Mayorga es, al menos para quien esto escribe, el mejor autor dramático español de los últimos años, como corroboran sus numerosos premios y, sobre todo, sus numerosos montajes por todo el mundo, siendo uno de los autores más representados internacionalmente. Con motivo del último de sus estrenos, la editorial La uÑa Rota publica El cartógrafo, que ha estado un mes en cartel en las Naves del Español en el Matadero de Madrid, con dirección del propio autor e interpretada por Blanca Portillo y José Luis García-Pérez. Sin embargo, este texto ya se incluyó en el volumen de Teatro (1989-2014) que publicó hace unos años esta misma editorial.
Con El cartógrafo, Juan Mayorga vuelve al teatro de la memoria, al teatro contra el olvido, uno de sus temas predilectos y que ya abordara en piezas como Himmelweg o El jardín quemado. En esta ocasión, la obra se centra, en parte, también en el tema del holocausto judío a través de la historia del cartógrafo del gueto de Varsovia, una leyenda (o no) sobre un hombre que dibujó un mapa del gueto desde dentro, puesto que todos los que se conservan están realizados por los nazis. Ese hombre, anciano y enfermo, ante la imposibilidad de moverse de su habitación, manda a su nieta pequeña a recorrer las peligrosas calles del gueto para que le ayude en la elaboración del mapa, para que sea ella sus ojos. La historia cuenta que la niña logró salvarse del exterminio y consiguió sacar del gueto el mapa, en su cabeza, y realizar una copia. Esa historia es la que obsesiona a Blanca −la protagonista del presente en la obra mayorguiana− desde que se la contaron. Está en Varsovia por su marido, quien ocupa un cargo diplomático en la Embajada española, e inicia una búsqueda infatigable del mapa, convencida de su existencia, a pesar de las consecuencias que pueda tener enterrarse en el pasado de la ciudad y dejar de vivir su presente.
El matrimonio español y el viejo cartógrafo y su nieta son los protagonistas principales de la obra, intercalando el tiempo entre el presente y el pasado. Sin embargo, a partir de cierto momento, Mayorga juega al gato y al ratón con el lector, despliega la difícil maquinaria para la ambigüedad y presenta a otro personaje femenino, una cartógrafa soviética brillante, de quien Blanca sospecha que puede ser justamente la niña judía del gueto. Con ella, recordamos temas ya presentes en su última pieza anteriormente estrenada, Reikiavik. Aunque no es la única obra del autor con la que pueden establecerse relaciones intertextuales entre ellas y El cartógrafo. El lector que conozca la trayectoria del dramaturgo podrá encontrar más de un guiño en sus páginas.
Como es habitual en Mayorga, su maestría dramatúrgica empuja al lector a zambullirse en la historia sin descuidar para nada la forma. Si en el anterior texto ya citado, publicado también por La uÑa Rota, nos adentraba en el apasionante mundo del ajedrez en el contexto de la guerra fría, aquí nos descubre todo un universo insospechado a través del arte de dibujar mapas, de crear la realidad a través de un mapa, a apreciar que un mapa es capaz de salvar vidas. Y, como siempre, sus reflexiones no son sólo lo que aparentan, sino que hay mucho más detrás de ellas. Y que la búsqueda de un mapa puede ser sólo un subterfugio para encontrarse a (o para huir de) uno mismo.
La edición se complementa con un ensayo a modo de epílogo de Alberto Sucasas, que cita, y con muchísima razón, el libro ensayístico de Mayorga Elipses, publicado el año pasado por esta misma editorial y que es una lectura imprescindible. Y también con las ilustraciones, como viene siendo habitual en los libros de Mayorga en La uÑa Rota, de Daniel Montero Galán (quien, por cierto, crea a cuatro manos, junto con el escritor Dino Lanti, unas viñetas fantásticas que publican en el blog Materia Dispersa y que no tienen desperdicio).
Este texto de Mayorga está llamado a convertirse en una de sus obras de referencia, ineludible para cualquier amante del buen teatro y de la buena literatura dramática, pero también para todo aquel preocupado por conservar la memoria de los acontecimientos históricos que, en los tiempos en que vivimos, podrían asaltarnos de nuevo el día menos pensado.