
Debo de ser una rara avis: me gustan más las vidas de los escritores que sus novelas. Las obras de ficción son invenciones que uno hace de vidas ajenas, pero las biografías no son inventadas: son lo que fue, no lo que se quiso. Así que leer Los rostros que tengo de Nélida Piñón es recorrer una vida a través de las palabras, una autobiografía, con sus errores y anhelos, no su vida planeada.
Nélida Piñón, como José Saramago, es una autora ya consagrada desde hace mucho en las letras portuguesas. Nació en Río de Janeiro, Brasil, en 1937, pero, hija de emigrantes gallegos, volvió a España a los diez años y vivió durante dos en el ámbito rural de Cotobade, Pontevedra. En su vida se mezclan así su amor a su tierra —la familiar y la que la vio nacer— con las lenguas, portugués y castellano: en ellas vertebrará su prosa, como «hija de Homero, Shakespeare, Cervantes, Camões y Machado de Assis». Por esta mezcla ibérica y latina y por la combinación de “realidad y memoria, fantasía y sueños» en sus libros obtuvo el Premio Príncipe de Asturias en 2005.
Los rostros que tengo (Alfaguara, diciembre de 2024, publicada póstumamente un año antes en Brasil como Os rostos que tenho, Record, 2023) fue escrita en portugués en sus últimos años de vida (falleció en diciembre de 2022 en Lisboa; la fecha anotada en el último capítulo es de octubre de 2022).

Contiene 147 capítulos cortos donde reflexiona sobre sus inquietudes, sus recuerdos y su labor literaria: “apunto consideraciones, simples fragmentos de la realidad actual, de la civilización brasileña” (p. 62), escribe en una carta-homenaje a su amiga Clarice Lispector, fallecida en 1977. Nos cuenta cómo enfrentarse a la tarea de escribir y cuáles son sus rutinas, tras haber escrito “casi treinta libros… que entrelazan reflexiones, recuerdos…”.
Como si reflejara el pensamiento actual, el libro salta de una idea a otra, lo que hace su lectura muy ágil: «La vida es fragmentaria: no obedece a una secuencia previa dispuesta sobre la mesa como un mapa. El drama y la comedia se suceden ante el aplauso de Dios” (p. 98). Lo mismo encontramos una reflexión sobre la música que sobre los libros escritos, sus lecturas, los encuentros con otros autores —Susan Sontag, García Márquez “Gabo”, Vargas Llosa— o su infancia, siempre presente: «siempre aferrada a los tentáculos del pulpo de mi infancia».
Estos fragmentos de vida son como perlas ensartadas que acaban formando un collar, cada cuenta con su color y forma particular. Es una estructura diferente a otros libros de memorias narrados de inicio a fin como Confieso que he vivido de Neruda: cada cual escoja el que le guste; también en el desorden está la riqueza.
La lectura de esta libro ha sido para mí un descubrimiento: lo recomiendo a quienes quieran adentrarse en la vida de Nélida Piñón. Pero no es el único: la autora ha escrito otros ensayos autobiográficos con la misma estructura, hasta el punto de que son una parte importante de su obra: desde Aprendiz de Homero (2008), Corazón andariego (2009), Libro de horas (2013) a Una furtiva lágrima (2019), todas publicadas en Alfaguara.
Extraña coincidencia: leo el libro de Nélida en el metro de Madrid. Lo meto junto a las compras del día: la papaya, las verduras, el té azul y la barra de pan. No habría sido visto con malos ojos por ella: su libro es un reflejo de lo que es la vida, de la mezcla de pensamientos y acciones cotidianos de cada uno de nosotros.