Me he topado en la biblioteca con un libro inesperado: Viaje a los dos Orientes (Siruela, 2011), de Clara Janés, y no he podido resistirme a leerlo.
Me ha recordado, inevitablemente, a los que escribiera el desaparecido Rafael Chirbes (Mediterráneos, Ciudades, Anagrama) para las revistas de viajes, con ese cruce entre lo documental y lo literario que tantos placeres me ha dado: no se parte de contar los puntos turísticos de interés como una guía, sino de mostrar lo vivido y aprendido haciendo de uno los lugares por los que ha pasado.
Esto es lo que consigue, en sus orientes, Clara Janés: su libro es una recopilación de impresiones sobre viajes, de textos breves donde se funde lo poético con lo periodístico, donde da nota de lo que vio y vivió, pero donde también se intercalan fragmentos de poemas, rastros de escritores de vidas pasadas, semblanzas de monumentos y recuerdos de paisajes.
Muchas veces son reflexiones surgidas de visitas a exposiciones y museos, viajes a ciudades o encuentros con personas o con obras literarias: la mente divaga, crea itinerarios mentales o físicos —como hace en el paseo por el Milán del siglo XX del que surgen las calles Armorari y Spadari medievales, restos de las zonas gremiales, o los iconos ortodoxos de la Galería Tretiakov de Moscú—, hila contenidos y crea una especie de reflexiones conexas («indefinidamente daríamos volantines de estilos y épocas, de sensaciones y sorpresas por aquí», escribe en p. 137).
Poeta y traductora desde varias lenguas, muchos de esos viajes los hizo por invitación para dar lecturas o conferencias y otras por iniciativa propia, pero en bastantes casos se intercalan como paratextos citas de poetas de estos lugares, como los de la yemení Nabila al-Zabir o las de otros, ya enterrados, que tras sufrir los horrores del holocausto nos dicen: «Toca, si quieres; podrás palpar lo que dura / todo el horror, toda la felicidad».
Turquía, Afganistán, India y la parte japonesa son esos dos orientes, próximo y lejano, de los que habla, pero también se incluyen otros más próximos: Túnez, Lisboa, Bremen, Praga, Toscana, etc.
Sus impresiones enriquecen las mías bajo nuevos puntos de vista y me llevan, en esa conexión sináptica que ella misma mencionaba, a otro autor que hizo literatura de viajes con mayúsculas, el belga Stefan Hertmans (Ciudades, Pre-Textos, 2003). Su estilo, como en El Danubio de Magris, mezcla la reflexión y las anécdotas: sus semblanzas de ciudades recrean tanto puntos históricos como literarios, con muchas alusiones a los escritores, punto en común con Janés, pero con gran fijación por los detalles, hasta el punto de filosofar verdaderamente sobre lo que estamos viendo y leyendo. Venecia, Tubinga y Dresde tras la guerra, Bratislava como un anacronismo comunista frente al occidente de Viena…, el lector acompaña al narrador en su paseo físico y en sus reflexiones. La idea, en el fondo, proviene de Proust: contar lo que ocurre en un día. Y de la misma manera hacemos nosotros o Clara Janés: contar lo que hemos sentido y vivido, recuperándolo del recuerdo y dándole forma literaria. Hermans lo realiza magistralmente con relatos ensayísticos de unas veinte páginas con sentido completo, y se convierte así en modelo para otros. Por esto es literatura.