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«El niño que sabía hablar el idioma de los perros»

Joanna Gruda cuenta la increíble historia de su padre, Julian Gruda, comenzando con la votación a la que sometieron su nacimiento en una reunión del Partido Comunista de Polonia.

El ni+¦o que sab+¡a hablar el idioma de los perrosEl niño que sabía hablar el idioma de los perros narra las peripecias de un joven, descendiente de militantes comunistas, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. A lo largo de la novela, el pequeño protagonista viajará por la URRS, Polonia, Alemania y Francia, criándose en orfanatos o conviviendo con diversas familias, en un intento por sobrevivir en esta etapa tremendamente conflictiva. A su vez, se nos presenta a los familiares y a otros compañeros de Julian que le acompañarán en el trayecto.

El tono cómico que caracteriza el relato es fresco y ameno, resultando muy divertidas las anécdotas de sus primeros años. El punto de vista del niño aporta, además, una candidez que atrapa al lector. De hecho, esa ingenuidad recuerda a los protagonistas de obras como El niño con el pijama de rayas de John Boyne o a Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea de Annabel Pitcher. No obstante, la comicidad o la inocencia no anulan la crudeza de la contienda ni las consecuencias de ésta: el protagonista nos narrará las alertas antiaéreas que marcarán su niñez, los bombardeos, la escasez de alimentos o el cambio de identidad por temor a la denuncia.

La historia de Julian está narrada desde el bando de los aliados, puesto que su familia es polaca y de ideas comunistas, siendo sus progenitores afiliados al Partido Comunista de Polonia; sin embargo, se muestra la inutilidad de la batalla y cómo algunos soldados alemanes, representantes de las Potencias del Eje, se arrepienten de las muertes causadas y de intervenir en el combate. La lucha solo provoca pérdidas, dolor y destrucción y mengua la humanidad que cada individuo posee, independientemente del partido o ejército por el que se enrole o con la ideología a la que se adhiera.

Aunque se ha comparado con El diario de Anna Frank, La vida es bella y La ladrona de libros, el dramatismo de la obra publicada por Blackie Books es menor, debido a una pretendida huida del sentimentalismo y a la ya mencionada comicidad que impregna sus páginas. Los personajes padecen, pero las lamentaciones y las penas no detienen la acción. La guerra avanza, los años transcurren, mientras los protagonistas se mueven por el mundo con ese afán innato de supervivencia. En ocasiones, nos sorprende la cotidianidad con que se presentan algunas situaciones anodinas que les suceden a los personajes como la de vender periódicos en las trincheras o que a uno de ellos le tengan que amputar una pierna tras su caída del tranvía.

Joanna Gruda no pretende hacer un análisis exhaustivo de la Segunda Guerra Mundial, aunque al final de la novela se aprecien los efectos producidos por ésta, tanto en París como en Varsovia. Tampoco refleja la situación ocurrida en los campos de concentración, pese a que tengan cierto protagonismo en el desenlace. No existe una crítica a los soldados alemanes que participaban en el conflicto, a pesar de que se entendería que la hubiera por lo que sufrieron sus antecesores. Es una novela que busca un lector cómplice que conozca la historia europea y que juzgue por sí mismo los acontecimientos. No hay moraleja ni se buscan culpables. Únicamente una idea trasciende a la lectura: el individuo ha de sobrevivir a la guerra y eso es lo único que importa.

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