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‘Las histéricas fueron lo máximo’: mujeres y escritoras en la España del siglo XX

El pasado viernes, en el Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla, una conferencia titulada Las histéricas fueron lo máximo inauguraba el programa de la I Convivencia Feminista organizada por la revista La tribu de Frida. En esta charla Alba González Sanz habló sobre feminismo, sobre la lucha de las mujeres por sus derechos y, especialmente, sobre el papel que la escritura tuvo en estos movimientos.

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En el siglo XIX España empezó a poner en práctica los preceptos liberales que ya se habían extendido al resto de Europa, y que tienen su origen en el triunfo de la razón propio de la época ilustrada. Estas ideas liberales llegaron en España a su punto más alto en 1931, cuando se instaura la II República y se materializan en la Constitución y en las leyes esos preceptos: la libertad de expresión y el voto universal dan buena prueba de ello. Por otro lado, esta época liberal también supuso un empuje para la posición social de la mujer, que llega a ejercer el derecho a voto en 1933, a pesar de que el derecho se había conseguido ya en 1931.

Esta situación, sin embargo, no trajo consigo una igualdad en el plano político (ni en ningún otro) real y completa entre hombre y mujeres. Para Alba González Sanz, licenciada en Filología Hispánica, formada en igualdad y doctoranda de literatura, todo esto hunde sus raíces en la época decimonónica. Es en este momento en el que se empieza a configurar qué es un Estado y qué es ser un ciudadano, y por tanto, cuáles son los derechos y deberes de éstos.

La continuidad de la lucha
Con el levantamiento de julio de 1936 y el inicio de la Guerra Civil se pone fin al mencionado periodo liberal y con él, al empuje de las mujeres que luchaban por sus derechos. Con el régimen franquista se rompe la continuidad histórica de esas ideas liberales, y las mujeres que ejercían el activismo por las mismas serán rechazadas y perseguidas doblemente: por su republicanismo y por ser mujeres políticamente activas.

Para la dictadura franquista el siglo XIX y los años que van hasta 1936 fueron considerados algo pernicioso que debía caer en el olvido; esas ideas eran las que habían arrastrado al país a una situación inestable el borde de una revolución bolchevique. En este momento se pone en marcha un mecanismo que elimine todo aquello que se había considerado laico, ateo y liberal, pero también todos aquellos modelos femeninos que habían hecho eclosión durante la República. «Esto hace que no tengamos una continuidad sobre nuestros procesos históricos y políticos tan marcada», explicaba Alba González, «este corte es especialmente importante para las autoras o mujeres feministas del momento, a las que van a perseguir por su doble condición de mujer y republicana».

La ponente, durante la conferencia. (Foto: Carmen Joy)

Y es que el levantamiento militar que pone fin al sistema liberal español se produce justo cuando las mujeres habían empezado a ser sujetos de pleno derecho, al menos sobre el papel. Desde el siglo XIX, con sus inestables regímenes y con la introducción paulatina de las ideas liberales, muchas mujeres habían intentado reivindicar cuestiones políticas, siendo la del voto la más simbólica. «El corte histórico que se produce es tremendo, porque tras los 40 años del franquismo hemos perdido de vista a las pioneras que anduvieron el camino en la República», afirmaba la filóloga. Por esto, cuando se buscan referencias feministas en el panorama social actual es necesario retroceder hasta la época de la Transición.

Con la instauración del régimen franquista se produce una vuelta a la idea de la mujer como «ángel del hogar», como el ama de casa que debe mantenerse en el ámbito privado y cuidar de los hijos y del marido. «Con el fin de una guerra hace falta aumentar la población, eso es así, es demografía. En este momento existía la necesidad de una mano de obra para reconstruir un país que, por otro lado, se establece sobre un sistema autárquico», decía González.

Todo esto no es algo que ocurrió en un pasado lejano y que quedó en el olvido. La importancia de prestar atención a estos hechos estriba en que el presente es hijo de ese pasado, de que todos nosotros «tenemos que ver con un montón de sucesos, personas e ideas», que están ahí aunque no seamos conscientes de ello, y estamos más relacionado con todo ello de lo que creemos. No es de extrañar que los periódicos publiquen noticias sobre el número de víctimas de la violencia de género, que se produzcan debates sobre el derecho del aborto o que el número de mujeres en la política sea exiguo: es que a España le han faltado 40 años de feminismo que en otros países se han ido desarrollando.

