Si ha habido alguien que haya influido notablemente en la historia del manga es, sin duda, Osamu Tezuka (1928-1989). Su estilo único sirvió de base para muchos mangakas a la hora de realizar sus obras, y hoy por hoy podemos decir sin temor a equivocarnos que el manga, tal y como lo conocemos, no existiría de no ser por la influencia de Tezuka. Ha realizado innumerables largometrajes y dibujados centenares de mangas, destacando la mundialmente conocida Astro Boy (1952-1968), así como otras obras de gran calidad como Fénix (1967-1988), Black Jack (1973-1983), Adolf (1983-1985), o la obra de la cual voy a tratar, Dororo (1967-1968).
La edición que nos trae la editorial Debolsillo recoge en un único volumen de 850 páginas toda la obra recopilada de Dororo, cuya historia comienza con un samurái, de nombre Daigo Kagemitsu, el cual hace un pacto con 48 demonios para poder conquistar el país. El precio a pagar fue su futuro hijo, al que le faltaban 48 partes de su cuerpo al nacer, siendo abandonado por su padre que le arroja al río. Sin embargo, gracias a la ayuda de un médico que le encontró, el pequeño pudo sobrevivir y, a través de las prótesis que diseñó su padre adoptivo y de su sexto sentido desarrollado para compensar sus carencias, se convirtió en un diestro espadachín llamado Hyakkimaru, cuya traducción es “pequeño monstruo”. Años después se encontraría con un joven ladronzuelo llamado Dororo, con quien acabará emprendiendo un viaje para encontrar y derrotar a cada uno de los 48 demonios para poder recuperar cada una de las partes de su cuerpo y así poder ser un ser humano completo.
Uno de los elementos que más llaman la atención de Dororo es que, a diferencia de otros mangas cuyo título es el nombre del protagonista de la obra, como, por ejemplo, Naruto o Inuyasha, en este manga su título hace referencia a un personaje secundario, y es que la trama que gira en torno a Dororo tiene casi tanta importancia, o más, que la de Hyakkimaru, llegando incluso a sentir en algunos momentos más empatía por el niño que por el joven espadachín.
Otro aspecto de la obra que resaltaría es el peculiar estilo que nos brinda Tezuka. Sus personajes de aspecto adorable distan mucho de lo que son en realidad, ya que se ven involucrados en diversas situaciones de lo más crudas. Por otro lado, su estilo de dibujo, de apariencia simple si lo comparamos con los estilos del manga actual, refleja muy bien las situaciones y expresiones de los personajes, así como la narrativa y escenarios de la obra, cuya lectura engancha desde el principio, demostrándonos que este es un manga que ha envejecido muy bien a día de hoy.
Además, leyendo Dororo, podemos encontrar muchos elementos que nos recuerdan a otros mangas más actuales y conocidos que han bebido del estilo del autor, destacando un recurso que es el más utilizado hoy en día, el de la superación del protagonista. En Dororo observamos cómo Hyakkimaru, a pesar de carecer de vista, olfato, oído y extremidades, posee la fortaleza suficiente para poder ir derrotando a los demonios e ir recuperando poco a poco las partes de su cuerpo. En la anteriormente mencionada Naruto vemos cómo un joven marginado acaba haciéndose cada vez más fuerte y siendo reconocido por los suyos. También en One Piece o Dragon Ball, entre muchísimas otras obras, apreciamos cómo sus protagonistas se van superando cada vez más, pudiendo hacer frente a peligros cada vez mayores.
Una pega que sí le veo a Dororo es su final abierto, dejando muchos elementos principales de la trama sin concluir. Por lo demás, es una obra muy recomendable, sobre todo para los más coleccionistas. Y para aquellos que disfruten de los mangas actuales, también les recomiendo su lectura, pues seguro encontrarán muchos elementos que les recordarán a sus mangas favoritos, ya que buena parte de estas obras no existirían (o no serían las mismas) de no ser por la influencia del que es considerado como “el dios del manga”.