Los montajes del director suizo Milo Rau que han podido verse en Barcelona en los últimos años —pensamos en Civil Wars o Five Easy Pieces, por ejemplo— siguen todos un patrón bastante parecido y se basan en el teatro documento y en experimentar con los límites de la teatralidad, de lo representable, y, por ende, de la ficción. Rau procura que los temas sobre los que versen sus montajes sean polémicos, peliagudos, delicados… y que, desde el escenario, se planteen de modo que el espectador se sienta fascinada a la vez que ligeramente incómodo, inquieto e incluso angustiado ante la confrontación de cuestiones artísticas, estéticas y cuestiones éticas, morales.
Lo vimos en el Teatre Lliure de Gràcia hace dos temporada, con la historia de un asesino en serie de niños interpretada por niños en ese Five Easy Pieces citado anteriormente. Y esta temporada ha vuelto al Lliure —aunque esta vez a Montjuic— con Die 120 Tage von Sodom, “Los 120 días de Sodoma”, una propuesta a partir de los textos del marqués de Sade en los que se inspiró la última película de Pier Paolo Pasolini, Salò o le 120 giornate di Sodoma, que Rau busca recrear en escena. Esta recreación, sin embargo, la lleva a cabo con dos compañías de Zurich, la Schauspielhaus Zürich y Theater HORA. Esta última tiene la particularidad de ser una compañía de teatro profesional integrada por personas con discapacidad psíquica en cuyos montajes tematizan precisamente esa condición. Y cabe destacar la entrega que muestran en el escenario.
La apuesta del director en esta obra, estrenada hace ahora dos años, es provocar al espectador al recrear las escenas más explícitas y escabrosas del film de Pasolini con los actores de la compañía HORA, que interpretan al grupo de jóvenes que son torturados etc. hasta la muerte, mientras que los cuatro actores de la Schauspielhaus toman los papeles de los fascistas verdugos. Hay una clara intencionalidad de visibilizar el trabajo de la compañía con capacidades especiales así como de poner en relieve cómo es la vida de una persona afectada, por ejemplo, por el Síndrome de Down, y cómo gran parte de la sociedad les rechaza o, incluso, les aborta en caso de poderse detectar en pruebas perinatales.
Y, a pesar de que la intención es buena, de que la ejecución y el planteamiento dramatúrgico también, esta vez Rau no nos fascina como lo ha hecho antes, no nos deja con la boca abierta, sino con una ceja ligeramente arqueada preguntándonos si, para dedicar una pieza de su teatro documental a un tema tan legítimo como la percepción de la sociedad de las personas discapacitadas y su propia percepción, y la normalización de sus capacidades en una demostración de que todos somos personas, todos sentimos, todos sufrimos, todos tenemos un padre y una madre, todos tenemos sueños, todos nos enamoramos, todos practicamos sexo, todos podemos hacer teatro y un largo etcétera… era necesario usar esa película de Pasolini tal y como lo hace.