La Sala Beckett –recientemente galardonada como Mejor Sala de Teatro 2019 en los Premis Catalunya de Teatre– dedica su actual temporada, en la que celebra su trigésimo aniversario, a la muerte. Y es que el aniversario del teatro coincide con el de la muerte del dramaturgo que le da nombre, fallecido el mismo año. De modo que prácticamente todos los espectáculos de la temporada, junto con otras actividades como lecturas, conferencias, encuentros, etc., girarán alrededor de las reflexiones sobre el final de la vida, bajo el lema “Memento mori. Acordémonos de morir”, con el que han bautizado este único ciclo temático en el que se vertebran las propuestas de la sala para 2019-2020.
Una de las primeras ha sido Memento mori o la celebración de la muerte, una conferencia autoficcional del dramaturgo y director franco-uruguayo Sergio Blanco, quien se ha labrado un lugar indiscutible en la dramaturgia contemporánea internacional en estas primeras dos décadas del siglo XXI. Varios montajes de sus textos han podido verse en los últimos años tanto en Madrid como en Barcelona. Estos primeros días de octubre ha estado impartiendo un curso de dramaturgia avanzada en la Beckett, conocida también por su función como Obrador Internacional de Dramatúrgia, y ha presentado esta conferencia teatral autoficcional.
En ella, el autor, que se nos presenta en escena de una forma distendida, con el texto sobre una mesa de trabajo, con algunos libros, su móvil, su laptop, su botellita de agua,… compartirá, al quedar a oscuras la platea –por no decir al empezar la función–, su imaginario particular sobre la muerte, sus experiencias –reales o ficticias– con la misma, sus pérdidas debido a ella, las circunstancias en que la encontraron algunos dramaturgos de todos los tiempos, desde Eurípides hasta Wilde, pasando por Chéjov. Lo hará en treinta capítulos, además de una introducción y un epitafio, vertebrados alrededor de lo que le evocan las imágenes proyectadas a sus espaldas, obra de la fotógrafa Matilde Campodónico.
Y Blanco, como intérprete, emana una energía electrizante, a través de un texto inteligente, sensible, intertextual, humorístico a ratos, emocionante y emocional a otros, potenciado por su gestualidad y por la verdad que imprime a sus palabras autoficcionales y que se lee en sus rasgos en muchos momentos. Blanco disfruta en esta suerte de conferencia teatralizada y se gana al espectador curioso que escucha atento sus reflexiones. Que empatiza con el autor y asiente ante la afirmación de que hay personas que no deberían morir nunca; que se fascina por las historias con protagonistas de cuerpo presente de las que siembra Blanco su texto. Un texto y una enunciación dramática que han hecho las delicias de los espectadores los tres escasos días en que han podido verse en la Beckett, y que esperamos poder disfrutar también, pronto, como lectores.