De vez en cuando me gusta leer a autores que están empezando a publicar, que no son conocidos o que no tienen una gran editorial detrás. Y cuando encuentro alguno que, por alguna razón, me gusta especialmente, suelo escribir una pequeña reseña de recomendación. En esas ocasiones me siento como un aventurero que ha descubierto algo magnífico que pocos habían visto antes.
Otro de los atractivos de leer a nuevos autores es que, entre tanta literatura encorsetada por su deseo de agradar, a menudo se encuentran obras frescas, diferentes, que logran sorprender.
En 2022 leí la primera novela de Fran Camacho, el autor que os traigo hoy. Este mayo de 2025 ha publicado su tercer libro, Las formas del agua, con la editorial Calla Canalla. El título llega después de Pastor y la huella (2021), que ya valoré con un excelente, y Montaña arriba (2024).

Podemos decir que la evolución es lógica: en esta nueva obra encontramos un reto literario más arriesgado que en sus dos novelas anteriores. Un ejercicio de calidad narrativa que el autor logra resolver de manera claramente satisfactoria. Pero, ¿qué encontramos en Las formas del agua que la diferencia de sus predecesoras?
Las formas del agua es un libro que reúne catorce relatos cortos. Ya desde aquí encontramos una diferencia importante, porque —en mi humilde opinión— es en el relato breve donde un autor realmente se consagra o fracasa.
El relato corto dispone de poco tiempo: poco para construir un contexto, poco para definir a los personajes y transmitir un mensaje, poco para dar giros de guion o sorprender al lector. Esa limitación lo convierte en un género exigente, que requiere un dominio del lenguaje y una sensibilidad especial para que cada historia se sienta completa sin parecer un nuevo comienzo catorce veces seguidas.
Fran Camacho logra lo que se propone en esta obra gracias a algo que ya había mostrado en sus novelas anteriores: tiene voz. Y tener una voz propia es, quizá, una de las cosas más difíciles de alcanzar en la escritura. La de Fran se mueve en un terreno cercano al realismo sucio, con una prosa que no teme ensuciarse con lo cotidiano ni rozar lo áspero. Utiliza palabras poco habituales, a veces de un registro inesperado, pero que al combinarse generan una musicalidad extraña y satisfactoria. Es ese tipo de lenguaje que describe con precisión y, al mismo tiempo, seduce: te sorprende encontrando giros tan personales que dan ganas de incorporarlos a tu propio vocabulario.
Y es precisamente esa voz, tan marcada y reconocible, la que sostiene el conjunto de relatos. Buenas historias hay millones, y cada día surgen nuevas, magníficas, que esperan a alguien que las cuente. Pero cuando te encuentras con un escritor que tiene voz propia, todo cambia. Un autor con Voz es capaz de hacer interesante el relato de un desconocido comiendo un plato de lentejas; convierte lo cotidiano en algo digno de ser contado.
Esa voz, ese rasgo identitario que permite reconocerlo entre muchos, ya estaba presente antes, pero quizá no había encontrado aún las historias adecuadas para desplegarla. En Las formas del agua, sin embargo, ha hallado catorce relatos donde puede lucirse plenamente, y el resultado, en conjunto, es francamente notable. Evidentemente, no te van a encantar las catorce narraciones, pero el libro está concebido de tal forma que resulta divertido comparar cuál es tu favorito y por qué.

En Las formas del agua el autor nos transmite tristeza y desasosiego a través de escenas cotidianas. Son historias con una gran carga dramática que ocurren en contextos reconocibles: un viaje en taxi, un pozo abandonado, una carretera oscura, una casa en silencio. Todas ellas comparten ese malestar sutil que se instala mientras lees.
Son lecturas que te generan un cosquilleo, que te obligan a cambiar de postura porque no estás del todo cómodo, que te hacen recordar a los seres queridos que ya no están. Esa incomodidad quizá sea lo más discutible del libro, pues no todos los lectores buscan enfrentarse a ella.
Pero vayamos a lo importante: logra provocar sensaciones. Y si la literatura no es para eso… ¿para qué leemos?
En lo personal —y se me permitirá el toque narcisista—, me han gustado Generación Moman, porque me recordó una historia de bullying que presencié y que aún hoy me acompaña, aunque entonces no supe entenderla como ahora. También disfruté La ciudad dormida, quizá por esa atmósfera de conversación entre desconocidos que comparten un coche en la noche, con límites difusos entre lo real y lo emocional. Y La caja de costura me impactó especialmente, ahora que soy padre reciente.
Pero no quiero condicionar a nadie. En esta colección hay, sin duda, un relato para cada lector. Parte de la magia está en descubrir cuál te habla a ti, cuál logra remover algo que creías quieto.
No puedo hacer más que recomendar este libro. Como ya he comentado, en esta ocasión Fran Camacho utiliza el lenguaje como una varita capaz de provocar sensaciones en el lector, más allá de contarnos una historia, como hacía en sus dos libros anteriores. Es de agradecer que se haya arriesgado y haya dado un paso más en su camino como escritor. Le ha salido bien.
Pero igualmente, y parafraseando a Kafka: “no vamos a sobrevalorar lo que ha escrito; se le haría muy difícil lo que aún pretende escribir”.
Esperamos su próximo libro y que vuelva a sorprendernos. Sinceramente, creo que su voz todavía no ha encontrado la historia definitiva que le permita desplegarse por completo.
Y como en todas mis reseñas, me gusta mencionar otros libros recientes que me recuerdan al reseñado por algún motivo.
Os recomiendo Un lugar soleado para gente sombría (¡titulazo!) de Mariana Enríquez, una colección de doce relatos más orientados al terror que los de Fran, pero que, al igual que estos, no necesita grandes rodeos para ser efectiva. Enríquez sitúa el horror en la vida cotidiana, y eso lo vuelve aún más inquietante.
Y si al final sentís que los relatos de Fran o Mariana os dejan un mal cuerpo y necesitáis desintoxicaros un poco, os propongo otro libro de relatos que leí recientemente: Gravedad cero de Woody Allen. Es un compendio de historias tan ingeniosas como divertidas, narradas con la voz inconfundible del cineasta. Con su habilidad para el lenguaje y el humor, Allen consigue llevarnos muy, muy lejos, a otra dimensión… desde el sofá de casa. Brillante.
Tres formas distintas de explorar la palabra: para estremecer, para incomodar o simplemente para hacernos reír. Repito: ¿Para qué leemos, si no?