No recuerdo realmente qué decía en aquel tuit porque lo borré. Sí me acuerdo de que no comentaba nada demasiado polémico, por lo que no me esperaba la reacción extremadamente violenta de usuarios que ni seguía ni me seguían. Uno de ellos amenazó tan abiertamente mi vida que la angustia y el miedo simplemente hicieron que me escondiera: borré mensaje y poco después decidí no volver a publicar contenido propio en Twitter relacionado con mi ideología feminista. Buscaban sembrar el terror y la inseguridad en su clara oponente (mujer y feminista) y conmigo lo habían conseguido. Y digo conmigo porque sabemos, lectoras y compañeras, que esto no iba solo contra mí, era odio dirigido hacia un sector social concreto y sabemos cómo se llama eso: terrorismo. Así lo califica Laura Bates en el ensayo imprescindible que la editorial Capitán Swing acaba de publicar: Los hombres que odian a las mujeres. La autora británica advierte de lo que ya está sucediendo: es desde internet desde donde se fragua la reacción misógina al avance inexorable de los derechos conquistados por las feministas. Debemos saber a qué nos enfrentamos, pues el espacio digital es solo un reflejo de lo que ya sucede en la realidad.
«Cuando a las mujeres les decimos que simplemente desconecten o que pasen menos tiempo en internet, o que dejen de visitar ciertas páginas web, lo que estamos diciendo es que son ellas, y no sus acosadores, quienes deberían sufrir las consecuencias negativas del troleo. Son ellas, no los trolls, quienes deberían verse excluidas de espacios hostiles».
Las restricciones que podemos ponernos a la hora de interactuar en internet son las mismas contra las que venimos luchando. Y es que el ciberespacio es uno de los lugares donde más tiempo pasamos a lo largo del día, por lo que deberíamos querer sentirnos igual de seguras que cuando volvemos de noche a casa (ya, ya sé que no es así en absoluto, pero es lo que queremos: que se nos deje ser sin sentir miedo).
Puede que penséis, queridas lectoras, que lo mejor es no hacer caso a esos a los que se ha venido a llamar trolls, que son solo cuatro lunáticos que consiguen hacer mucho ruido, pero lo cierto es que sin casi (querer) darnos cuenta la hidra de la denominada “machosfera”, a la que no paran de crecerle cabezas, se ha presentado ante nosotras y ya se ha cobrado varias víctimas mortales (añadidas a las que se cobra diariamente la violencia machista).
Y sí, el patriarcado y el machismo ya existían antes de que llegara internet y su fauna de incels, trolls, acosadores que se creen seductores o defensores de los derechos de los hombres. No obstante, la machosfera, además de ser un reflejo de una sociedad que ejerce una violencia sistémica y sistemática contra las mujeres por el simple hecho de ser mujeres, se ha convertido en el bastión de aquellos que reaccionan contra los avances del femenismo, que intenta reducir los efectos de esa violencia poniendo luz sobre el problema que supone socializar mujer en una sociedad blanca y heteropatriarcal. Es importante aquí destacar estas categorías porque el análisis feminista de la autora es abiertamente interseccional. De hecho, Bates relaciona personas, comunidades y sucesos surgidos de la machosfera con la amenazas del supremacismo blanco y el fortalecimiento la extrema derecha.
En Los hombres que odian a las mujeres, Laura Bates presenta una trabajo minucioso de investigación que nos muestra el peligro de aquellos que sienten amenazado el statu quo propiciado por una sociedad sostenida por las desigualdades, empezado por la dominación masculina sobre las mujeres. La autora, sin ningún tipo de censura, nos muestra el odio al que nos enfrentamos y nos advierte: no está prediciendo el horror, el horror ya ha sucedido.
«¿Cómo podemos empezar a formular una respuesta a una grave amenaza si ni siquiera sabemos que exite?»
Me ha sorprendido (y creo que os sorprenderá) descubrir que muchos ataques con víctimas mortales que aparecieron en los medios de comunicación como acciones cometidas por «locos» o «lobos solitarios» se encontraban intrínsicamente relacionadas con esa comunidad del odio que es la machosfera. Pero, como siempre, los hombres blancos acaban siendo excusados del delito de terrorismo, algo que solo cometen los «otros». Es verdaderamente preocupante (aunque poco sorprendente) que las instituciones no estén analizando bien el problema.
Son casi paralizantes los datos que Bates desgrana a lo largo de más de trescientas páginas, pero puedo deciros que este libro no viene a asustarnos, sino a advertirnos y a movilizarnos. La conclusión os permitirá reorganizar ideas y entender que lo peor que podemos hacer es quedarnos temblando, porque es lo que ellos quieren, que volvamos al espacio del que, opinan, no debimos salir jamás, que seamos lo que consideran que son buenas mujeres. Aun con el miedo que me provocan los hombres que nos odian por el simple hecho de ser, este libro me ha dado fuerzas para seguir empujando (lo poco que pueda) para resistir el embite de la reacción misógina desde la lucha feminista. Ni un paso atrás, compañeras.