Isaac Rosa realiza una crónica contundente del efecto de la crisis en toda una generación en una novela tan vertiginosa y audaz como irregular y demasiado reiterativa.
Seix Barral añadió una pestaña a su edición de La habitación oscura que rezaba: “La novela de tu generación”, y sí, es muy posible que Isaac Rosa haya conseguido captar y describir de manera fiel y brutal el desconcierto de una parte de esa generación a la que eso que llaman crisis cogió tan desprevenidos que el golpe resultó demoledor y cuyas verdaderas y salvajes consecuencias todavía no somos capaces de adivinar por lo reciente del hecho. Digo de una parte de esa generación porque Rosa habla de unos jóvenes preparados, cultos y modernos de clase media en tránsito hacia la madurez, olvidándose de esa otra mitad que forman los currantes sin estudios, los obreros de a pie que tenían muy poco y ahora, gracias a dicha crisis tienen menos que nada. Cada uno habla de lo que quiere y seguramente para la metáfora que significa La habitación oscura dichos personajes resulten mucho más idóneos debido a que jamás hubiesen imaginado encontrarse en terribles situaciones económicas o marchando en alguna manifestación reivindicando sus derechos. Aun comprendiendo que la crítica resulta mucho más mordaz desde este punto de vista, no puedo dejar de lamentar la exclusión de ese estrato de la sociedad en una novela precisa y pretendidamente social.
La habitación oscura arranca de forma apabullante con un narrador en segunda persona y que cambia a la primera del plural en un gran acierto de Rosa, que mantendrá coherentemente durante toda la novela. Con este impecable recurso consigue implicar de inmediato al lector y hacerlo partícipe de una historia completamente coral a la vez que demuestra una soberbia habilidad narrativa al mantener el pulso de manera impecable en tan difícil propuesta a la hora de escribir. El autor despliega un estilo moderno y un ritmo vertiginoso ayudado por otro gran recurso, el de trasladar el uso del time lapse a la literatura, metáfora a su vez del frenético ritmo de vida pre-crisis, así como también la impagable sensación de vivir en una sitcom, hecho que estoy seguro esta generación ha imaginado más de una vez en su vida. De esta manera las primeras páginas de La habitación oscura se devoran y disfrutan rápidamente, alimentadas también por la necesidad planteada en las primeras líneas de conocer qué ha ocurrido en la vida de los protagonistas, qué grave hecho les (nos) ha convocado de nuevo allí a todos. Protagonistas que son descritos todo el tiempo como partes de una unidad total, la formada por el grupo de jóvenes que durante quince años crean y ocupan la habitación oscura y que incluso cuando alguno de ellos es nombrado por separado o se cuenta su historia, son tratados como una extensión o ramificación del grupo, del conjunto global.
Lamentablemente durante este periplo del grupo hacia la madurez -que si siempre resulta complicado con el paisaje de la crisis económica lo es todavía más- Rosa peca en demasiados momentos de reiterativo, repitiendo situaciones, conceptos e imágenes a lo largo del desarrollo de la trama que van erosionando el estupendo trabajo inicial. Si en la primera parte abusa demasiado de los obvios escarceos sexuales (con comentarlos en un par de líneas hubiese bastado) en la segunda explota hasta la saciedad el concepto de la habitación oscura como único refugio posible, de ese cambio de la estancia de Kibbutz urbano a especie de agujero de avestruz. No sólo se muestra el autor repetitivo en estos dos casos sino que a lo largo de la novela comete el mismo error varias veces con pasajes que son casi completamente similares -aunque no descarto que algunos como los de la risa, el llanto y el grito lo sean deliberadamente-; el número de ejemplos es demasiado grande como para no ser considerado un fallo enorme en la estructura narrativa del libro. Hasta tal punto que estas repeticiones también puedan ser tomadas por el lector como un insulto a su inteligencia, un machacón intento de hacerle comprender una idea que, estoy seguro, no era la intención de Isaac Rosa.
Todo esto me hace pensar que quizá La habitación oscura hubiese resultado mucho más redonda en forma de relato largo o novela corta y que, pese a su agradablemente no excesiva duración, el autor ha querido estirar unas buenas ideas, historia y planteamiento que en realidad no daban para tanto. Con todo, sin riesgo no hay gloria y esta es una novela audaz y necesaria: pese a sus errores o carencias se agradece no solo el valiente estilo narrativo sino también una trama repleta de contundencia y reparto de culpas, de denuncia y crítica total y, sobre todo de absoluta falta de autocomplacencia. Por último, el estupendo final, abierto y demoledor, recupera y reconcilia todo lo que habíamos perdido por el camino.
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