Elvis murió cuando yo no había cumplido tres años. Mi familia me recuerda bailando frenéticamente frente al televisor durante la emisión de alguna de sus películas. El viernes pasado me sorprendí a mí mismo algo nervioso a la puerta del teatro para ver a un imitador del Rey, probablemente el mejor de todos. ¿Sería como esos espectáculos de baratillo de Las Vegas? ¿Ropa de cama de leopardo, luces rojas, lentejuelas y espejos en el techo? Nervios.
Greg Miller nació cuando Elvis Presley estaba haciendo el servicio militar. Conoció al Rey del rock cuando la estrella retomó su carrera después de los 7 años posteriores a la muerte de su madre, al final, cuatro años antes de su fallecimiento. Desde niño, Miller fue un gran fan de Elvis, hasta el punto de que ambos se hicieron amigos. Miller ganó un concurso de talentos en la NBC por el que fue contratado para la banda de Roy Orbison. Hoy, es el mejor imitador del Rey del rock del planeta y se gana la vida con ello. Y está en Madrid, llegado directamente desde Las Vegas, en el Teatro Arlequín, con Rockking.
Dirigido por Fernando Gonzalo y con David Barry como director de audiovisuales, el espectáculo desgrana la vida de Elvis Presley desde niño hasta su muerte el 16 de agosto de 1977, enlazando imágenes acompañadas por la locución de Francis Gregoris y María San Juan. En los números musicales, ocho bailarines (cuatro hombres y cuatro mujeres) acompañan a Miller en la interpretación de 22 canciones, desde Heartbreak Hotel o Hound Dog hasta Suspicious Minds o Viva las Vegas, para terminar con Tutti Frutti, el inmortal tema de Little Richard, pues lo lógico es que al Rey del rock le acompañe su consorte, la Reina del rock.
El espectáculo abre con un instrumental de Johnny B. Goode de Chuck Berry, y poco después Greg interpreta That’s All Right Mama. Miller se presenta en un muy correcto español ante el público, y cuando canta no puedes evitar sentir cierto escalofrío: interpreta a Elvis a la perfección. Es un hombre amable que siente lo que hace. En un momento del espectáculo, saluda a parte del público a los que recuerda de una gira anterior. Recorre el patio de butacas cantando, nos mira de cerca, se planta a mi lado. Me doy cuenta de que, como él mismo admite, no es tan guapo como su ídolo Elvis Presley.
Los números musicales, aun siendo desiguales, acompañan correctamente la actuación. Especialmente destacable es el número de Jailhouse Rock, cuya puesta en escena es parcialmente extraída del film del mismo título de 1957 dirigido por Richard Thorpe y protagonizado por el Rey. Los movimientos de Miller están estudiados para asemejarse a los de Elvis, y la ausencia de música en directo, salvo la voz del artista, añade cierto encanto kitsch a todo el conjunto. Los trajes que exhibe el protagonista son prácticamente iguales que los que lucía Presley, desde el traje de presidiario hasta los extravagantes kimonos de la última etapa del Rey inspirados en las artes marciales que practicaba.
El público contribuye a alimentar la fantasía, pues eso es este espectáculo: una fantasía, un juego entre Greg Miller y el público hasta el final. Un público que baila y aplaude y se pone en pie, hasta el que esto escribe lo hizo, y no es muy dado a semejantes dispendios de energía, hasta el número final, en el que la voz de Miller se funde con la del Rey -a pesar de los problemas de sonido en la sala, que seguramente ya están solucionados-. Una sorpresa final nos infunde nostalgia a raudales, y Greg se despide de nosotros en español, y ni tan siquiera te has dado cuenta de todo el tiempo que llevas mirando al escenario.
Al salir a la Gran Vía, me sorprendo de no estar en Las Vegas. En los oídos aún retumban algunos de los temas de Elvis que más me gustan, y sé que me acostaré sonriendo y que al día siguiente buscaré en Spotify las mismas canciones que escuché en el teatro. Greg Miller es un gran tipo.
No, definitivamente, el Rey no ha muerto. Viva el Rey.
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Imagen de esmadrid.com