Tras el éxito de público y crítica en Madrid, donde hizo temporada en Nave 73, el Teatro Lara y el Teatro Nuevo Apolo, Amores minúsculos viaja a la Sala Rubianes del Club Capitol de Barcelona donde ha hecho también temporada, durante tres meses (del 3 de marzo al 5 de junio), con un reparto ad hoc para la ciudad condal.
La adaptación del cómic homónimo de Alfonso Casas supone la primera gran producción teatral de Los Zurdos (Edu Díaz, Iñaki Nieto y Diego Rebollo). En unos días celebrará sus dos años de cartel en cartel, ya que se estrenó a mediados de junio de 2014, por lo que nadie puede negar su éxito, reconocido incluso con su candidatura para los Premios Max como mejor espectáculo revelación.
Amores minúsculos habla del amor romántico a través de tres historias distintas. Por un lado, la de Nacho, enamorado secretamente de David, un chico al que ve pasar cada día por una plaza y al que dibuja sin cesar en el cuaderno que siempre le acompaña. Por otro, la de su compañero de piso, Jaime, afectado por un flechazo en cuanto se cruza con Eva en la lavandería, y deseoso de poder vivir una historia digna de ser contada. Y, finalmente, la de su inseparable mejor amiga, Laura, quien siente una atracción fatal por el chulo de Carlos, con quien, aparentemente, no tiene nada en común.
Con una dirección fresca y sin artificios, llevada a cabo por Iñaki Nieto, quien se encargó también de la adaptación, la comedia desarrolla esas historias de amor mientras los personajes, casi siempre en escena observando a sus compañeros, ejercen las funciones de narrador según convenga en las historias que no les son propias. La producción, sin contar con grandes medios, se sirve sobre todo de las cualidades interpretativas y textuales de la obra para construirla. No hace alarde de grandes efectos técnicos ni grandes escenografías, sino que apuesta por un espacio funcional, discreto, práctico, y fácil de construir o cambiar por los mismo actores, ayudados por el sencillo diseño de luces de Natalia Ramos.
El casting autóctono resulta acertado, ya que incluso físicamente los intérpretes encajan con sus personajes, algo estereotipados pero, precisamente por ello, reconocibles y entrañables. El nivel interpretativo del joven reparto es equilibrado, aunque destaca el trabajo de Adela Silvestre y su vis cómica del todo natural, que contrasta a la perfección con la petulancia que tan bien remarca Cristian Valencia, siendo la pareja que más risas y sonrisas arranca.
Lo mejor de la apuesta es, sin duda, su honestidad. Es una obra ligera, entretenida, divertida, y así es como está interpretada y dirigida. No esconde otras pretensiones más que la de hacer pasar al espectador un buen rato, y eso lo consigue, porque la platea del Capitol se arranca con aplausos imprevistos al final de alguna escena, ríe con ganas los gags, o se sorprende con algún giro dramático. Eso sí, como toda comedia romántica con final feliz, el de Amores minúsculos no es apto para diabéticos, por entrañable que resulte.