¿Qué lugar ocupa la amistad en nuestras vidas? ¿Por qué es tan fundamental y, al mismo tiempo, tan esquiva? Estas son algunas de las preguntas que atraviesan el ensayo filosófico de Marina Garcés (Barcelona, 1973), La pasión de los extraños, recién publicado por Galaxia Gutenberg. El libro, dividido en ocho capítulos, abre un camino reflexivo que recorre los márgenes del pensamiento tradicional sobre la amistad, siguiendo sus hilos conceptuales, pero también atreviéndose a explorar sus vacíos.
Esta obra parte una pregunta central: ¿por qué —y para qué— necesitamos a los amigos? Contamos con explicaciones psicológicas, antropológicas o sociológicas sobre el fenómeno de la amistad, pero hay algo en ella que escapa a cualquier teoría. Esa es, precisamente, la zona que Garcés quiere explorar: la que no puede reducirse ni al dato ni al análisis académico. La amistad, sostiene, es una experiencia afectiva que no tiene más fin que ella misma. Y solo puede darse entre personas que son realmente libres. Desde esa perspectiva, cualquier forma de dependencia —ya sea emocional, económica o simbólica— entra en conflicto con lo que significa una verdadera amistad, porque esta se basa en la reciprocidad entre iguales. Y en ese sentido, más que un contrato, lo que la amistad exige es un compromiso libre: una elección constante, y nunca forzada.

A pesar de lo esencial que resulta la amistad, nunca hemos construido instituciones para regularla: no requiere contratos, firmas ni registros. Es una relación profundamente libre, que se da sin necesidad de formalizarse; quizá ahí radica parte de su misterio. En los últimos años, parece que hemos empezado a mirar la amistad con ojos nuevos, pero también con cierta ansiedad. Garcés advierte que se la está convirtiendo en una especie de remedio emocional: una respuesta terapéutica al malestar contemporáneo, a la soledad, al aislamiento. La vemos como una solución: aparece en artículos de psicología, en redes sociales, en charlas TED y blogs de autoayuda. Pero esta tendencia, dice la autora, es peligrosa. Porque desnaturaliza la esencia de la amistad: los amigos no están ahí para cumplir una función o para salvarnos. No son un medio para lograr otra cosa: los queremos simplemente por lo que son, por cómo habitan el mundo, y eso no se puede instrumentalizar. Otro tema importante que atraviesa el ensayo es la relación entre la soledad y la amistad. Garcés no ve a los amigos como una solución a la soledad, sino como una forma de estar acompañados incluso en ella. La amistad no elimina el vacío, pero lo habita con nosotros. No nos «cura», sino que nos permite sostenernos mutuamente desde un lugar de autenticidad, sin máscaras ni obligaciones.
A lo largo del libro, la autora comparte también sus propios recelos hacia el concepto convencional de amistad. En el prólogo, por ejemplo, confiesa que le incomoda la facilidad con la que muchas personas hablan de sus amigos, como si se tratara de vínculos garantizados, estables, seguros. Ella, en cambio, ve en la amistad un espacio de deseo y miedo, de conexión y también de inquietud. Porque si algo define a la amistad es su carácter inestable, incluso desconcertante. El libro revisa cómo se ha pensado la amistad a lo largo de la historia: de Aristóteles a San Agustín, pasando por Tomás de Aquino, Hannah Arendt, Hobbes o Schmitt. El ensayo adopta en determinados pasajes un tono más académico y complejo, que enriquece la lectura con una base intelectual sólida y un enfoque histórico interesante, y que Garcés combina con la exploración desde terrenos más personales, explorando cómo la amistad moldea nuestra identidad: las relaciones que construimos con los demás no solo nos acompañan, sino que nos transforman. En ellas nos vemos reflejados, nos descubrimos y también nos cuestionamos. «Nos conocemos y desconocemos a través de los amigos», dice la autora. En esos vínculos aparece una versión de nosotros que a veces ni sabíamos que existía.
En resumen, este ensayo propone una mirada distinta y profunda sobre la amistad. Lejos de los clichés y los lugares comunes, nos invita a pensarla como una experiencia viva, compleja, frágil y luminosa; un espacio de libertad donde no hay garantías, pero sí posibilidades infinitas. La pasión de los extraños invita a pensar la amistad no como un salvavidas ni como un ideal romántico, sino como una experiencia viva, frágil, intensa y profundamente humana.