Hace justo once años, la emblemática Sala Beckett de Barcelona –actualmente en plena mudanza, ya que se trasladan de Gràcia a Poblenou− daba a conocer al público catalán al dramaturgo británico Martin Crimp. Lo hacía, justamente, con The country (El campo), estrenada en el año 2000 en el Royal Court Theatre de Londres. Su nombre sonaría después en la misma Beckett por su célebre Attempts on her life (Atentados contra su vida) o, unos años más tarde, por The city (La ciudad).
Ahora puede verse nuevamente El camp, en el Teatre Gaudí hasta el 7 de abril, habiendo pasado ya por el Versus Teatre el pasado diciembre y por la Sala Trono de Tarragona en noviembre. El espectáculo lo firma la compañía La niña bonita, interpretado por Anna Prats, Sonia Espinosa y Xavi Àlvarez, quien también dirige. La obra muestra la relación de un matrimonio roto, que se van a vivir al campo con sus hijos, esperando dejar atrás sus miserias, y cómo esta relación se enturbia insospechadamente cuando una noche él, ahora médico rural, llega a casa con una chica inconsciente en brazos, escena de la que parte la obra.
Tanto en los títulos citados como en muchos otros, puede apreciarse perfectamente lo atractivo e interesante de la dramaturgia de Martin Crimp, tanto por su contenido como, sobre todo, por su forma. Crimp juega siempre entre la ficción y la realidad, presenta personajes claroscuros, intriga al espectador con vacíos que nunca llega a resolver, cuenta la mitad de la historia a través del subtexto… Es, en cierto modo y salvando las distancias, un teatro muy pinteriano, como el de otros de sus contemporáneos que trabajan también con la forma y el lenguaje teatral.
Por ello, por sus características, montar a Martin Crimp no es tarea fácil. Que el texto sea de una gran calidad dramática no garantiza un buen montaje, porque es tal el grado de implicación que debe asumir el director en su propuesta escénica que, de no acertar, el texto puede resultar hueco y el montaje incomprensible.
Pero Xavi Álvarez, ayudado en la dirección por Neus Suñé, apuesta y acierta en este El camp. Su dirección casa perfectamente con el texto, creando las atmósferas intrigantes desde el inicio, con la cantinela infantil que suena en voz de una niña y que los intérpretes repiten mientras rodean el sofá que preside la escena y juegan al “piedra, papel, tijera”. También contribuye a la atmósfera las tres bombillas parpadeantes colgadas triangularmente y que los actores balancean en ocasiones.
Sin embargo, si algo de la escenografía –a cargo de Laura Clos ‘Closca’ y la compañía− resulta llamativo para crear el ambiente, es, sin duda, el telón de fondo, una suerte de ciclorama estampado con un bosque que se ilumina en distintas tonalidades e incluso sirve para efectos puntuales como los faros de un coche que se va. El resto de elementos recrea la sala de estar de una casa con niños, dejando en un lateral un espacio en penumbra roja donde los actores que no intervienen en escena se mantienen igualmente en el escenario, en una espera activa, en segundo plano.
Los tres actores defienden sus personajes con soltura y aportan un tono de naturalidad cotidiana al texto de Crimp. Las tres personalidades están bien definidas y defendidas por los respectivos actores, si bien es cierto que las dos actrices sobresalen ligeramente respecto al actor y director, cuidando más los detalles de su interpretación, como se nota en toda la gestualidad corporal que despliega Sonia Espinosa cuando nos presenta a Rebecca en la segunda escena, o la expresividad facial de Anna Prats.
El ritmo, las pausas y los matices tonales, todo ello tan importante en un texto como el de El camp, están medidos y bien dirigidos, como también las acciones escénicas, tanto las que incluyen el diálogo como las que el espectador ve en el plano lateral o en las transiciones. Tal vez lo único que no termina de convencer es el recurso repetido de las canciones en directo y a capella para pasar de una escena a otra, salvo el Space Oddity del recientemente fallecido David Bowie donde terminan por mezclarse las tres voces, que se acoplan muy bien.
Martin Crimp es siempre una opción a tener en cuenta si está en cartelera, y más si la propuesta escénica es de la calidad y va tan en consonancia con su estética dramatúrgica como la que presenta La niña bonita. Sin duda, un buen montaje de teatro contemporáneo, apto para cualquier espectador inquieto, conozca al autor o lo aproveche para iniciarse en él.