La compañía Arcàdia, a quienes pudimos ver en Madrid hace un par de meses con su exitoso montaje Cenizas (La pols), en el Fernán Gómez – Centro Cultural de la Villa, ha estrenado y representado durante tres semanas en el Espai Lliure del Teatre Lliure de Montjuic, en Barcelona, su último espectáculo: Sota la ciutat.
David y Dàlia (Oriol Casals y Muguet Franc) son una joven pareja de provincias con sueños e ilusiones que creen que se harán realidad si van a vivir a la gran ciudad, Barcelona en este caso, pero valdría cualquier capital. Ella quiere ser actriz, él escritor. En la ciudad entablan relación con una vecina, artista plástica que empieza a cosechar cierta fama y muy bien relacionada, Bárbara Bonay (Laura López), quien les presentará a su hermana Míriam (Marta Aran) y a su pareja, Narcís Munt (Albert Pérez), un director de teatro veterano en plena crisis vital. El encuentro entre los que encarnan los sueños de juventud por cumplir, el éxito de haberlos alcanzado, y el desencanto de sentirse fracasar les modificará a todos hasta límites insospechados.
Llàtzer Garcia, director y dramaturgo de la compañía, firma de nuevo un texto valiente, ambicioso (incluso más que el anterior, ya sólo por el incremento de personajes), auténtico, con personajes complejos, interesante, con personalidad. Y lo termina de redondear con una dirección cuidada, certera, llena de verdad, con unos actores bien dirigidos, con sus papeles muy bien trabajados, con todo un juego de elocuencias silenciosas que no hacen más que enriquecer con el subtexto lo sí pronunciado. Además, la crítica subyacente al mundo de la escena y, por extensión, al mundo artístico, otorga al texto una dimensión metateatral en la que se confrontan distintos modos de entender y concebir el arte, el teatro, y, en definitiva, el talento o la genialidad para ejercerlos.
Los actores llenan de vida una obra en la que predomina la naturalidad, la verosimilitud. Albert Pérez sobresale en el papel de director desquiciado ante su inactividad teatral de los últimos años después de sus montajes célebres, y no cae en la sobreactuación, cosa que hubiera sido fácil por los matices violentos del personaje. Laura López vuelve a poner la guinda de la obra, como ya sucediera en La pols, con su monólogo final. Muguet Franc contagia entusiasmo incluso en su revelación final. Marta Aran y Oriol Casals tienen papeles más discretos, pero con momentos álgidos ambos.
Los cinco personajes interactúan en un espacio cambiante –a veces sus respectivos pisos, a veces un bar, a veces una exposición, a veces un local vacío− gracias al trabajo de iluminación de August Viladomat, ya que la escenografía, diseño de Albert Pascual, es estática, pero cumple perfectamente las distintas funciones que se le requieren y saca partido al escenario a tres bandas. También el espacio sonoro envuelve y define perfectamente los ambientes, y las proyecciones de texto aportan el punto de vista de un narrador omnipresente y crítico.
Sólo en algún momento, a partir de la hora de representación, la obra parece no avanzar, reincidir demasiado en una información que el público ya tiene, y podrían sobrarle algunas escenas. Sin embargo, el final compensa los fragmentos vagos anteriores. Arcàdia, de nuevo, ofrece un buen montaje, creado con atención, cuidado y mimo, y Llàtzer Garcia sigue apostando por un teatro con voz propia y profundidad, capaz de llegar a públicos muy distintos por lo humano de sus conflictos.