Si le gustó la necesaria tanatografía de Martín Olmos, La facción caníbal (La Felguera) le va a encantar. Porque la muerte no es el estadio final de ninguna vida: es tan sólo una posibilidad estética.
«El crimen es la más alta expresión de sensualidad», dijo el Marqués de Sade. Existe desde tiempos lejanos un inexplicable morbo por lo oculto, lo macabro, lo siniestro, lo inquietante y, sobre todo, una fascinación primigenia por la belleza que se esconde en cada crimen, en cada atentado –en ello insisten algunos enamorados de la ínfima parte de gloria perceptible en cada eclipse tenebroso, en cada acto de horror-, aunque no todos seamos capaces de apreciarlo. El terror hace que algunos espíritus, iluminados por una extraña epifanía, acudan regocijados a los actos más viles. Es un gusto, casi un apetito, y como todos los apetitos, se retroalimenta y reclama ser saciado.
Este ensayo de Servando Rocha, bajo el rubro de una editorial que se hace pasar por una sociedad secreta de espías literarios, nos convierte en diletantes extrañados ante cuyos ojos se suceden perversas imágenes de accidentes, homicidios, torturas, ejecuciones y demás aberraciones que tienen como denominador común el espanto y el sufrimiento, lo grotesco y lo irracional, lo excelso y lo satánico. Desde el inicio del Terror moderno el vandalismo ilustrado se ha expandido a lo largo del mundo; así, Rocha analiza especialmente las oleadas de violencia que sacudieron Europa, continente testigo de tantos conflictos bélicos, o el surgimiento de vanguardias o movimientos culturales (como el dadaísmo o el auge del rock & roll) que iban, indefectiblemente, unidos a la provocación y la transgresión. Porque no todos los caníbales gustan de pasear con cabezas clavadas en lanzas, como los antiguos higienistas: algunos ensayan versos como Blake, otros conspiran en las sombras como los Illuminati y otros dan discursos políticos y arengan a las masas a plena luz del día,como Mussolini. El polimorfismo caníbal, del caníbal original y del contemporáneo, es una constante a lo largo de estas páginas.
Los vándalos más famosos de la Historia, los hooligans, los agitadores, los revolucionarios, los exaltados, los radicales, las turbas enfurecidas que asolan ciudades decadentes, los seres más abyectos de cada centuria que, además, estaban bañados por un carisma terrible: Jack el Destripador, Robespierre, Hitler… son sólo algunos de los protagonistas que repasa esta obra. Todos son artistas del crimen o se fascinaron en algún momento por bellezas, particulares, terribles y ensangrentadas, que tal vez sólo ellos mismos percibían. Como Ettore Majorana, el brillantísimo físico italiano cuya desaparición aún hoy continúa siendo un misterio. Su privilegiado cerebro probablemente intuyó «esa oscura y recóndita sospecha de ser cómplice de algo siniestro», el proyecto de destrucción masiva que encerraba la energía atómica hacia la década de 1930.
Esta edición contiene, además, numerosos documentos gráficos que confieren a la obra un acabado perfecto. La fotografía de la cubierta, de la asesina en serie Myra Hindley, es una perturbadora invitación a dejarnos traspasar por el arte por el crimen. Un arte de oscuras pulsiones y lirismo desviado, pero arte en cualquier caso.
En la imagen principal: la cabeza del marqués Bernard-René Jordan de Launay, clavada en una lanza. Launay fue linchado y decapitado por las masas populares tras la toma de la Bastilla (París, 1789).