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Entrevista a Julián Herbert, autor de «Un mundo infiel»

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Julian Herbert. Fuente: Irma Gallo

Agradecemos desde La Huella Digital a Julián Herbert y a Malpaso Ediciones por concedernos esta entrevista y contestar a nuestras preguntas.

PREGUNTA: Ésta, tu primera novela, no ha sido publicada en España hasta ahora. ¿Qué crees que puede encontrar en ella un lector español de tu obra que la diferencia de tus trabajos posteriores?

RESPUESTA: Primero, se me ocurre que la técnica es distinta. El libro se publicó originalmente en 2004, pero yo empecé a escribirlo a finales de los 90 en un taller coordinado por Rafael Ramírez Heredia. La novela está narrada en tercera persona y con un reparto coral, con mucha diégesis, algo muy distinto a lo que he hecho en años recientes: primera persona y narración lineal y aforística. En segundo lugar, se trata de una historia con tintes fantásticos (sobre todo en lo que se refiere a los sueños compartidos de un par de personajes), algo a lo que empiezo a regresar últimamente pero que dejé de hacer durante más de una década. Otra diferencia es que Un mundo infiel prácticamente no tiene referencias autobiográficas, salvo mi conocimiento de primera mano de los escenarios. Y bueno, es un libro de inmadurez, lo que explica algunos de sus defectos pero también le da un tono que a mí todavía me parece fresco.

P.: ¿Es realmente el norte de tu país tan violento e intenso como se desprende de las páginas de Un mundo infiel? ¿No crees que a veces nos llega un retrato de tu país un tanto distorsionado a este lado del charco?

R.: No sé bien cómo responder a esto. Yo publiqué Un mundo infiel un poco antes de que la violencia del norte de México se pusiera de moda. Mi intención nunca fue hacer narcoliteratura, sino exponer una violencia atávica, algo relacionado menos con la política y el narcotráfico y más vinculado a la tradición microhistórica, y aun: un relato donde la violencia es un tema literario, no un tema nacional. Creo que mi novela está más influenciada por el Gótico Sureño estadounidense, un poco en la onda de Barry Gifford, que por la nueva novela mexicana. Lo que en Estados Unidos llaman el Deep South es, en las zonas rurales de Coahuila y Nuevo León y Tamaulipas donde yo crecí, una especie de Deep North mexicano. Si uno recabara las historias de pistoleros y asesinatos absurdos y grupos narcosatánicos que sucedieron a ambos lados de la frontera en los años 40, 50, 60, 70 y 80, podría notar que el tema es mucho más que una moda o un mecanismo de promoción editorial. Quiero decir, muchas de las novelas mexicanas que se publican últimamente son una distorsión de la narcoviolencia desatada a partir del gobierno de Felipe Calderón, pero otras son relecturas y reescrituras de una tradición fronteriza que viene por lo menos desde Santuario de William Faulkner y El águila y la serpiente de Martín Luis Guzmán.

P.: Los protagonistas de Un mundo infiel parecen tener en común oscuros secretos que apenas son revelados, lo que dota a la narración de un tono misterioso e inquietante. ¿Crees que esos rincones oscuros, que todos tenemos, deberían mantenerse velados?

R.: Creo que hay en la novela una pulsión gótica, y que esa especie de misterio o de cosa dicha o explicada a medias le viene bien a ese tipo de relato, sí. Claro que esto no lo supe mientras la escribía, apenas ahora me doy cuenta. Mi intención era, quizá, hacer una parodia gótica de un thriller semi-rural, un poco al modo de Near Dark pero con personajes “realistas”. Ya sé: suena bastante descabellado.

P.: Los sueños de Guzmán y Doc Moses, que señalan a un pasado traumático, nunca son revelados del todo. ¿Hay alguna razón?

R.: Tengo que aclarar que soy un nerd: escribo narrativa para teorizar acerca de la narrativa. En este caso, lo que quería era explicarme a mí mismo por qué las historias de David Lynch o Kathy Acker funcionan tan bien sin tantas explicaciones. Lo que noté después es que se hacía un contrapunto que me gustaba mucho entre lo anodinos que son los personajes principales, Guzmán y Ángela, y el ámbito de los sueños y las alucinaciones que narra la novela. Algún crítico mexicano me ha reclamado que al final no pasa nada: al final Guzmán y Ángela siguen siendo un matrimonio convencional y clasemediero, no cambian. Esa lectura me interesa porque evidencia lo que para mí es un defecto de la crítica literaria mexicana: estamos acostumbrados a leer todo como si fuera literatura realista, carajo, hasta Pedro Páramo, que es una extraordinaria novela de fantasmas. Para mí Un mundo infiel no es un relato realista sino una exploración del sueño y la alucinación como realidades alternas. Los personajes no cambian porque –como la mayoría de nosotros– se hacen de la vista gorda frente a su inconsciente.

P.: Ernesto de la Cruz pierde las piernas y es llevado a Estados Unidos al hospital. Con Doc Moses por allí, parece como si el destino de muchos mexicanos, crucen como crucen la frontera, no es muy esperanzador en el país de las libertades…

R.: Sí, pero otra vez la metáfora se detiene demasiado, para mi gusto, en la simplificación política: el mojado mexicano partido en dos y utilizado por el facultativo gringo. Cuando yo escribí el relato de las piernas perdidas de Ernie de la Cruz tenía en mente una cosa mucho más kafkiana, por eso está todo el tema de la ambulancia que se equivoca de camino y el de los dos guardias ferroviarios que son enviados, sin razón lógica aparente, a rastrear el par de piernas a lo largo de las vías y en medio de la noche del desierto.

