La Sala Beckett, en colaboración con el Teatre Nacional de Catalunya, dedica estas semanas un ciclo al dramaturgo Josep Maria Miró, una de las voces más sólidas de la dramaturgia catalana contemporánea, traducido a más de veinte idiomas y representado internacionalmente. El ciclo, compuesto por diversas actividades (charlas, clubs de lectura, mesas redondas, lecturas dramatizadas, coloquios…), que abordaremos en la segunda entrega de este artículo, tiene como plato fuerte el estreno de su último texto, Olvidémonos de ser turistas.
Se trata de una coproducción de la Sala Beckett, el Teatro Español de Madrid y la compañía argentina Gabriela Izcovich, que combina el talento de las tres ciudades teatrales −Barcelona, Madrid y Buenos Aires− en su equipo artístico. El texto de Miró, que empieza con una pareja en una habitación de hotel, como aquel Fum en el TNC de hace ya unos años, nos plantea cuál es la condición del turista frente a la del extranjero o la del emigrante, incluso. Qué denominador común comparten los unos que no se encuentra en los otros. Y cómo se viven las situaciones estando fuera de la zona de confort de uno mismo, fuera de la seguridad geográfica que conocemos. La pareja protagonista emprenderá un insospechado viaje en medio de sus vacaciones que les llevará a reabrir heridas no compartidas pero que les duelen por igual y a cruzarse con lugareños dispares que les ayudarán, a su modo, a seguir avanzando.
La dramaturgia de Miró encierra mecanismos tal vez imperceptibles dentro de la naturalidad de la puesta en escena, pero de los que fascinan al espectador analítico, como, por ejemplo, que el matrimonio se hable, mayoritariamente, a través de enunciados interrogativos. Miró propone una pieza formada por escenas dialogadas, es decir, conversaciones entre dos personajes, con algunos monólogos de transición. El matrimonio protagonista está interpretado por Lina Lambert y Pablo Viña, mientras que los actores argentinos Eugenia Alonso y Esteban Meloni hacen alarde de su brutal “camaleonismo” al encargarse del fresco de personajes que coincidirán con los protagonistas durante su viaje, y que en nada se parecen al que han interpretado en la escena anterior.
La puesta en escena de Gabriela Izcovich demuestra que, para crear un gran montaje, lo fundamental es contar con buenos actores, un buen texto, y una dirección certera y sensible. Apenas cuatro elementos escénicos, algunas proyecciones y un buen diseño de iluminación, a cargo de Maria Domènech, bastan para recrear todos los escenarios y todas las atmósferas que habitan en la pieza. Porque Olvidémonos de ser turistas es un gran montaje, que rebosa arte y talento por doquier. Por eso, cuando llegamos a la anagnórisis final, a la revelación, aunque pueda resultarnos predecible desde varias escenas antes, el trabajo de Izcovich, la sutileza y la naturalidad de su dirección, de la que se impregnan las interpretaciones, hacen que la emoción que vemos nos llegue clara y sin adornos, sin melodramatismos, sin sobreactuaciones, y nos golpee de improviso.
Todavía se puede disfrutar de este gran trabajo en la Sala Beckett hasta el 25 de febrero, y el público madrileño deberá esperar hasta primavera, donde estará en cartel en la Sala Margarita Xirgu del Español del 10 de mayo al 10 de junio.