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«Mi relación con la literatura es intermitente, placentera, intensa y nocturna». Entrevista con Daniel Fernández Rodríguez

La Huella Digital agradece a Daniel Fernández Rodríguez  el tiempo que nos ha concedido para realizar esta magnífica entrevista y a Esther Lázaro por su dedicación a esta revista.

Daniel Fernández Rodríguez (Barcelona, 1988), doctor en Filología Hispánica y licenciado también en Catalana, ganó el pasado año 2018 el IV Premio de Poesía Joven Antonio Colinas con el poemario Las cosas en su sitio, publicado por la sevillana Ediciones de la Isla de Siltolá. Este próximo viernes 15 se presentará en Barcelona, en la librería Alibri a las 19h, donde acompañará al autor Luís Castellví Laukamp.

Nos encontramos con Daniel para que nos hable de este galardonado poemario, de sus gustos e inquietudes poéticas, y de cómo combina la faceta de poeta con su trabajo como profesor e investigador, que ejerce actualmente en la Universitat de València gracias a una beca Juan de la Cierva.

E. L.: ¿Cuándo empiezas a escribir poesía y qué te impulsa a ello?

D. F. R.: Como tantas personas, yo empecé a escribir en la adolescencia, como un modo de dar rienda suelta a aquello que, por miedo o vergüenza, no me atrevía a contar a los demás.

E. L.: ¿Sigue siendo ese el motivo por el que escribes?

D. F. R.: No; con el tiempo, la poesía cada vez constituyó menos un desahogo y más una dedicación. En cualquier caso, creo que sigue siendo para mí una necesidad vital, un modo distinto de pensar.

E. L.: ¿Cómo definirías tu poesía o tu estilo como poeta?

D. F. R.: Trato de ser claro y sencillo, y hablar de asuntos y sentimientos anclados en la vida cotidiana. Procuro que el poema posea una cierta música, por lo que me valgo siempre del ritmo y de la métrica. Mis poemas suelen ser nostálgicos, y espero que serenos.

E. L.: ¿Qué poetas o autores influyen en tu poesía?

D. F. R.: Hay autores que siempre tengo en la cabeza a la hora de escribir, como Borges, Ángel González, Gil de Biedma, Miguel d’Ors o Luis Alberto de Cuenca. Y últimamente diría que, entre otros, también me han influido mucho Amalia Bautista, Eloy Sánchez Rosillo, Susana Benet, Andrés Trapiello, Lola Mascarell o Rodrigo Olay. Cada uno en su medida, admiro en todos ellos la claridad, la precisión del verso, el tono reflexivo y sereno. También la música y la ironía. Hay otras voces que quizá no tenga tan en mente cuando escribo, pero que sin duda están ahí, como la lírica tradicional, los clásicos del Siglo de Oro, Heinrich Heine o algunos poetas en lengua inglesa como Byron o Yeats.

E. L.: ¿Cómo surge Las cosas en su sitio?

D. F. R.: Por un lado, es fruto de un empeño personal por dedicarme con más constancia a la poesía, y el origen de este empeño lo puedo datar con cierta precisión, pues se debe a una decisión premeditada que tomé en enero de 2017, nada más terminar mi tesis doctoral, que me había apartado más de lo que yo hubiera deseado de la poesía. Vaya, que detrás del libro se esconde algo así como un propósito de año nuevo. Y, por otro, responde también a una necesidad de plasmar en verso mis pensamientos y emociones.

E. L.: En la contracubierta del libro, Luis Alberto de Cuenca te compara con Gil de Biedma por el componente autobiográfico de tu poesía. ¿En qué medida usas material propio, de tu biografía y tus experiencias, en tus versos o, dicho de otro modo, cuánto hay de ficción, de invención, en ellos?

D. F. R.: Todas mis poesías parten de una vivencia cotidiana, o de una emoción o un sentimiento, a veces muy concretos. Lo que ocurre es que luego uno debe hacer literatura con ellos, porque, en mi opinión, nuestras experiencias o sentimientos no valen nada, menos aún las mías… Lo único que cuenta son los versos que uno ofrece al lector. Y si para ello es necesario, en ocasiones, incurrir en ciertas imprecisiones o, incluso, infidelidades autobiográficas, bienvenidas sean. No se trata de traicionarse a uno mismo, sino de no traicionar al poema. En ese sentido, diría que Pessoa llevaba más razón que un santo al escribir esos versos tan famosos: “O poeta é um fingidor. / Finge tão completamente / que chega a fingir que é dor / a dor que deveras sente”.

E. L.: ¿Qué puede esperar el lector de tu poemario?

D. F. R.: Un librillo —el diminutivo no es casual, pues es breve y humilde— de poemas melancólicos y otoñales, escritos sin grandes pretensiones, pero con el firme propósito de ser fiel a la poesía que más me gusta, dentro de mis obvias limitaciones: lírica y clara, musical y cercana.

E. L.: ¿Qué implica para ti, tanto a nivel personal como a nivel artístico, el hecho de haber ganado el premio Antonio Colinas de poesía joven?

D. F. R.: Una ilusión inmensa, más aún al saber que en el jurado había críticos y poetas tan reconocidos, como Javier Salvago, que me gusta mucho. Una gran alegría, porque el premio me brindó la posibilidad de publicar en La Isla de Siltolá, una de las editoriales que, a mi juicio, mejor labor están haciendo por la poesía. Y también una motivación para seguir escribiendo, ahora con mayor seguridad de que mis poemas quizá puedan ser valiosos para otras personas. Un empuje, en definitiva.

