«Mis novias se están sindicando. Creo que me voy a morir»
Ha vuelto Sally Rooney y, esta vez, se ha metido con todo el equipo hasta la cocina. La autora irlandesa más internacional (con permiso de Maggie O’Farrell) se atreve en su nueva novela, Intermezzo, a rascar en los lazos y traumas familiares. Y no es que los temas de las novelas anteriores no aparezcan en escena: solo tenéis que ver la cita de arriba para intuir que el tema de la no-monogamia de Conversaciones entre amigos también hará aparición en esta nueva historia. Tampoco quedarán fuera los motivos que atravesaban el éxito Gente normal y, sobre todo, Rooney no abandona la centralidad que «lo millennial» tiene en sus narraciones.
Sin embargo o, quizá, precisamente por esto, en Intermezzo la autora colocará su motivos en órbita alrededor de «El Tema» (sí, con mayúsculas): la familia. Porque, sed sinceras, queridas millennials, ¿cuántas hemos ido a terapia porque nuestras relaciones sentimentales son un desastre y no hemos acabado hablando de nuestra familia? No veo ninguna mano levantada. No hay más preguntas, señoría. Y sí, sé que no hay nada más universal en la historia de la literatura que los lazos familiares, pero soy de esas que jamás comprará que lo generacional no es universal. Que ningún señor engolado os convenza de lo contrario.
«Cada día se hace más honda, cada día caen más cosas en el olvido, cada día quedan menos certezas. Y nunca nada devolverá a su padre del ámbito de la memoria al mundo reconfortantemente concreto del hecho material, del hecho tangible y específico».
Protagonizan Intermezzo Ivan y Peter Koubek, dos hermanos unidos por el duelo de la reciente pérdida de su padre, pero distanciados desde hace años. Ivan, ajedrecista de veintidós años, es incapaz de entender lo complicadísimo que es su hermano, Peter, reputado y carismático abogado treintañero, que, si os soy sincera, efectivamente, es una persona complicadísima, un hermano mayor de manual (al habla una hermana mayor). Peter tiene éxito laboral, sí, pero no siente que encaje entre los que se supone que son los suyos, trata la pérdida de su padre como un trámite más para no tener que pensar demasiado, no se lleva especialmente bien con la nueva familia de su madre, está enamorado de Sylvia, pero es posible que también sienta algo por Naomi y, no podría ser de otra forma, es una persona incapaz de sobrevivir sin benzodiazepinas. Vaya, que Peter no está bien y no sabe pedir ayuda o, quizá, ya la haya pedido antes y no la haya encontrado.
«Peter apenas hablaba con nadie, apenas miraba a nadie a los ojos. Se podía pasar horas contemplando el vacío, sin hacer nada. Y lloraba, vale, no abiertamente, pero se lo oía llorar en su cuarto. Era incómodo. Ivan tenía una vida de la que preocuparse. ¿Qué esperaba que hiciese? Por las tardes, después del colegio, empezó a evitar la compañía de Peter, se excusaba enseguida de la cena y se escabullía de cualquier habitación en cuanto entraba él».
El personaje de Peter, sin duda, evoca a otros que han protagonizado libros anteriores de Sally Rooney, pero, esta vez, su contrapunto no será alguno de sus intereses románticos de una edad similar a la suya. La otra cara de la moneda de Intermezzo es Ivan, el primer protagonista no millennial de la bibliografía de la autora. Ivan comienza una relación con Margaret, una mujer divorciada catorce años mayor que él mientras trata de encajar la pérdida de su padre y busca cómo encajar sin perderse a sí mismo en unas convenciones sociales que su hermano, aparentemente, domina a las mil maravillas. Peter es un espejo en el que Ivan se mira, pero no se reconoce. Quizás a las hermanas pequeñas os suene de algo esto.
«Con una voz deliberadamente susurrante, Ivan dice: En el fondo te odio. Te he odiado toda la vida. Peter, sin inmutarse, sin mirar alrededor para ver si el resto de clientes o empleados están mirando, responde sin más: Ya lo sé».
Sally Rooney ha compuesto una novela compleja que resuelve de manera notable. Su estilo libre en tercera persona, pero «cámara en mano», se encuentra cómodo en las grandes diferencias que separan a sus dos protagonistas. La simple puntuación, sin ir más lejos, marcará la distancia entre las personalidades y las emociones que dominan a Ivan y Peter. El ritmo que infunde al discurso se mimetiza con los personajes e imbuye a quien lo lee en un estado alterado de la psique que no dará tregua hasta un final. Confieso, lectoras, que quedo a la espera de más Sally Rooney, que se ha convertido en autora imprescindible en mis estanterías.