El tiempo pasa tan deprisa que casi no nos hemos dado cuenta que ya ha pasado una década desde que este mítico programa de las sobremesas de Cuatro celebrara su final en 2006. Tuve el honor de concursar en él, de ser su ganador y hoy te meto a ti, huellero, en la nave del tiempo para que revivas aquel enorme hito que fue Soy el que más sabe de TV del mundo.
Corría el gris noviembre de 2005 cuando se presentó ante la audiencia española otro de los novedosos concursos y espacios de aquel transgresor canal que pretendía ser Cuatro en sus inicios. Nico Abad salía a la palestra en las pantallas de todo el país con un único cometido, claro y certero: el de encontrar a la persona que más sabía de televisión de España. No iba a ser fácil esta misión, pues por delante habría de encontrarse y lidiar con centenas de fanáticos incondicionales de la mal llamada “caja tonta” con más horas de televisión a sus espaldas que las que hace del estrenó de este programa.
Soy el que más se hallaba en las antípodas de la pretenciosidad, sólo había que prestar atención durante unos minutos para darse cuenta de que aquel concurso era bastante más cutre que lo normal. Tan pronto gente del público arrepanchigada en sillones y sofás de colores en la grada, como si estuviera en el salón de su casa zapeando, se convertía en concursantes de pleno derecho al escuchar su nombre de la voz en off de Arturo, como posteriormente estos mismos concursantes, ganadores de las distintas pruebas, eran obsequiados con premios jugosos del tipo de peluches, libros firmados, maquillajes de famosos o mismamente un par de vasitos de Camera Café.
No obstante, precisamente en esa falta de sofisticación, y en lo frikesco de sus participantes, y en ese tufillo ochentero, noventero y retro que destilaba por doquier era en lo que residía el encanto y la carisma del concurso. Lo que te apetecía al sentarte delante de la tele para ver Soy el que más era que te hicieran recordar, que te bombardearan con series, dibujos animados y concursos ya casi olvidados, empolvados en tu memoria y que, al compás de las pruebas, volvían a tomar brillo y color, llenándonos de melancolía.
El programa fue variando su mecánica en sus comienzos y reajustándose poco a poco hasta quedar de la forma en la que pasaría a la posteridad. Cuatro pruebas principales que empezaban con las Videopreguntas, donde se planteaban cuestiones televisivas tras una breve introducción en forma de vídeo. Después venían las Sintonías, donde había que reconocer tanto cabeceras de dibujos, de programas o series como después cantarlas o tararearlas. En tercer lugar, iba la Publicidad, una prueba en la cual había que acertar fotogramas, lemas y jingles de anuncios actuales y de aquel entonces. Y por último, se trataba de la Secuencia Histórica, un vídeo de un momento mítico de la historia de la televisión al que habría que prestar mucha atención pues se harían preguntas sobre el mismo a la postre.
Y así se configuraban los cuatro campeones de cada programa, con los ganadores proclamados de las cuatro pruebas. Ganadores que, en algunas ocasiones, se fueron asentando semana tras semana en los sillones de vencedores y en los sofás de millones de hogares, al convertirse casi en un miembro más de la familia. Porque ese es otro debate, la audiencia. A pesar de que la media del programa oscilaba entre 600.000 y 800.000 televidentes, el fenómeno era mucho mayor, pues con quien hablabas lo había visto alguna vez o era seguidor del concurso; incluso, puedo aseguraros que, a raíz de mis apariciones a lo largo de tres meses, a mí me empezaron a reconocer por la calle de forma masiva, y muchas veces abrumadora (diez años después aún lo hacen, afortunadamente de manera puntual).
A medida que fueron pasando los programas, la leyenda del Soy crecía, y ya por el mes de mayo se desveló cómo concluiría la primera temporada: los concursantes más longevos en programas ganados y los más carismáticos se jugarían su puesto en la final en una serie de semifinales previas. Sin conocer aún el premio definitivo ni cuáles iban a ser unos u otros oponentes, las rondas fueron sucediéndose para acabar arrojando a los cuatro finalistas: Juan Erro, José Luis Piqueras (alias Mofly), Marisa Pérez (alias Candy, Candy) y un servidor. Caídos en combate los dos primeros, quedamos ella y yo, con mi favorable desenlace, tal día como hoy de hace diez años.
Como premio, no sólo me fui a Los Ángeles, a hacer una ruta televisiva, sino que también colaboraría en los siguientes programas que estuvieran por venir como Telespectador. Sí, además de todo lo anterior, Soy el que más sabe contaba con un plantel de los llamados Telespectadores. El gafapasta, el popi, el argentino y la rubia, la madre y el hijo y las mellis integraban un batallón de gente anónima que era pulsada para que dieran su opinión (y despellejaran) sobre cualquier ámbito o personaje relacionado con el universo televisivo. Hasta el mismo Nico y los propios concursantes sufrimos su divertido e implacable azote.
Con estos ingredientes y el programa ya cocinado, no fue de extrañar que éste arrancara su segunda temporada (¡la gente lo pedía a gritos!). Pero aquella posterior entrega era otra cosa muy distinta. El plató se desangeló al teñirse de un blanco nuclear, incluso sus coloridos sillones de la grada perdieron sus tonos; aparecieron nuevas secciones que le restaban agilidad al concurso; y desembarcaron humoristas como Javier Coronas que no terminaban de encajar dentro del formato. El caso es que, por hache o por be, el barco se fue a pique, y la audiencia en picado, y Soy el que más no llegó ni a terminar ese segundo bloque.
¿Lo mejor de esta experiencia en el concurso? No, no fue el premio que conseguí. Tampoco lo fue la multitud de anécdotas que me traería a posteriori, como la del par de chicas pidiéndome autógrafos con un lápiz de ojos a falta de boli y lápiz, la del chico que quería sí o sí que me hiciera una foto con su novia o la del chaval que me declaró su amor por haberme visto en pantalla. Lo mejor sin lugar a dudas fue lo bien que me lo pasé concursando y, sobre todo, la gente que conocí allí, un grupo de frikis como yo con los que hoy día, diez años después, guardo una excelente amistad y he compartido grandes experiencias.
Con Spoiler en Canal + Series y Cero de Movistar se intentó recuperar mínimamente la esencia del Soy. Nunca volverá. Quedó mitificado en el momento en que acabó su primera temporada. A quien preguntes, guardará un bello recuerdo de aquel concurso, un espacio singular lleno de gente con camisetas estampadas de dibujos animados, personajes de series y eslóganes publicitarios que coreaban al unísono sintonías de televisión desde esa grada abarrotada de nostalgia.
¡Larga vida al Soy!
PD: mi reflexión final de telespectador de hoy es: “¿Seríais capaces de averiguar las catorce sintonías de series, programas y dibujos que se suponía se escondían en la cabecera de Soy el que más sabe de TV del mundo? ¡Ojo, no es fácil! Os dejo el enlace.”
2 ideas sobre “10 años de ‘Soy el que más sabe de TV del mundo’”
Podías haber aprendido más cosas, que lo que se habla de ti por ahí, TELA, majete.
Hola! Yo también concursé en el programa. Estoy segura de que nos conocimos. por favor…Dime que los tienes grabados. Gracias Daniel.