“¿Cuántas al final?”, pregunta Alberto. “Veintiséis”, responde Ignacio, después de echar un vistazo rápido al cuaderno donde, en tinta roja, tiene anotadas el número de personas que han asistido a cada proyección. Cuatro rayitas verticales cruzadas por otra en diagonal; cinco grupos de cinco líneas y una más a su lado, veintiséis en total. “No está mal para ser un martes de lluvia”, reconoce Alberto. “No, nada mal”, suscribe Ignacio.
Ignacio López y Alberto Fernández son dos de los tres socios que sienten y viven Artistic Metropol, una sala de cine diferente y atrevida que sueña con “ofrecer lo que nadie ofrece”, como explica en su página web Ángel Mora, el tercer socio y padre ideológico de la criatura. En este espacio de ochenta butacas tienen cabida multitud de títulos que jamás se estrenarían en las salas comerciales, proyectos arriesgados o minoritarios que aquí sí disponen de una pantalla en la que exhibirse. El objetivo de la sala es tener la posibilidad de acceder a “la programación que querríamos disfrutar como espectadores”, concluye Ángel.
“Más que un proyecto esta sala es una idea”, explica Alberto. Una idea que nada a contracorriente en el río de las salas de cine, donde las salas con una única pantalla son una especie en vías de extinción. Según las estadísticas de la Asociación para la Investigación de Medios de Comunicación (AIMC) de mayo de 2013, el número de monolocales (locales con una única pantalla) suponen el 41% del total, mientras que el de locales con 5 pantallas o más es del 45%. En 1998, los monolocales suponían casi el 53%, mientras que los de 5 ó más pantallas no llegaban ni al 20%.
En apenas veinticinco años se ha pasado de locales de tamaño medio y una sola pantalla a locales con varias pantallas y un número de butacas sensiblemente superior.
¿Cuál ha sido el principal afectado de este cambio? El cine de barrio. Las pequeñas y clásicas salas, antiguas en unos casos, casi vetustas en otros, en las que se proyectaban programas dobles y triples, una sucesión de películas a veces sin orden ni concierto; primero una de romanos y luego una de Disney, otro día se abría con John Wayne montando a caballo y se cerraba con una del Gordo y el Flaco, y a la semana siguiente la combinación era todavía más imposible, Mary Poppins de primero y Charles Bronson repartiendo plomo después. Toda una delicia para la cantidad de amantes del cine que se han criado en las incomodísimas butacas de estas salas, entre los crujidos de las maderas del suelo y el ronroneante traqueteo de los proyectores.
Ya no existen las salas de proyección ni el murmullo de los aparatos de proyección, dos víctimas más de la digitalización de los tiempos. El romanticismo analógico ha quedado en el recuerdo de los mayores y, cómo no, en las películas, en deliciosas poesías visuales como Cinema Paradiso (Giuseppe Tornatore, 1988), la emotiva historia de un proyeccionista amante del cine. Esta figura “ha sido sustituida por un informático de 18 años que maneja 15 salas a la vez mientras chatea o tuitea”, se lamenta Ángel. Y, sin embargo, esta digitalización es “la que nos permite existir”, reconoce Ignacio.
La puerta de la sala donde acaba de empezar la proyección de Un suave olor a canela (Giovanna Ribes, 2012) se abre y una mujer de unos cincuenta años se asoma y se dirige a Ignacio, que es quien controla los aparatos de proyección. “¿Me puedes bajar el volumen, que está muy alto?”, pide. “Claro que sí, señora, ahora mismo”, contesta éste. La sala es completamente digital pero la idea es analógica, de persona a persona. ¿En qué gran complejo multisala la petición de esta espectadora hubiera obtenido respuesta?
La sala nace hace tres años con una apuesta clara de programación especializada en cine fantástico y de terror. De hecho, las dos primeras películas que proyectaron fueron dos clásicos del cine italiano con alto contenido en glóbulos rojos, Holocausto caníbal (Ruggero Deodato, 1980) y Demons (Lamberto Bava, 1985). En Artistic Metropol rinden homenaje a los clásicos de este género siempre que tienen ocasión, aunque no solo se ocupan de este estilo.
Películas y documentales que en otras salas o no encuentran su espacio o no superan la semana en cartel, esa primera semana fatídica y determinante según los expertos en explotación cinematográfica. Si una película no funciona en su primera semana hay que retirarla de las pantallas e introducir la siguiente en la cadena de montaje. Rentabilidad, esa es la palabra. Las salas comerciales como enormes trituradoras de celuloide.
En Artistic Metropol, aparte de la proyección de cintas que consideran obras cumbres del género, reconocen la labor de los cineastas colocando una placa con su nombre en el respaldo de algunas de las butacas de la sala. Jesús “Jess” Franco y Paul Naschy, dos de los más grandes directores de cine de terror en España, fueron quienes primero recibieron este reconocimiento, ambos a título póstumo.
Quien también tiene una placa en su honor en esta sala es Colin Arthur, el mítico creador del maquillaje y los efectos especiales de 2001, una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968), Furia de Titanes (Desmond Davis, 1981) o La historia interminable (Wolfgang Petersen, 1984), por citar solo algunos ejemplos en su dilatada y exitosa carrera. El último proyecto en el que está inmerso Arthur como director de efectos especiales es la película Vampyres (Víctor Matellano, 2014), que está en fase de postproducción y que se estrenará en 2015. Esta película la produce Artistic Films, la productora de Artistic Metropol. Ignacio también ha participado en el proyecto. “¿Sabes lo que sentí al trabajar junto a Colin Arthur, una persona a la que siempre he admirado?”, explica emocionado.
Ignacio y Alberto también son gente del cine. Ambos escriben y dirigen cortos, reseñan películas y hablan del séptimo arte con una pasión desbordante. “Desde pequeño siempre quise hacer cine”, comenta Ignacio. A Alberto le sucedió prácticamente lo mismo; cuando terminó el instituto entró directamente a trabajar en una empresa del sector audiovisual en la que participaba en el montaje de películas. “Cuando estaba allí trabajando pensaba, joder, ¡estoy haciendo cine!”, recuerda Alberto.
Ambos respiran cine, viven cine y sienten cine. Igual que la sala en la que creen. Su historia es similar a la de Quentin Tarantino que, antes de alcanzar fama y reconocimiento mundial trabajaba en un videoclub de Los Angeles. Tarantino es un reconocido admirador de la serie B y de los programas dobles de los cines de barrio a los que asistía de joven. “Seguro que si algún día viniera aquí le encantaría la sala”, opina Ignacio.
Recuperar la idea del cine de barrio, ofrecer otras opciones para disfrutar del cine, programar películas que, de otro modo, jamás se estrenarían en la gran pantalla; ésa es la esencia de Artistic Metropol, una idea que estos amantes del cine, Ángel, Ignacio y Alberto, comparten con el resto de amantes del cine.
Una maravillosa e imprescindible idea.