La recién nacida editorial Círculo de Tiza acierta de pleno al publicar, dentro de su colección Radicales, Zona de obras de la periodista argentina Leila Guerriero.
Zona de obras no es un libro de periodismo, ni de Historia, ni de viajes, ni de escritores, ni de memorias; al menos, no es nada de eso stricto sensu. Quizá contenga trazas de todo lo anterior, pero, desde luego, es un libro sobre pasiones: la del escritor ferviente y comprometido, siempre curioso por lograr el estilo perfecto; la del rastreador de historias; la del periodista que dedica un tiempo precioso a escuchar, a documentarse y a compartir a través de la palabra. Leila es una escritora consagrada (ya cuenta con cinco títulos en su haber), pero sobre todo, sigue siendo una lectora voraz que decidió que no iba a ejercer la profesión para la que había estudiado. En vez de eso, probó suerte y llamó, a principios de los 90, a la puerta correcta: la de la revista argentina Página/30. A partir de ahí comienza su carrera consagrada a la tinta: ha pasado por muchos y muy diversos medios: Vanity Fair, Rolling Stone, El Malpensante, SoHo, L’Internazionale, Etiqueta Negra…) y hoy colabora en Babelia (El País) y El Mercurio, entre otros, aparte de ser editora en Gatopardo.
Esta maravillosa y altamente recomendable carta de presentación de Leila Guerriero (Junín, 1967) es una compilación de textos publicados (o leídos en diferentes momentos, como Ferias del Libro o seminarios) en diversos países (Chile, Colombia, España…): una desafiante defensa de la escritura de calidad, fruto de largas horas y concienzudo trabajo, en los tiempos de la brevedad y los titulares fugaces. Charlamos con ella sobre algunas cuestiones, relativas y externas a este libro, un elegantísimo ejercicio que llama a reflexionar sobre el periodismo, como herramienta dignificada con la que diseccionar el mundo; y, por supuesto, que invita a mirar con calma primero, y a buscar la palabra precisa después.
P.- Zona de obras es un libro muy sensual: evoca el tacto de una máquina de escribir, subraya la importancia de la mirada, dignifica la capacidad de escucha… ¿Qué hay del trillado lugar común del “olfato” periodístico? ¿Cómo se sabe dónde hay una buena historia? ¿Cómo se busca? ¿Cómo se encuentra?
R.- No hay ninguna fórmula para eso, porque depende de la mirada de cada periodista. Hay historias que, en principio, no parecen atractivas, pero en manos de un periodista bueno al que esas historias le despierten infinita curiosidad son verdaderas joyas. Si uno es periodista es porque tiene curiosidad, y hay una especie de radar que está conectado siempre. Esa curiosidad se tiene o no se tiene, y es la que dispara la pulsión, la necesidad de contar algo. Si no se tiene, supongo que no hay ningún motivo para transformarse en periodista. Se pueden elegir muchos otros oficios nobles.
P.- Hablemos en términos long-form. Jill Abramson, ex directora de NYT, arranca un nuevo medio y pagará anticipos de hasta 100.000 dólares a sus redactores, para que puedan centrarse en investigar y reportear. En 2014, ¿por qué es esto una noticia?
R.- Yo creo que cien mil dólares de adelanto para un redactor es una noticia ahora, lo era en 1993, y probablemente lo sea en 2028.
P.- Se dice que, para un periodista, es imperdonable hoy no estar en las redes sociales: conectado, actualizado, al alcance. Parece que usted no las usa profesionalmente…
R.- Debo ser imperdonable, entonces, porque no, no las uso. Ni profesionalmente ni por fuera de la profesión. Si me enfoco sólo en el aspecto profesional del asunto, no siento que, por el tipo de periodismo que hago, las necesite. Si lo sintiera, las usaría como una herramienta más de investigación o de trabajo. Por otra parte, la computadora, que es el lugar donde escribo, es, también, el lugar donde me conecto, y ya es bastante difícil, sin tener redes sociales, concentarse en la escritura con la infinita cantidad de distracciones, algunas inevitables, que existen ahí, desde el mail al que llegan decenas de urgencias por día hasta la navegación más vana. No necesito sumar distracción.
P.- En su texto Arbitraria, propone “Cuando escriban, prodíguense. Después, desaparezcan”. ¿Cómo se disuelve el ego periodístico?
R,. No sé cómo se disuelve, cada uno tendrá que encontrar su camino, pero sí creo que hay que tener claro que lo que importa, en una historia periodística, no es el periodista, o los grados de indignación o incomodidad o felicidad que le produzca esa historia, sino la historia en sí. Por otra parte, creo que, cuanto menos notoria sea la presencia del periodista en el momento del reporteo, de la investigación, de las entrevistas, mejor saldrán las cosas. Eso no quiere decir que el periodista tenga que camuflarse o esconderse debajo de una mesa o atrás de un árbol para hacer su trabajo, sino que debe ser una superficie opaca. Su trabajo es ver, no aparecer todo el rato.
P.- No se hace periodismo por enviar un vídeo o tuitear una foto -a pesar del auge del periodismo ciudadano- pero, a la vez, para ser periodista no es requisito imprescindible tener esa formación, como se apunta en el libro. ¿Es el intrusismo una de las causas del deterioro del periodismo?
R.- Esa palabra, instrusismo, me parece muy agresiva. En todo caso, creo que los mismos medios periodísticos empezaron a convencer a la gente –y a los propios periodistas- de que cualquiera era capaz de hacer periodismo. No creo que la formación académica sea siempre necesaria en este oficio, pero sí estoy convencida de que eso no quiere decir que cualquier persona esté capacitada para buscar fuentes, jerarquizar la información, seleccionarla, evaluar el equilibrio de un texto o de una imagen en términos narrativos. Creo que si hay un deterioro del periodismo –cosa que habría que discutir un poco mejor, y ver cuáles son los alcances de ese deterioro- debe haber mútiples causas, y entre ellas sin dudas nos debe caber alguna responsabilidad a los periodistas. ¿Estamos dispuestos a seguir saliendo a la calle a buscar información o nos contentamos con hacer una llamada telefónica y a veces ni siquiera eso? ¿Seguimos teniendo curiosidad y empeño por buscar historias, o nos resignamos a hacer la tarea como si fuera una tarea burocrática? ¿Nos preguntamos, cada tanto, para qué era que queríamos ser periodistas, o pensamos solamente en términos de obtener un empleo seguro?
P.- Parece optimista con respecto al futuro de esta profesión que, sin embargo, pierde puntos en popularidad, respetabilidad, credibilidad y, por supuesto, rentabilidad a la vez que se masifica. ¿Por qué?
R.- No sé si soy optimista, pero a lo mejor lo que en España se ve como catastrófico es algo con lo que los periodistas latinoamericanos hemos convivido desde el principio de nuestro oficio: la falta de recursos, la baja rentabilidad, la denostación del oficio desde los círculos de poder. La inestabilidad, la zozobra, la dificultad, son, para mí y para la mayoría de mis colegas, algo que siempre estuvo ahí. Por eso, supongo, no podría decir que soy optimista: siempre supe que este no era el mejor de los mundos posibles, pero la queja continua y la añoranza engañosa de un pasado que tampoco era el paraíso no tienen sentido.
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