Hace tan solo unos meses que Carlos Ruiz Zafón nos dejó huérfanos de sus historias y es inevitable que rememoremos cómo conocimos al autor. Me acuerdo que mis padres me regalaron La sombra del viento porque un librero (¡benditos libreros!) se lo había recomendado. Estaba aún en el instituto y recuerdo que en mi familia leímos esa obra con absoluta devoción. Pronto recurrimos a sus novelas juveniles: Marina, El príncipe de la niebla, El palacio de la medianoche y Las luces de septiembre. Estábamos realmente fascinados con su imaginación, sus tramas y su narrativa.
Años después el hechizo se disipó levemente, aunque siempre hemos leído todo lo que ha publicado durante años, en un compromiso con el escritor, fundamentado en una mezcla de respeto y de cariño. De la tetralogía de El cementerio de los libros olvidados, siempre me quedaré con las dos primeras novelas: La sombra del viento (2001) y El juego del ángel (2008). El prisionero del cielo, publicada en 2011, recuperó a uno de sus personajes más carismáticos, Fermín Romero de Torres, y se cerró la saga en 2016 con El laberinto de los espíritus.
Recientemente Planeta ha brindado un homenaje al escritor publicando La ciudad de vapor que incluye todos los cuentos que vieron la luz en diversos medios y en distintas décadas. En ellos descubrimos la niñez de David Martín, el protagonista de El juego del ángel, en “Blanca y el adiós” y a los antepasados de los Sempere que eran impresores y “facedores de libros” y compartían anécdotas con Miguel de Cervantes en “El príncipe del Parnaso” y en “Rosa de fuego” respectivamente. El tono detectivesco de “Hombres de gris” me recordó a El laberinto de los espíritus y el homenaje a las calles de Barcelona está presente en muchos de esos relatos, haciendo Gaudí acto de presencia en uno de ellos (“Gaudí en Manhattan”).
Los leitmotiv que han guiado las novelas del autor los hallamos en estos cuentos: lo sobrenatural en “Sin nombre” y en “El príncipe del Parnaso”, la sombra del pasado que persigue incesantemente al personaje en “Rosa de fuego”, la vinculación con las leyendas en “Leyenda de Navidad”, el recuerdo al Cementerio de los libros olvidados en “El príncipe del Parnaso”, la Barcelona mítica en “Una señorita de Barcelona”, y especialmente la muerte, omnipresente y letal, que vertebra muchos de esos relatos. Sus huellas literarias son perceptibles en los cuentos de La ciudad de vapor, acercándonos nuevamente a sus historias tenebrosas, románticas y trágicas, en las que sus incondicionales reconocerán a Ruiz Zafón.
Hoy sé que los lectores abriremos cada cierto tiempo las páginas de sus novelas y allí estará el escritor que nos ha emocionado y con el que hemos disfrutado, junto a Daniel Sempere, Fermín Romero de Torres, David Martín, Andreas Corelli e Isabella. Hasta siempre, Carlos Ruiz Rafón.