Pensar en teatro en Madrid traslada la memoria, de manera casi inmediata, a esas calles bañadas de reflejos de los focos que anuncian las obras, marquesinas con carteles con los rostros de los actores y actrices que las representan, escalones algunas veces alfombrados, pisados por las suelas de los zapatos del público que, también a veces, sobre todo cuando no hay fútbol, acude a las representaciones.
Pero más allá de lo que la memoria propone de manera automática, lejos de las luces de las grandes avenidas, también viven otros teatros, salas multifuncionales que lo mismo organizan un mercadillo de ropa, que acogen un festival de monólogos, que albergan una representación teatral. Espacios con entradas que casi se confunden con el resto de comercios del barrio, un renovado Malasaña, más artístico y menos fiestero que antaño. Espacios sin luces de colores, sin marquesinas ni alfombras sobre los escalones. “Ah, mira, si es aquí, que nos lo hemos pasado”, le dice un hombre a su acompañante, señalando la entrada del local, en el número 14 de la Calle de la Palma, donde se encuentra el Teatro Bosco.
Euquerio Olmos, autor, director y uno de los dos actores que actúa en El pintor y su modelo, recuerda que la elección de la sala fue casi como un amor a primera vista. “Me dijeron que tenían dos salas más, pero ésta era perfecta para representar la obra”. Una habitación de un piso cualquiera en una ciudad cualquiera, con tuberías que protestan, puertas que chirrían, maderas que crujen. Efectos especiales reales que hacen del espacio un personaje más de la obra. “Nos sentimos muy a gusto aquí y aunque el escenario es reducido, nos bajamos de la tarima y nos movemos por la sala”, explica.
Veinticinco personas llenan la sala en la tercera semana en cartel de la obra, un pleno que se ha sucedido función tras función desde el día del estreno. “Tuvieron que traer varias sillas más para que la gente no se quedara fuera”, recuerda Euquerio, el pintor en esta obra. Javier Retamal, el modelo sobre el escenario, espera que se prorrogue la presencia de la obra en cartel, de momento prevista hasta el 11 de diciembre. Ambos confían en el texto y, sobre todo, en el trabajo de preparación previo al estreno, el más arduo. “Es lo que te da seguridad cuando sales a escena”, explica Javier. Lo que nunca saben es si la obra gustará o no al público aunque, de momento, reconocen que las reacciones son muy positivas.
El estudio de Euquerio está repleto de arte. Lienzos en diferentes fases de su desarrollo sostenidos por caballetes de distintos tamaños ocultan las paredes de la vista. Rodeados de pintura, él y Javier hablan de arte y de teatro, de la rica variedad escénica que ofrece la cartelera madrileña, de la diferencia entre la producción industrial de las grandes avenidas iluminadas y la casi artesanal de las salas alternativas. Hablan de interpretación, de trabajo, de uno y mil ensayos, de la necesidad de comunicar, de libertad y de la vida del cómico. Euquerio, veterano que se retira de la actuación con esta obra, cuenta una tras otra mil anécdotas de la vida en la carretera. Javier, admirado y respetuoso, las escucha con atención.
La obra en sí trata de dos personas, muy personas y poco personajes, que enfrentan las dificultades de la vida desde la juventud y la madurez, desde la filosofía y el arte, desde la pasividad y la acción, en una conversación en cinco actos con ritmo irregular y fantástica interpretación. En ocasiones cercana, a veces críptica, la historia se desarrolla sin pretensiones ni alharacas, hasta un final deliberadamente abierto “para que la gente salga del teatro hablando de la obra”, como desea Euquerio.
Javier y Euquerio están inmensos, intensos y naturales, actores que seguro sintieron lo que Fernán-Gómez describía como “la llamada de la sangre” en su imprescindible Viaje a ninguna parte: “si la oyeras, te diría que tienes que ser cómico”. Euquerio reconoce que empezó en el teatro como un juego. “Es el veneno de la actuación, una droga que te permite vivir otras vidas sin dejar la tuya”, añade Javier. “Siempre les digo a mis alumnos que no empiecen en esto, que se dediquen a otra cosa, que luego engancha”, comenta Euquerio entre las risas de ambos.
Euquerio y Javier, con su compañía Esto es arte de teatro y con El pintor y su modelo, igual que otras compañías con otras obras, proponen, entre luces, maquillaje y tablas, entre bostezos, sillas vacías y toses constantes, entre hostales, vagones de tren y tascas de pueblo, entre aplausos, apretones de manos y palmadas en la espalda, entre la vida y el arte, seguir con aquel viaje eterno a ninguna parte al que están condenados los cómicos artesanos para fortuna del público.