P.: En Un mundo infiel, también podemos encontrar algunos pasajes repletos de humor negro, hilarantes incluso. ¿Es para darnos un respiro? Se agradece.

R.: Algo que aprendí del cine de Tarantino es que la búsqueda de pureza en los géneros y el tono de un relato conduce casi siempre a callejones sin salida. Para mí el humor es un hermano cuasi gemelo del horror. Voy a repetir algo que he dicho antes: yo creo que existen solo tres problemas estéticos fundamentales, y estos son Lo Sublime, La Parodia y el Punto de Vista. El humor presupone siempre, en términos de discurso, que existe una parodia, un segundo grado en cualquier relato; que todo relato que escuchamos o leemos o vemos nos es contado, de algún modo, por segunda ocasión, incluso si nos encontramos con él por primera vez. Porque hay una cosa inmanente en cualquier historia. El humor es para mí una forma de pesimismo frente a lo sublime o el horror o la denuncia o la violencia.

P.: Parece como si nadie estuviera libre de culpa en esta novela…

R.: A mí no me interesan mucho los pecados; me interesan los vicios. Y sí, los personajes de Un mundo infiel son, todos, gente compulsiva y viciosa. Aunque tengo que confesar que Ángela me parece (desde su nombre) un ser distinto: alguien que está ligeramente por encima de la miseria. De seguro la veo así porque el personaje está basado en parte en Ana Sol, una de mis ex esposas.

P.: Creo que tu novela es un poco novela negra y un poco western.

R.: Estoy de acuerdo y te agradezco esa lectura. Me encantan los subgéneros, y si no los practico o los practico escasamente es por falta de habilidad, no por desprecio. Mi sueño guajiro es lograr escribir un buen western algún día. Creo que los subgéneros te dan –desde tiempos de Shakespeare y Cervantes por lo menos– una plataforma esencial: una serie de convenciones retóricas cuya principal aspiración es ser reelaboradas. En el caso de Un mundo infiel usé todo el repertorio de recursos que tenía en ese momento, porque era mi primera novela y porque estaba aprendiendo, entre muchas otras cosas, las posibilidades de la focalización. Y yo no soy Genette ni por asomo, pero tengo la idea de que los tropos de los subgéneros –negro, policiaco, western, horror, SciFi, etc.– son el mejor laboratorio para aprender a manejar el punto de vista.

P.: En tu último libro La casa del dolor ajeno narras la matanza de 303 chinos en México en 1911. Este libro de no ficción, rigurosamente documentado, ¿puede ser de alguna manera extrapolado al presente de México?

R.: Inevitablemente me repito: diré lo que dije ya en otra entrevista. La masacre de los 303 chinos de Torreón en 1911 es una historia de violencia extrema dictada por el prejuicio, la avaricia, la debilidad de las instituciones y la impunidad de los poderes fácticos. Es también una historia de migrantes que terminan en un par de fosas comunes algunas horas después de que sus cadáveres fueran vejados de maneras indecibles (entre otras, por un desfile triunfal). Y es, por último, la historia de cómo las instituciones mexicanas, tanto diplomáticas como judiciales y legislativas, se las ingeniaron para inventar una “verdad histórica” que exculpara de este crimen a la nación y relativizara el suceso hasta hacerlo desaparecer entre las grietas de la historia. Esto se parece mucho no solo a los crímenes de Tlatelolco o Ayotzinapa o Apatzingán o Chenalhó o Atenco o Aguas Blancas: es, desafortunadamente, una suerte de branding nacional que se repite año con año en nuestros noticieros. Ahora bien, yo no soy un ideólogo, me considero un narrador. La casa del dolor ajeno es obviamente un libro politizado, pero lo que más me interesaba al escribirlo era encontrar una técnica literaria que vivificara el relato, que lo hiciera vigente más allá del tremendismo y la denuncia. Encontré estos valores (o al menos eso espero) al mezclar elementos del reportaje y la investigación académica con recursos de la crónica gonzo y una estructura como de novela total. La casa del dolor ajeno quiere ser, entre otras cosas, un laboratorio de gestación de formas para el relato. Es un libro que me costó mucho trabajo porque tuve que aprender a escribir de una manera distinta, y eso es lo que más me gusta de él.

P.: ¿Estás trabajando en alguna novela en la actualidad?

R.: Llevo algunos años planeando una novela pero todavía no estoy listo. Por lo pronto, estoy a punto de terminar un libro de cuentos.

P.: Y, por último, ¿has abandonado el rock?

R.: Jamás podría dejar el rock. Mínimo, en las peores épocas, compongo y canto para mí una o dos veces por semana. El año pasado concluimos el proyecto de Madrastras, que cerró con la publicación de un álbum titulado Desde la torre. Se puede descargar en bandcamp: https://madrastras.bandcamp.com/releases

Ahora, desde marzo de 2016, retomamos (con una nueva crew) un viejo proyecto: una banda llamada Los Tigres de Borges. Hemos estado presentándonos en algunos foros, principalmente ferias del libro. Esperamos tener algo grabado antes de que concluya el año. (En cuanto termine de contestar esta entrevista, voy a tomarme un bourbon y me largo al ensayo.)

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Julian Herbert. Fuente: Irma Gallo

 

 

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