Las relaciones familiares, y las relaciones de cada uno con ese concepto llamado “familia”, han ocupado ya en más de una ocasión las propuestas presentadas por la compañía Arcàdia y su director y dramaturgo, Llàtzer Garcia, ya sea de una forma directa, como en Cenizas, o de forma indirecta, como vimos en Sota la ciutat, estrenada en el Teatre Lliure y de la que también publicamos la crítica en su momento.
Ahora nos han presentado Els nens desagraïts, la pieza que cierra la trilogía del autor sobre los lazos familiares, y que está compuesta por La terra oblidada y la ya mencionada La pols (Cenizas). Lo han hecho en la Sala Beckett, donde esta temporada son una de las compañías residentes, aunque el espectáculo se estrenó antes en el Festival Temporada Alta, que ha sido co-productor de la pieza junto con la compañía.
Els nens desagraïts está basada en una historia real, que Garcia conoció a través de un antiguo compañero de clase, protagonista de los hechos, y que, según afirma, tuvo ganas de contar desde siempre, desde que empezó a escribir. La historia nos sitúa en un pueblo de Girona donde una comunidad religiosa totalmente hermética convive aislada del mundo y esperando el inminente apocalipsis. Los hijos de los miembros de esta comunidad, al crecer, rechazan todo aquello impuesto por sus adultos, les reprochan la infancia que no han tenido, y rompen sus vínculos familiares para optar por una vida en el mundo real. Pero, a menudo, deshacerse de los lazos familiares no es tan sencillo como podría parecer. Y la familia, aunque no la elijamos, parece metida en nosotros como un gen indestructible.
Con un texto sumamente sutil, cuidado, de final imprevisible y escalofriante, en armonía con la puesta en escena, y con un elenco formado por los actores integrantes de la compañía Arcàdia junto con Garcia, Muguet Franc y Guillem Motos, y por Ramon Pujol y una Teresa Vallicrosa en esta de gracia (y nunca mejor dicho…), Els nens desagraïts empuja al espectador a entrar en la atmósfera asfixiante de esa secta para sacarle de ella luego y darle un último revés final. La naturalidad que envuelve la pieza en todos los aspectos escénicos, desde las interpretaciones de los cuatro actores hasta la estructura dramatúrgica, pasando incluso por el uso de la luz, diseño de Paco Amate, contribuyen a que el público sienta la verdad que hay detrás de la historia y se estremezca.
La pieza da, además, para un debate siempre candente: el del lugar de la religión en nuestras vidas y en nuestra sociedad. Y la capacidad enorme del ser humano de creer aquello que quiere creer, y el inmenso poder de la esperanza o de la fe.
La obra se ha podido ver en la Sala Beckett hasta el pasado domingo 10 de diciembre, cosechando gran éxito de crítica y público, por lo que esperamos que vuelva a la cartelera teatral barcelonesa (o, ¿por qué no?, a la madrileña, como ya hiciera la segunda parte de la trilogía).