Revista Digital

Los recuerdos de un director de funeraria

En la portada se muestra una tarjeta de contacto o de visita donde figura el el texto: "La vida vista desde el oficio fúnebre".

Hablar con naturalidad de la muerte es complejo; nos produce terror, nerviosismo e incluso malestar. Por ello, la silenciamos de nuestras conversaciones y de nuestra vida hasta que un día Tánatos u Odín irrumpen de nuevo, trayendo el dolor que el ser humano siempre ha intentado evitar y devolviéndonos a una inexorable realidad: desde que nacemos, empezamos a morir.

Thomas Lynch es poeta, ensayista y director de una funeraria en Michigan, por lo que convive con la muerte: es un motivo de tristeza, pero aliada en el negocio. Después de haber enterrado a más de doscientos vecinos, el autor relata con sencillez y ciertas dosis de humor las entretelas del oficio en El enterrador. La vida vista desde el oficio fúnebre, publicado por Alfaguara en su colección de Narrativa Internacional y que obtuvo los premios American Book Award y el Heartland de no ficción. La traducción de esta edición es de Adriana de la Espriella.

Lynch recuerda su infancia y el inicio de la próspera profesión que inevitablemente había unido a la familia; evoca el miedo constante de su padre ante diversos, catastróficos e hipotéticos accidentes que podían ocurrirles, mientras su madre, con su fe imbatible, dejaba todo en manos de Dios. Quizás, por cierta influencia materna, en El enterrador distinguimos la importancia de la religión, vinculada con la vida y con la muerte: «La vida […] es sagrada en cada una de sus encarnaciones humanas. Dios la da y Dios la quita» (pág. 202). Entre entierros y velatorios, rememora distintas etapas de su existencia, desde su matrimonio hasta la paternidad, su lucha con el alcohol y sus años de soledad, mientras relata viajes con compañeros del oficio en convenciones de funerarias o con escritores con los que pudo dialogar sobre la creatividad y la muerte, motivo tan presente a lo largo de su vida.

En los capítulos finales se menciona al médico Jack Kevorkian que aplicó la eutanasia a ciertos pacientes, lo que supone un problema moral para el creyente autor que no concibe que exista una asistencia para morir y que esto suponga un bien de mercado, un negocio en pleno auge. En sus propias palabras, este medicidio no debería permitirse, ya que «quizá morir es nuestra naturaleza, no nuestro derecho» (pág. 216). En todo caso, el debate resulta sumamente interesante para los lectores.

El ensayo está repleto de anécdotas vividas en su funeraria y que intuyo que inspiraron la serie de televisión A dos metros bajo tierra (Six Feet Under). Es significativo que, aunque la muerte esté omnipresente en estos dos productos culturales, sean verdaderamente un canto a la vida. El enterrador. La vida vista desde el oficio fúnebre de Thomas Lynch logra transmitirte serenidad ante un hecho ineludible que desgraciadamente todos, antes o después, viviremos.

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