Me encuentro en tercer curso de periodismo, a prácticamente un año de graduarme y subir a un escenario a recoger mi título de periodista, y todavía no me han preparado para entrar en ese vestido ajustado. Tampoco me he examinado, por suerte, de cómo ser guapa y delgada. Y sigo buscando en el plan de estudios aquella asignatura que me enseñe la manera correcta de caminar con tacones de 30 cm.
Igual debería haber dejado de perder el tiempo haciendo prácticas en periódicos y revistas, de gastarme dinero en cursos de comunicación, idiomas y demás, y de pasar horas estudiando para sacar buenas notas. Empiezo a pensar que habría sido más inteligente gastar todos esos ahorros, invertidos en mi formación, en hacerme la manicura; que tanto tiempo trabajando podría haberlo pasado en el gimnasio; y que las ojeras de estudiar, me hacen tener mal aspecto y, por tanto, menos posibilidades de que me contraten para trabajar como periodista.
El día de recoger mi título podrían decirme: “Te faltan 6 créditos por no cumplir con una 90-60-90 y otros 3 porque no tienes las piernas más largas de España. Ah, y los 12 que conseguiste como becaria –compatibilizando estudios, trabajo, vida social, vida familiar y sobrevivir- han caducado. Eso ya no se lleva”.
El problema no reside en las mujeres periodistas que cumplen con ese canon, sino en quienes establecen un baremo basado en el físico para contratarlas y tienen en cuenta su aspecto por encima de sus méritos académicos y profesionales.
Puede parecer surrealista, pero haciendo una búsqueda rápida en internet podemos encontrar un ranking de las presentadoras más deseadas. Podríamos pensar en grandes periodistas que son codiciadas por su talento, su oratoria, su capacidad de comunicar, etc. Pero, otra vez, vuelve a primar el físico. Es más, de las diez presentadoras que aparecen en la lista, solo cinco tienen el título de periodista.
También podemos echar un vistazo al «Ranking de periodistas españolas más guapas», el top 10 de las periodistas deportivas más sexys del mundo, o los milagros del maquillaje y cómo se ven las presentadoras más guapas de TV sin él. (Evitamos poner los enlaces para no aumentar el tráfico de estas webs). Dad gracias a esta sociedad frívola y superficial que tenemos clasificaciones y listas para todos los gustos.
¿Y qué pasa con los hombres? Todo lo contrario. A la mayoría no se les exige las mismas cualidades que a sus compañeras, ni en cuanto a la edad, ni al aspecto físico y aún así son muchos los que trabajan en primera línea, presentando programas e informativos sin que nada de eso sea relevante o siquiera comentado.
A ellos tampoco los visten con tops ajustados, faldas cortas y zapatos incómodos. Ni les colocan medio kilo de maquillaje encima. Un Pedro Piqueras con una camiseta de tirantes, pegada y escotada sería objeto de burla. Sin embargo, si la lleva una presentadora mujer, automáticamente se convierte en objeto de deseo y su apariencia es comentada y debatida como si se tratara de un asunto público.
En 1971, el Doctor en Filosofía por la Universidad de Chicago, William W. Bowman, realizó una encuesta publicada en su ensayo Distaff journalists: women as a minority group in the news media, que revelaba que, en abril de ese mismo año, las mujeres constituían una minoría en las emisoras de televisión y de radiotelevisión. Han pasado más de 40 años y el panorama no ha cambiado mucho, algo que evidencia cada año la Asociación de la Prensa de Madrid en sus informes anuales, donde especifican que las mujeres disfrutan de menos oportunidades laborales en periodismo y poseen más contratos a tiempo parcial.
Es un logro feminista haber conseguido que poco a poco el número de mujeres periodistas en radio y televisión haya ido aumentando. No obstante, aunque la brecha haya disminuido, las labores que los profesionales del periodismo ejercen varían en función del sexo; lo cual deja mucho que desear y evidencia lo necesario que resulta seguir peleando por la igualdad en el mundo del periodismo y la televisión en general.