La escritura y la pelea por la educación
Cuando se piensa en el feminismo en el siglo pasado, normalmente la idea que se aparece es la de las sufragistas americanas o inglesas que piden el derecho a voto. Esto, por el motivo de la continuidad histórica, no se ha dado en España. Lo que se va a pedir en España en un primer momento es el derecho a la educación.

Con el desarrollo del capitalismo en el siglo XIX se va a producir el ascenso de la burguesía como clase económica dominante. Esta clase comenzará a reproducir y dispersar la imagen de una familia ideal en la que la mujer se convierte en una madre abnegada, en la que se idolatra la maternidad. «De hecho, en este momento se empezará a ver mal que las mujeres de clase media y alta no amamanten a sus hijos», explicaba González, «cuando hasta este momento lo normal es que no fueran ellas las que lo hiciesen», sino que se encargase a una nodriza. Esta imagen de la familia va a propiciar la partición de la realidad en dos esferas: la privada y la pública. En la primera de ellas se desarrollarían la economía, la política y la alta cultura, y serían los varones burgueses los que podrían acceder a ella. En cambio, para la mujer queda reservada la esfera privada y todo lo relativo a los cuidados domésticos.

Aun así, las mujeres abrieron vías mediante las cuales pudieron sortear la esfera privada, como la literatura. En principio, a las mujeres se les permite escribir porque se entiende que la expresión de sus sentimientos está relacionado con su naturaleza de mujer. No obstante, las temáticas sobre las que pueden escribir quedarán delimitadas a los géneros más sentimentales, y se producirán largos debates cuando una mujer decida salir del molde en el que su condición femenina la mantiene. «Incluso aquellas mujeres conservadoras, que escribieron que el escenario propio de la mujer es la casa y el cuidado de sus hijos, estaban saliendo de ese molde», defiende la investigadora, «porque están saliendo del rol por el mero hecho de escribir. Ellas son mujeres emancipadas que trabajan y viven solas».

Estas mujeres escritoras, con el tiempo, acabarán usando esos escritos para reivindicar la necesidad de acceder a la educación más allá de las clases de labores y catecismo que les eran enseñadas. Estas reivindicaciones del derecho a una educación irán prontamente aparejadas a las reivindicaciones de un trabajo digno que les permita mantenerse de forma más o menos independiente. “Al principio se reclaman trabajos que se consideran femeninos y que a día de hoy se siguen considerando de esa forma, como el magisterio o la enfermería, pero más tarde se reclamarán otro tipo de trabajos” que, por otra parte, estarán relacionados con los estudios universitarios.

Paulatinamente se produce una incorporación de las mujeres a la vida universitaria, y en las clases se van admitiendo poco a poco a un número mayor de estudiantes femeninas. Aun así, esto no trajo consigo la incorporación de la mujer a los puestos de trabajo para los que habían estudiado. «Realmente esto de ver a una mujer ejerciendo el Derecho es algo relativamente reciente, casi en la Transición», comentaba González. Pero cuando las mujeres comienzan a asistir a la universidad empieza a correr la idea de que una sociedad de progreso justa no se puede conseguir si no es a través del derecho a voto y a otros derechos políticos; a través de la regulación de la maternidad y de los derechos sexuales y reproductivos.

Queda mucho por hacer
Muchas de las autoras que desarrollaron su carrera literaria entre finales del siglo XIX y principios del XX llegaron a una conclusión que a día de hoy nos resulta muy moderna: la del género como una construcción sociocultural. Aunque no hablen explícitamente de género son muy conscientes de que los convencionalismos hacen pasar por natural desigualdades y roles que no son naturales en absoluto. Con todo, una idea que ya se estudiaba durante el siglo pasado como el origen de todas las diferenciaciones entre hombres y mujeres no está plenamente aceptada hoy en día, cuando aún se siguen utilizando argumentos biológicos para justificar una desigualdad de origen social.

En general se tiende a pensar que la mujer consiguió la igualdad con respecto al hombre cuando se logró el sufragio universal, pero ahí no acaba la lucha. «Todos sabemos que por meter el papelito en la urna ni somos más libres ni tenemos más derechos, porque las leyes nos expulsan constantemente», argumentaba Alba González en relación a las leyes concebidas para los hombres. Y es que el siguiente paso para conseguir la plena igualdad consiste en pasar de ser electores a elegibles, y a poner en marcha desde el Parlamento una serie de medidas que pongan el acento en la igualdad real entre hombres y mujeres.

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