Cuando en 2011 falleció Václav Havel, los titulares de los periódicos le recordaban como el expresidente de la República Checa o de Checoslovaquia (ya que fue el primero de una y el último de la otra, antes de la separación con Eslovaquia). La política primó en la vida de Havel, pero, tanto en sus últimos años como en las décadas anteriores a su incursión en la esfera política, su ocupación fue la de dramaturgo. Un dramaturgo que plasma en sus obras los temas que le preocupan, donde deja ver ya sus ideales éticos y sus compromisos morales con la sociedad, a la que retrata sin concesiones para denunciar las hipocresías y los sinsentidos en los que a menudo cae el hombre.
Eso mismo es lo que plantea en Vernissatge, pieza escrita en 1975 pero de una actualidad incontestable. En ella, una pareja invita a quien se supone que es su mejor amigo para enseñarle la nueva decoración de su casa, en una suerte de inauguración. Pero no se limitarán a tomar unas copas, sino que, a medida que la obra avanza, los anfitriones irán presionando más al invitado y cuestionando su modo de vida al contraponerlo con el suyo, insoportablemente perfecto, aparentemente feliz. A través de un juego dramatúrgico en espiral in crescendo, Havel recrea un modo de vida, una manera de ser y, sobre todo, la paradoja del vacío existencial en el que, para ser, se necesita a los demás, la mirada del otro. Vernissatge ofrece otra variante para poner en práctica el sentido de la célebre cita sartriana: l’enfer, c’est les autres.
Marilia Samper, directora del montaje de La Trama Produccions que puede verse en El Maldà, muestra de nuevo su capacidad escénica y transmite a la perfección un texto y unos personajes con los que el público rápidamente capta el sentido de la obra. La atmósfera del lugar, la incomodidad de los presentes, la superficialidad del trato se evidencian en la propuesta escénica y en la dirección actoral. Los dos protagonistas, Xavier Pàmies i Carla Ricart, defienden con naturalidad unos personajes que son cualquier cosa menos naturales y logran que, incluso cuando caen en el histrionismo, su actuación no parezca excesiva. Mientras, Alberto Díaz encarna el difícil papel del amigo desubicado también con convicción. El extremado vestuario, diseño de Susana Del Sol, permite identificar claramente los roles en cuanto aparecen en escena, y también la iluminación de Roger Orra, en la que se echan en falta frontales, refuerza la carencia de autenticidad.
El teatro de Václav Havel siempre vale la pena, siempre guarda un interés presente y actual, de modo que hay que aprovechar que esta temporada se programarán dos de sus obras en la cartelera teatral catalana, aprovechando que 2016 fue el año de su 80 aniversario. Por el momento, la primera de las programadas, Vernissatge, puede verse en El Maldà hasta el 15 de enero.