E. L.: Además de la del próximo viernes 15 de marzo, ¿hay previstas más presentaciones del libro próximamente?

D. F. R.: Sí, si todo va bien, el día 10 de abril en Santiago.

E. L.: Antes nos referíamos al material autobiográfico en la poesía. ¿Sientes que el poeta queda más expuesto, más desnudo ante el lector, que el novelista o cuentista, o el dramaturgo?

D. F. R.: Depende mucho del tipo de poesía, pero en líneas generales diría que sí, porque la poesía, sobre todo la lírica, es quizá el género entre los que citas en el que el yo está más presente y, a menudo, tiende a identificarse hasta cierto punto con su autor, de manera más o menos velada o intencionada. Pero me temo que yo sé muy poco como para responder a esa pregunta.

E. L.: ¿Por qué eliges el género poético en vez de la narrativa o el teatro, por ejemplo?

D. F. R.: Fundamentalmente diría que por dos razones, que acaso puedan reducirse a una sola: mis obvias limitaciones como lector, y por tanto también como escritor, y mi predilección descarada por la poesía.

E. L.: ¿También como lector es poesía lo que más lees?

D. F. R.: Sí. Como lector algo distraído y caprichoso (me viene a la cabeza la palabra catalana tastaolletes, preciosa y precisa), suelo navegar por el remanso de la lírica, cuyas aguas tranquilas permiten chapotear aquí y allá, saltar de un poema a otro, de un libro a otro, sin por ello perder el hilo argumental, al menos no de un modo fatal, como sí me suele ocurrir con la novela o el teatro. Mi relación con la literatura se parece más a la de un gato (y no un perro) con su amo, o a la de un amante (y no un esposo) con su compañera: es intermitente, placentera, intensa y nocturna. Y a la hora de escribir, en el fondo no hago otra cosa sino imitar a los escritores que más me gustan, que son casi todos poetas (con excepciones, claro está), así que me dedico a la poesía, porque diría que nadie escribe sino para imitar a sus autores predilectos. Salvo cuando uno es demasiado joven e inmaduro, como decía Gil de Biedma: “Y son nuestros poemas /  del todo imaginarios / —demasiado inexpertos / ni siquiera plagiamos—”. Lo cual diría que no le resta un ápice de autenticidad a los poemas: al contrario, la escritura es siempre reescritura, “un diálogo con los maestros y los cofrades”, según sentencia del profesor Rico. Lo demás, al menos en mi caso, sería pura elucubración sentimental sin ton ni son. Conque, en definitiva, me decanto por la poesía porque es el género que a mí más me emociona y llega como lector, y el único en el que, quizá, y con algo de suerte, pueda aportar algo de interés para otros lectores.

E. L.: ¿Tienes algún otro libro en el cajón esperando a ser publicado?

D. F. R.: No, pero estoy trabajando en un segundo libro de poesías, aunque aún no sé si llegará a buen puerto…

E. L.: ¿Y podrías adelantarnos algo sobre él?

D. F. R.: Creo que establece una línea de continuidad clara con Las cosas en su sitio, aunque también diría que presenta alguna que otra novedad, como un mayor peso de la ironía o del tono conversacional, una preocupación más recurrente por el paso del tiempo —de la juventud, en concreto— y una presencia algo menor del mito de la infancia.

E. L.: Eres especialista en el Siglo de Oro español, pero, sin embargo, tu poesía es de corriente claramente contemporánea. ¿Tus conocimientos sobre el barroco han enriquecido tu escritura poética o has llegado a sentir en algún momento que la entorpecían?

D. F. R.: No estoy seguro de si lo que yo sé sobre el Siglo de Oro, que no es mucho, haya podido enriquecer mi poesía, pero desde luego diría que no la ha entorpecido. Al fin y al cabo, muchos de nuestros mejores poetas pertenecen a esa época, conque yo creo que su lectura solo puede ser beneficiosa: la tersura de Garcilaso, la serenidad de fray Luis, la claridad y el vitalismo de Lope, la música de Góngora… Una maravilla. Lo que sí creo es que en algunos poemas de mi librillo es posible rastrear su influjo, aunque, como bien dices, a la hora de escribir, mis referentes más directos son contemporáneos.

E. L.: Combinas la escritura más ensayística en tu trabajo como investigador con la creación literaria como poeta. ¿Qué diferencias y qué concomitancias tienen para ti, en tu trabajo, estos dos campos? ¿Se alimentan el uno al otro o, por el contrario, los mantienes aislados?

D. F. R.: Es una pregunta excelente. En efecto, diría que ambas facetas no solo se combinan, sino que se enriquecen la una a la otra, en mi caso modestamente, claro. En la escritura académica, según yo la entiendo, debe primar el rigor, la claridad y la precisión, virtudes a mi parecer también de la buena poesía; así, la escritura de artículos de investigación o la preparación de ediciones críticas, pongamos por caso, en última instancia no hacen sino redundar en una mejor escritura poética, más precisa, más clara, más rigurosa. Y al revés, el manejo de las distintas vetas del lenguaje propio de la poesía pule y aquilata la jerga académica, ramplona y plomiza a veces, y la dota de un mayor ritmo, elegancia, pulcritud y atractivo. Al menos así lo querría para mí. En fin, solo hay que ver lo bien que escriben algunos. Por cierto que a no pocos les sobra y basta con la faceta de filólogos para regalarnos un castellano memorable. Ahí están Alberto Blecua, Francisco Rico, Gonzalo Pontón…

E. L.: ¿Crees que los jóvenes poetas tenéis ahora más posibilidades de proyección y de publicación que hace unos años?

D. F. R.: En términos generales diría que sí, porque ámbitos como las redes sociales sin duda permiten una proyección mayor para los jóvenes que apenas comenzamos nuestra andadura. Por otra parte, son muchas las editoriales que están apostando por la poesía, y también por la poesía joven. Conque diría que hay motivos para la esperanza.

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