Grandes Clásicos de Taurus, la versión española de libros de bolsillo de los Great Ideas de Penguin Books. Con sus bellísimas cubiertas (esta de Epicteto, diseñada por Nora Grosse), los libros de esta colección se han convertido en un clásico de la edición contemporánea.
Epicteto (hacia el 55-130 d. C.) fue un filósofo griego que nació esclavo y vivió en Roma buena parte de su vida. Sus consejos, basados en la enseñanza del tú al yo (el diálogo socrático) recomiendan llevar una vida recta mediante la sobriedad, la contención física y emocional y el buen comportamiento moral y social: «Fija para ti mismo una fórmula o modelo que mantengas, ya estés solo o acompañado de otros»; «no reprender a nadie, no alabar a nadie, no culpar a nadie, no acusar a nadie». También la aceptación serena de todas aquellas desgracias que puedan sucedernos y no dependan de nosotros.
A esta manera de pensar se la ha llamado estoicismo y no fue el primero que la promulgó: proviene de Grecia, pero los escritos de quien la originó, Zenón, hacia el 301 a. C., se han perdido. Los romanos lo retomaron y tuvo mucho éxito entre las élites. Como se han conservado mejor sus textos que los de los griegos, pues hoy los autores romanos son más conocidos.
Así, uno de sus seguidores fue el emperador Marco Aurelio (121-180 d. C.), que escribió sus Meditaciones en los descansos entre batalla y batalla (la semejanza entre ambos ha hecho que, en ocasiones, estas y el Manual de Epicteto se hayan publicado juntas, como en las ediciones francesas de Flammarion).
Séneca fue otro de sus defensores: «La felicidad consiste en alcanzar la virtud, y la virtud consiste en vivir conforme a la ley de la naturaleza, aceptando que no depende de nosotros y viviendo en el instante» (Sobre la felicidad).
En buena medida, los clásicos estoicos fueron retomados en la Edad Media y el Renacimiento, aunque con un matiz religioso; así, algunos de sus principios son semejantes a los de los ascetas cristianos: aceptación humilde de lo que Dios haya previsto hacer con sus vidas.
La edición de Taurus carece de introducción y de notas. Los textos se presentan tal cual, sin parafernalias, pero en un texto clásico esto puede ser insuficiente. Por ejemplo, el escrito 79 (p. 88) no se entiende si no se sabe que son dos citas literales de la Apología de Sócrates de Platón: un guiño a su fuente, al que tenía en gran estima («Si no eres Sócrates, debes vivir deseando serlo», p. 84). Una breve nota biográfica, una mención de cómo ha llegado este texto a nuestros días, algo sobre los criterios de edición, aunque fuesen unos párrafos, también serían precisos para entender debidamente «la palabra ruda de este esclavo frigio».
En cuanto a la traducción, se indica que es una “Adaptación de la traducción de José Ortiz y Sanz”. Pero ¿quién fue este José Ortiz? Parece que fue un deán de Játiva ¡del siglo XVIII (1739-1822)? Sea o no, debería haberse explicado.
Quizá esto motive que algunas traducciones sean mejorables, como por ejemplo, la del escrito 61 (p. 70): «A cada uno será su cuerpo la medida de los haberes, así como el pie lo es del zapato» podría haberse traducido como «Las necesidades del cuerpo serán la medida de lo que es preciso tener, del mismo modo que el pie es la base de la medida del zapato [que uno debe ponerse]».
La literatura moral fue abundante en otras épocas: desde los Versos áureos hasta la literatura sapiencial medieval. Nuestra época no es muy proclive a ella, pero deberíamos hacer un esfuerzo por retomarla: no ya solo para encauzar nuestras vidas, sino también para no dirigir hacia la deshonestidad nuestra civilización occidental, y para aproximarla algo más a la oriental.