Escribió Liliana Mizrahi: Por culpa, adoramos lo que nos aplasta. Amamos lo que nos hiere. Nos quedamos ahí donde nos humillan y nos violan. (…) Y siempre encontramos algún pretexto para castigarnos y recibir sentencias. La culpa nos confunde y nos quita lucidez, también sirve para mantenernos inmaduras, como eternas hijas menores de edad. Desde Sexton hasta Plath, hay incontables poetas que han escrito sobre la culpa y a esta lista se suma Pilar Cámara (Madrid, 1982), que nos ha sorprendido recientemente con Absolución (Los libros del Mississippi, 2024) una colección de poemas viscerales que se adentra en las profundidades del deseo y la intimidad de una forma cruda, llevándonos a reflexionar sobre la naturaleza humana a través del amor, la culpa y el desgarro. La obra, dividida en dos partes, está prologada por el prolífico Nacho Vegas y explora diferentes dimensiones del miedo y del deseo tejidas con su estilo habitual.

Este libro puede leerse como una exploración valiente de la identidad y del afecto, que mezcla lirismo con la experiencia amorosa que aparece como una revelación. Más bien como una redención brutal, que es lo que da sentido al título. Sin pudor, Pilar convierte su escritura en un campo de batalla donde desmenuza sus contradicciones y habla de un amor salvaje que a veces es hiriente; del amor como una experiencia que desgarra y que, sin embargo, nos transforma.
Por otro lado en este pequeño universo poético la maternidad deja de ser el acto sacralizado que da vida y se revela como un espacio de conflicto, una realidad donde el dolor, la ternura y la ambivalencia coexisten. También se abordan las pulsiones sexuales y emocionales sin concesiones: a través de su voz feroz y desafiante, Pilar nos enfrenta a la culpa que nace del deseo prohibido y la transgresión, evocando quizá la sombra del cristianismo y de la moral heredada.
Dividido en dos partes, Mea maxima culpa y Ego te absolvo, el libro nos sitúa en una primera parte confesional —quizá es aquí donde se presiente la culpabilidad, acaso por atreverse a habitar un espacio prohibido—, para luego ofrecernos una especie de redención, un resurgimiento. Este poemario es una invitación a enfrentar el miedo, la culpa y el amor en toda su desnudez; una obra que combina el dolor con la liberación en una danza poética donde la intimidad y el deseo son el centro. Hablamos con la autora:
¿Cuánto tiempo ha tomado completar Absolución y de dónde surge?
Todo empezó durante la pandemia del covid-19. En uno de esos días en los que todo era incertidumbre recibí un mensaje del extraordinario poeta David González. Me invitaba a participar en una antología para el Ateneo Obrero de Gijón. Aquella obra nunca llegó a editarse, pero quedaron algunos versos que sirvieron para tirar del hilo cuando la culpa, el miedo, el deseo, la verdad, el amor se hicieron tan evidentes que necesité escribirlos para no ahogarme. Ese es el origen de Absolución.
Nacho Vegas, que se ha encargado del prólogo, dice de tu poesía que es veraz y voraz. Es uno de los artistas que ha puesto banda sonora a tu vida. ¿Sientes que a veces vives en canciones?
Sí sé que mi vida no sería la que es sin las canciones de Nacho Vegas. Es probable que yo no habría empezado a escribir si sus letras no me hubieran atravesado. Es seguro que este libro no existiría sin su música, porque la historia de amor que contiene empezó a fraguarse en torno a ella. No sé si es tanto vivir en canciones como encontrar canciones tan verdaderas como la propia vida. También canciones que marcan a fuego un momento de tu vida. Dicen que cuando morimos vemos pasar los momentos más importantes de nuestra existencia por delante de los ojos. Si eso es así, yo me veré en un concierto de Nacho escuchando La pena o la nada mientras me aprietan muy fuerte la mano.
El poemario se divide en dos partes. ¿Cuál es el sentido de esta redención?
La forma más sencilla de explicarlo es que la primera parte está marcada por la culpa y la segunda por el amor. Esa es la absolución. El amor es lo único que puede salvarnos de ese sentimiento salvaje y atroz que es la culpa.
Culpa, tumor de terciopelo, escribes. Se ha estudiado que las mujeres experimentan el sentimiento de culpa con mayor intensidad que los hombres. Desde tender a pedir perdón por todo hasta el “club de las malas madres”…. ¿te resuena algo de esto?
¿Cómo no vamos a experimentarlo con mayor intensidad si, desde niñas, se nos exige una especie de excelencia inviable? Crecemos bombardeadas por mandatos imposibles de alcanzar: ser guapas, pero no demasiado; ser inteligentes, pero no tanto; tener carácter, pero sin ser conflictivas, sea lo que sea eso… Y cuando somos madres todo eso se multiplica. Aún no he conseguido descubrir qué es una buena madre. Hace tiempo que me di cuenta de que tampoco lo necesito. Ojalá un día nosotras, nuestras hijas, puedan vivir sin esta presión asfixiante.
Ese corazón transparente que tomas entre tus manos, la sangre, el semen, el sudor, las heridas… ¿Cómo explicas que tu poesía sea tan visceral y corpórea?
Porque todo lo siento primero en el cuerpo de manera muy clara, incluso la necesidad brutal de escribir a veces. Además, soy, somos, esencialmente, sangre, semen, sudor, heridas, dolor y amor.
Nacer es una masacre, escribes. ¿Es la maternidad uno de los temas ineludibles en tus poemarios, desde Un nido en las clavículas?
Sí, sin duda, porque yo sólo sé escribir de lo que me pasa, de lo que me está golpeando. Y desde 2016 lo que me pasa, sobre todo, es Luna, mi hija. Aun antes de Un nido en las clavículas, en la antología feminista Discípulas de Gea, ya publiqué un conjunto de poemas sobre el deseo de ser madre, que tan salvajemente me latía entonces por dentro. Supongo que la continuación necesaria fue Un nido en las clavículas, en torno a la muerte y a la vida que había sentido dentro de mí. Allí escribí: «Escribo sobre mis manos / porque te sostienen». Es un buen resumen. Luna lo llenó todo, ocupó todo, se quedó con todo, incluso con la poesía, eso que era tan de mí, tan mío y sólo mío. También en Morfología de la sangre cuando mi hija creció un poquito y empecé a obsesionarme con mi propia infancia. Mirarse al espejo después de ser madre es, a veces, aterrador. Escribo porque soy hija y porque soy madre, porque no sé cómo gestionar ninguna de las dos cosas. En realidad, porque no sé gestionar casi nada.
Entre las mujeres citadas en el poemario están Sylvia Plath, Anne Sexton, Alfonsina Storni, Adrienne Rich… ¿Siempre vuelves a las clásicas? ¿Crees que siguen faltando poetas (mujeres) referentes?
El hecho de plantear esta pregunta nos da la respuesta. No tanto de que falten referentes, sino de que las escritoras no sean consideradas como tal. Yo vuelvo una y otra vez a las maestras, porque gracias a que fueron, somos, porque con ellas empezó todo y porque ellas ya escribieron sobre los temas de los que ahora escribimos. Tengo una especie de obsesión insana por Sylvia Plath, pero también son referentes para mí poetas actuales como María González, Maite Dono o Maribel Llamero y otras escritoras como Diana Oliver.
