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Locura razonante: ‘La mujer zorro y el doctor Shimamura’

«En Berlín no reinaba más que la razón».

 

Es verano de 1891, periodo Meiji. El doctor Shimamura Sunichi se encuentra de expedición en el Japón remoto, donde, se dice, existen poblados en las montañas en los que algunas mujeres han sido poseídas por espíritus de zorros. Escéptico, Shimamura se dedica a curar supuestas posesiones que poco tienen que ver con las historias que llegaron a la Universidad de Kioto. Sin embargo, todo cambiará cuando conozca a Kiyo, con unos síntomas, cree el médico, más folclóricos que científicos. Desde este encuentro, Shimamura ya no volverá a ser el mismo; sufrirá una fiebre crónica e, inexplicablemente, las mujeres sentirán una atracción desenfrenada por él. Cuando el joven neurólogo viaje a la Europa de Freud, Charcot, Tourette y Breuer cargado de xilografías pornográficas, el choque entre la superstición y la ciencia no harán más que profundizar en un, a veces desternillante,  surrealismo.

Christine Wunnicke.

Tras esta, sin duda, inaudita sinopsis se encuentra la novela de Christine Wunnike: La mujer zorro y el doctor Shimamura. Bajo el sello de Impedimenta, con sus cuidadísimas y bellísimas ediciones, llega a España por primera vez una obra de la escritora alemana, galardonada en 2020 por su obra completa con el Premio de Literatura de Múnich y nominada en varias ocasiones al Premio Alemán del Libro, incluida con la novela que tengo ahora entre mis manos.

Con La mujer zorro y el doctor Shimamura me lo he pasado en grande. Ha sido de esas novelas que sé que son redondas y que no les sobra ni una coma ni un punto, pero de las que realmente querría más y más. A lo largo de casi doscientas páginas me he visto involucrada en esta historia «basada en hechos reales», que envuelve a la neurología en general y al psicoanálisis en particular en un ambiente fantástico que introduce enseguida en un realismo mágico desbordante. Y el personaje clave es su protagonista, Sunichi Shimamura, una persona que se acaba convirtiendo en una criatura que casi no parece de este mundo.

Shimamuera es, sin duda, epítome de un médico de la época Meiji. Su incursión en el mundo rural y perdido de Japón, donde habitan las mujeres zorro, provoca que su vida se convierta en una búsqueda constante de equilibrio entre el folclore y la superstición oriental y la «medicina moderna occidental». En este personaje existe una lucha interna entre la razón y la emoción (a veces desmedida y desquiciada por intentar librarse de las cadenas de una razón estricta).

«No creo que de facto, in natura, in persona, in animale, haya un zorro o varios en mi cuerpo, pero desde entonces, subsiste la sensación de que mi interior no me pertenece solo a mí».

En el episodio en que cuenta a Breuer (maestro de Freud) lo que él piensa que es su afección, Shimamura trufa la descripción médica, aséptica y aparentemente objetiva, con historias fantásticas que, para occidentales como Breuer, no parecen más que «histerias», «locuras», «psicosis». Una psicosis en la que la propia sociedad japonesa, en plena apertura a Occidente y a la modernización, comenzará a caer durante la era Taisho y que verá su expresión más extrema en el periodo Showa con el alzamiento de movimientos nacionalistas y fascistas. La «vergüenza», el sentimiento que atenaza a Shimamura según él mismo, pronto borrará la razón y se convertirá en barbarie.

«Describió ese efecto en un lenguaje ya sobrio, ya florido, pero en todo momento dotado de matices sexuales; luego, de repente, afirmó no acordarse de nada; al final, reanudó la descripción, esta vez en términos charcotianos».

No obstante, Sunichi Shimamura, que, por cierto, por si os lo preguntabais, también es un personaje real, no es el único en pasar por las sesiones psicoanalíticas de diván de Christine Wunnicke. Nadie escapa, ni la triada compuesta por la esposa, la madre y la suegra de Shimamura, moiras al cuidado del delicado hilo de la vida del médico japonés; pasando por el propio Breuer, responsable de que conozcamos verdaderamente las motivaciones del comportamiento de  Shimamura; o el propio Charcot, padre de la neurología moderna.

Descubrimos, al final, que todos portan (portamos) sus (nuestros) propios zorros. Todos los personajes demuestran algún tipo de desequilibrio. Se entrelazan mentes complejas e interesantes con comportamientos diversos que la autora, a través de su voz narrativa en tercera persona, retrata de forma precisa, sobre todo a través del ritmo de las descripciones de sentimientos y sensaciones de personajes y del estilo de voz empleado para los momentos de diálogo de cada uno de ellos. Construye Christine Wunnicke un exquisito retrato de una época, dos mundos y unos recuerdos pasados por la chaise-longue del tiempo y la pluma.

«Todos mis recuerdos […]proceden de la chaise-longue de Josef Breuer en la calle Brandstätte de Viena».

 

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