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A qué huelen las nubes y otros mitos de la menstruación

Las mujeres viven en una batalla constante y la culpa la tienen los ciclos menstruales. Cada 28 días la “dama de rojo” decide llamar a la puerta, unas veces llama antes, otras después, unas se la recibe con odio y otras con alivio. Para facilitar ese mal trago, esa condena de Dios, están las empresas de compresas y tampones y las y los publicistas que se encargan de hacer llegar cada mes productos que pongan fin al martirio.

Sarah Maple
Sarah Maple

La menstruación es uno de los grandes tabúes que siguen persistiendo en pleno S.XXI. Las mujeres llevan escondidas sus compresas y salen sigilosamente al servicio sin que nadie se de cuenta; no se ve, no está, nos referimos a ella como “esos días del mes”, “estoy mala”, y gracias a «Ausonia», «Evax» y demás, no molesta y no huele. Es decir, no existe.

La menstruación es un proceso completamente natural que, sin embargo, es abordado con miedo, vergüenza y desconocimiento y es objeto de decenas de mitos y leyendas. Uno de esos mitos es el de la suciedad. El mito de que los genitales femeninos son sucios y huelen mal y por ello requieren una higiene extra o más exhaustiva. Algo que se incrementa durante los días de menstruación. Debido a ello las mujeres viven atemorizadas durante los días de regla con miedo a que se produzca algún indicio que de a entender que están sangrando: una mancha en el pantalón, una compresa fuera del bolso…

Los anuncios de compresas y tampones fortalecen esta creencia de que la menstruación es algo sucio y muestran una imagen muy distorsionada de la realidad, repleta de estereotipos. Algo que encontramos en todos ellos es la idea de “limpieza” y “frescor”, manifestada con palabras y con imágenes, como la sangre representada por un líquido azul o las chicas, todas con cuerpos normativos (jóvenes delegadas y casi siempre blancas), que cantan y danzan felices, ¿por tener la menstruación? No. Porque gracias a la compresa X pueden sobrellevar ese traumático momento. Ejemplo de esto es el eslogan que utilizó la marca de tampones Tampax: “Con Tampax Pearl, no hay reglas”.

En la página web de esta misma marca, se ofrecen una serie de consejos para chicas jóvenes que estén cercanas a experimentar su primera regla o que acaben de hacerlo hace poco tiempo. En esta sección se incluyen una serie de “preguntas frecuentes”. Una de ellas dice: “¿Se darán cuenta tus compañeros de que estás con la menstruación?” La respuesta es la siguiente: “Si tú no lo dices, nadie se dará cuenta. Puedes estar tranquila, no hay ningún signo por el que se pueda adivinar que tienes la regla”. Dado el misterio y el tabú con el que es afrontada la menstruación es común que una chica de 13 años pueda hacerse esta pregunta y tener miedo, pero, ¿no sería más apropiado que la respuesta fuese encaminada a mostrar que no tiene nada de malo tener la regla y que la gente lo sepa? ¿Que no es una vergüenza?

El pasado verano Tampax difundió un anuncio que causó gran revuelo en las redes sociales, en el que actriz Amaia Salamanca enseñaba a un hombre a ponerse un tampón con aire sensual. Hubo quién se preguntó por qué elegir a un hombre como protagonista de un anuncio cuyo target, aparentemente, son las mujeres. Podría pensarse que el anuncio pretendía educar al público masculino y normalizar el acto de ponerse un tampón, pero ¿solo podía hacerse por la vía sexual? ¿Es la única forma de acceder al público masculino? Tan solo son preguntas retóricas.

Tanto tiempo pasamos sumidas en procurar no manchar, no oler, no molestar, no ser vistas, y tanto tiempo pasan ellos — medios, empresas, publicistas — intentando que no olamos, no molestemos y no manchemos, que pasamos por alto temas que quizás son más importantes, como por ejemplo, una buena educación en materia menstrual y sexual que derribara mitos y leyendas y que ayudara a niñas y jóvenes a aceptar sus procesos, entenderlos y aprender que forman parte de ellas. Que no son vergonzosos.

Erika Irusta es pedagoga especialista en educación menstrual y con su trabajo se encarga de derribar poquito a poco todos estos mitos construidos alrededor de la menstruación. En un artículo escrito para la revista Pikara, comenta, entre otras cosas, la necesidad de aceptar nuestros ciclos y entender que forman parte de nosotras, no de forma traumática, sino natural. Que habrá días que estemos de mejor o peor humor, que durante una semana sangraremos y que nada de eso es motivo para sentir vergüenza: “Nuestro cuerpo menstrúa y ovula y está sujeto a cambios tan reales y tan carnales que, si seguimos alimentando la idea de que ni es real, ni siente, ni padece, acabamos cayendo en la sospecha de que una está loca”.

Vivimos en una sociedad de consumo que se nutre de la insatisfacción para vender productos que suplan necesidades reales o creadas. Las inseguridades de las mujeres son un filón de oro para las grandes empresas, ya sea de cosméticos, productos adelgazantes o compresas. Un sistema que además requiere unos procesos de producción constantes e infinitos, donde no tiene cabida lo diferente, la enfermedad o los ciclos menstruales. Como relata Erika: “Menstruar mola pero en esta sociedad duele. […] La acción y el hecho de menstruar no son el fallo. De nuevo nuestro cuerpo no es el defectuoso. Hemos de canalizar la ira que lanzamos sobre nosotras mismas (nuestro cuerpo) y orientarla hacia el sistema, ya que es el que, a través de la cultura, nos ha enseñado a mutilarnos para caber en sus limitados, imposibles y crueles moldes”.

En el mercado existen productos alternativos a las compresas y los tampones, más respetuosos con el cuerpo y el medioambiente pero que no son tan rentables, y por tanto, tan conocidos. Uno de ellos es la copa menstrual, un recipiente de silicona que recoge el flujo menstrual en vez de absorberlo y que se puede reutilizar durante años si se cuida bien. Aunque no disfruta de tanta publicidad como sus compañeras, se puede adquirir igualmente en farmacias y supermercados.

La educación es un pilar fundamental para ayudar a construir personas seguras de sí mismas, sanas, felices y responsables. Una educación que enseñe a las niñas a entender y respetar sus procesos para intentar desterrar el miedo, los tabúes y la vergüenza. Para ello también es necesario el compromiso de los que tienen el altavoz: los medios de comunicación.

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