Las barcelonesas Sala Atrium y Nau Ivanow presentan en la primera el segundo ciclo de creación escénica DespertaLab. Creado el año pasado de la unión del ciclo Atrium Lab y la beca Desperta, DespertaLab busca promover e incentivar la creación escénica más emergente, y da a los artistas los medios para poder desarrollar y producir sus trabajos, y exhibirlos en una sala durante dos semanas. Como en el año anterior, se han premiado los tres mejores proyectos presentados, que son los que pueden verse desde el pasado 8 de junio y hasta el 24 de julio en la Sala Atrium.
El segundo de los montajes en cartel, No hi ha bosc a Sarajevo (No hay bosque en Sarajevo), escrito y dirigido por Begoña Moral, se ha llevado el primer premio del ciclo. Se trata de la primera producción de la compañía Paradiso 99, que busca realizar un teatro comprometido con el mundo contemporáneo y que haga reflexionar al espectador. En esta ocasión, sobre la violencia. Y, para ello, sitúan la obra en el conflicto bélico de Bosnia de principios de los noventa.
Como en la anterior propuesta del DespertaLab, la palabra tiene el mismo peso en escena que el cuerpo, que la fisicidad. Con un inicio totalmente gestual y simbólico en el que los intérpretes se descalzan para dejar al descubierto sus pies rojos, ensangrentados, Miss Sarajevo, a salvo ya del conflicto, dará voz a las didascalias para titular cada escena. Mientras la acción principal de cada fragmento es ejecutada por sus protagonistas, el resto del elenco se mantiene en movimiento, en grupos de dos, normalmente, causando así varios focos de atención en el escenario que distraen del principal y que producen un ruido corporal que, en ocasiones, resulta excesivo.
La historia de dos amantes de bandos contrarios, él un francotirador serbio, ella una mujer bosniana, y la imposibilidad de su reencuentro tras los años de guerra porque ninguno de los dos son la misma persona, se complementa, entre otros, con la escenificación de la matanza de Srebrenica y la impasividad de los soldados de la ONU, enviados para proteger pero sin autorización para usar un arma; con el peso de la prensa internacional, personificado en un corresponsal que entrevistará en vídeo al francotirador y se preguntará cómo puede haber una guerra así a tres horas de avión de Barcelona; e incluso con los Juegos Olímpicos que en ese 1992 se llevan a cabo en la ciudad mediterránea, ajena al sufrimiento bosniano.
Un conflicto de estas características requiere un tratamiento delicado, ya que apenas han pasado veinte años del fin de esa guerra. Y resulta valiente por parte de la directora y dramaturga instar al público a la reflexión, mostrar las distintas caras de aquella barbarie, los argumentos de cada cual, la recepción en el resto del mundo, las actitudes de los implicados de un modo u otro. Sin embargo, algunos personajes resultarían prescindibles, por el poco peso que tiene en la acción dramática, mientras que otros resultan fundamentales, como los dos amantes, interpretados por un Guillem Motos que, de nuevo, ofrece todo su potencial interpretativo e intimida al espectador, y por Núria Rocamora, que acongoja por el dolor que reflejan sus rasgos. Ambos resaltan mucho más cuando el texto se presenta limpio a través de sus interpretaciones, hacia el final, en los momentos en que cada uno habla sentado en una silla, mientras el periodista les graba. La estática otorga mucha más fuerza a un texto suficientemente duro de por sí.
El resto del reparto está formado por Albert Bassas, Roger Batalla, Xavier Grivé, Andrea Martínez, Pol Para, Carol Rovira y Laura Tamayo, todos ellos entregados en su papel durante la hora y media larga de función. El espacio escénico y sonoro, obra de Aina Vergés y Manuel Pajuelo, respectivamente, también tienen su importancia para crear los ambientes propicios a la estética de la propuesta, así como los momentos musicales, arreglados por Carol Rovira e interpretados por ella misma y por Grivé.
No hi ha bosc a Sarajevo es una buena propuesta, con un texto que contiene momentos brillantes acompañado de iguales interpretaciones, pero que, en ocasiones, se pierden un poco entre tanta actividad física en el escenario. No obstante, el carácter crítico y reflexivo que propone nunca sobra en la sociedad de nuestros días, en la que sigue siendo necesario preservar la memoria de las masacres a las que se sigue sometiendo el ser humano entre sí.