Sergi Belbel, dramaturgo internacionalmente conocido y montado, y director de referencia dentro del panorama teatral catalán (dirigió el Teatre Nacional de Catalunya hasta 2013, cuando le pasó el relevo a Xavier Albertí), siempre es sinónimo de buen teatro. En esta ocasión, su versión de Maria Estuard de Schiller, una de las obras cumbres del romanticismo teatral alemán, es una de las joyas de esta temporada.
El enfrentamiento entre las reinas María Estuardo de Escocia e Isabel I de Inglaterra, dos reinados que comparten un mismo territorio, implica no sólo un conflicto político por el trono, sino también un enfrentamiento religioso entre católicos y protestantes y, sobre todo, una animadversión profunda por sus maneras opuestas de entender la vida, el amor, la soberanía.
La obra original del dramaturgo alemán cuenta con diecinueve personajes y su duración debe rondar las cuatro o cinco horas. Belbel, haciendo gala de su talento también como dramaturgista, reduce el texto a los siete personajes imprescindibles y la representación queda condensada en dos horas intensas y veloces, dirigidas con maestría y dotadas de un ritmo que, junto con la excelente interpretación de los actores, arrastran al espectador dentro del clásico y lo sumergen en los entresijos del poder expuestos por Schiller.
La escenografía, obra de Max Glaenzel, es de una sencillez y a la vez de una efectividad tremendas. Las rejas que encierran a la reina de Escocia dejan libre el espacio para situarnos en el salón de la monarca inglesa, construido sólo manteniendo un escritorio y usando las sillas cercanas a los espectadores donde se sentarán sus fieles súbditos. Unas hojas otoñales que bañan el escenario nos trasladan al jardín donde tendrá lugar el gran duelo de reinas, y una lámpara lo convierte después en la habitación de Isabel. Todo se apoya en el diseño de luces de Kiko Planas, que logra momentos magníficos –nunca mejor dicho−, como el haz que sale de uno de los extremos del escenario y proyecta la sombra de Isabel en su cámara, firmando el documento fatídico. Mención aparte merece también el trabajo de la galardonada figurinista Mercè Paloma, quien resalta con su diseño a las reinas, y las viste con su marca personal característica, con vestidos llenos de detalles, con enaguas bordadas en el caso de María, con brillantes joyas en el de Isabel, contrastando con sus atuendos los caracteres de ambas.
Pero nada de todo eso sería suficiente para embelesar al espectador sin el trabajo interpretativo que se aprecia en escena, fruto de la acurada dirección de actores de Belbel. Los secundarios, con peso todos ellos, interpretados por Àlex Casanovas, Carles Martínez, Jordi Banacolocha, Fina Rius y Marc Rius, sirven de apoyo a las dos grandes interpretaciones de la obra, las reinas Míriam Alamany y Sílvia Bel. Si entre los primeros destaca el intimidante Carles Martínez, a pesar de que todos hacen un buenísimo trabajo, el duelo de reinas, como ocurre en el texto, lo gana Sílvia Bel, que, en su papel de Maria Estuard, está espléndida, inmensa, magnífica, regia. Traslada todas sus emociones al espectador, le pone la piel de gallina con su dignidad de vencida, con su alegría sincera ante la falsa libertad en el jardín, con su dolor, con su rabia, con su perdón… Alamany ofrece una dura rival, una Isabel que se percibe fría y manipuladora, una interpretación perfecta para el papel que escribe Schiller, pero que no puede superar la pasión y el arrebato de la escocesa.
El montaje ha sido prorrogado en el Teatre Lliure de Gràcia hasta el 10 de junio, y no hay mejor oportunidad para ver un clásico europeo del XIX. Porque, en realidad, no importa el contexto del drama histórico, ni es necesario tener el árbol genealógico de las casas reales del XVI en mente para entender la pieza –aunque se agradece su inclusión en el programa de mano−. Porque la pieza habla de dos mujeres que se enfrentan por una visión del mundo distinta, que luchan ambas por mantener sus mundos tal y como los desean, y que son, por encima de todo, mujeres que sienten. Y eso, como en todo buen clásico, es algo universal y atemporal.