
Las desdichadas, de Sara Catella, es una de las novedades de la editorial Tránsito. Esta breve novela recrea las palabras de una matrona reconocida por la ciudad de Bellinzona a un cura muy enfermo en una aldea suiza llamada Corzoneso, cerca de la frontera italiana, en noviembre de 1912. Pero, como bien indica en el prólogo Aroa Moreno, dicha historia es extrapolable a un pueblecito español hace cien años: las costumbres y la devoción las reconocemos perfectamente. La traducción corre a cargo de Regina López Muñoz.
Caterina Capra tiene un cometido: atender al párroco Antonio Bolgeri, de ascendencia italiana, que yace en cama con una enfermedad que le impide hablar, aunque la mujer desconoce si sus cuidados y las inyecciones suministradas le serán abonadas finalmente; no obstante, acude diariamente para administrarle los medicamentos, mientras le cuenta las novedades que se están produciendo en Corzoneso, un pueblo repleto de mujeres que se ocupan de todo ante la ausencia de sus esposos, y las dificultades y aflicciones que encuentra en su trabajo como matrona.
Con un lenguaje coloquial y ciertas incorrecciones gramaticales propias de su condición social, Caterina reprocha al eclesiástico sobre ciertos conflictos que sufren las vecinas y los infortunios que soportan por su doble condición de mujer y pobre mientras este vive inmerso en un espacio de lujos y alimentos:
¿Para qué le contaré yo esas cosas, si ya las sabe? Pero ¿usted ve esa miseria espantosa que se nos agarra igual que el olor a cuadra que no se quita jamás por más que nos lavemos? Usted hace como el que no se entera. Vive rodeado de limpieza (pág. 23).
Y como el resto de sus vecinas, padece, además, los temores de la religión católica con la supuesta llegada del diablo ante la ausencia de un sacerdote que bautice a los recién nacidos o que bendiga a las madres tras las “impurezas del parto”: «Hasta que usted, cura, no pasa a bendecirlas, son mujeres corrompidas» (pág. 41).
Con un monólogo que recuerda al de Carmen en Cinco horas con Mario de Delibes y al de Emma en De algún tiempo a esta parte de Aub, Caterina condena las condiciones sociales y sanitarias de las mujeres que, exhaustas, han de cuidar de sus numerosos hijos y realizar las duras tareas de los hombres para sobrevivir. Asimismo, recrimina al eclesiástico el peso del pecado que las condena a múltiples embarazos, a la posible deshonra si han de criar solas y a al hambre y a la miseria más absoluta. La autora expone, con determinación y toques de humor, la desinformación con la que ha vivido la mujer durante siglos, atemorizada siempre por un Dios cruel y vengativo y por una creencia religiosa que es más una tortura que una salvación.
Las desdichadas no deja de ser un homenaje a todas las mujeres que soportaron el peso de la familia, de la religión y de las habladurías, con absoluta entereza, en regiones económicamente desfavorecidas en las que cuidar de los hijos suponía un tremendo desafío. Una vez más Tránsito lo ha vuelto a hacer: me ha descubierto otra lectura comprometida y apasionante que no dejará indiferente al lector y que no pararé de recomendar.