Revista Digital

Diver down (Van Halen, 1982), entre el pop y el rock

La curradísima portada y contraportada del Diver down

El Diver down de Van Halen fue el primer CD que me compré. No fue el primero de mi colección, sin embargo. Ese puesto lo ocupa uno de Michael Bolton que me regaló mi hermana. Como por aquella época el bueno de Michael gastaba pelazo, ella debió pensar que eso significaba que le daba al heavy, que era lo que me molaba entonces y, con toda su buena intención, me lo compró. Pero claro, Michael y yo no hicimos buenas migas y años después, cuando ella estaba empaquetando sus cosas para irse a vivir fuera de casa, el disco de Michael Bolton viajó con ella. Fue lo mejor para todos.

Mientras estaba escuchando de nuevo el Diver down, antes de escribir esta breve reseña, refrescando los recuerdos de tantas escuchas solitarias en mi cuarto porque, sí, queridos adolescentes de hoy, antes los discos se escuchaban muchas veces, me he preguntado por qué precisamente este disco fue el primero que me compré. Van Halen no estaban exactamente de moda en España en 1991, fecha de autos, ni la portada era especialmente atractiva sino todo lo contrario, ni yo había oído hablar de ellos, ni mucho ni poco, más allá de aquella escena de Regreso al futuro. El disco estaba en la sección de heavy del Discoplay de mi barrio y el precio, 1.200 pesetas, era medianamente asequible para un chaval de catorce años. No había que plantearse muchas más cosas. Compra autorizada.

Al llegar a casa y retirar el plástico vino la primera decepción. Si la portada era cutre el interior no desentonaba. Un libreto de tres páginas con los títulos de las canciones y la duración (escasita, poco más de media hora en total), una foto en blanco y negro del grupo y una contraportada con cuatro fotos en miniatura de la banda tocando en directo, sobre fondo del grupo en blanco y negro, saludando a una multitud que abarrotaba un estadio anónimo. Y ya. Ni letras de canciones ni agradecimientos ni, por supuesto, todos los extras que hoy incluyen la mayor parte de los discos. Era el principio de los 80 y se vendía todo, fuera bueno o malo, no hacía falta mucho más. Y menos aún tratándose de Van Halen, una de las grandes bandas llenaestadios del momento. Bastaba con que el disco fuera redondo.

Me vine un poco abajo, la verdad. Pero bueno, lo que importa es la música así que, metí el CD en la bandeja del reproductor de la minicadena y le di caña al volumen. El primer tema es una más que correcta versión del Where have all the good times gone de The Kinks. Esta canción supuso también mi primera toma de contacto con el mítico grupo de los hermanos Davies, pues gracias a estas versiones, a veces auténticos tesoros, uno descubre grupos que, a su vez, le llevan más allá y así, hasta el infinito. En ese viaje de descubrimientos sigo metido.

El segundo corte de Diver down se titula Hang’em high, un tema de corte clásico, rock duro afilado, con la guitarra de Eddie Van Halen haciendo de las suyas, perfecto para soltar la melena haciendo sufrir a las cervicales. Aunque, por supuesto, ¿quién piensa en dolores musculares en la adolescencia? El tercero, Cathedral, es el típico producto de su tiempo. Hey, tengo un teclado y unos sintetizadores y los voy a meter en el disco, aunque no peguen ni con cola. Dicho y hecho. Afortunadamente, esta marcianada no llega al minuto y medio. Secrets es el cuarto tema, y uno de los más lucidos del disco, versiones aparte. Aquí sí se puede apreciar el talento y la versatilidad de la banda, con un David Lee Roth pletórico de facultades, coqueteando con el pop en este corte. Coqueteando mucho con el pop. Vamos, que es un tema pop típicamente ochentero. Pero muy resultón, oye.

Llegamos al quinto tema, una introducción que no llega a los dos minutos y que poco aporta, que precede a otra de las versiones del disco, una magnífica interpretación del (Oh) Pretty woman de Roy Orbison. ¡Qué bien le sienta la guitarra eléctrica de Eddie Van Halen a este petardazo! Debería ser obligatorio que las buenas bandas de rock realizaran versiones de los temas clásicos de los cincuenta y sesenta. Es rara la versión que no sea, al menos, curiosa. Y después de la reinterpretación del clásico de Orbison, otra versión, una curiosidad experimental en la que los teclados y los sintetizadores vuelven a cobrar protagonismo, para dejar el Dancing in the street prácticamente irreconocible. Así eran los 80, excesivos, barrocos y, a veces, sorprendentemente geniales. No en este caso.

La octava canción es otra breve pieza instrumental, en la que el menor de los Van Halen muestra su enorme talento a la guitarra, esta vez con toques flamencos, para dar paso a un espléndido tema propio, Little guitars, de los que nos recuerdan por qué nos gusta tanto el rock and roll, el ligerito en este caso. Muy ligerito, casi pop, eso sí. Y sin el casi: es un tema popero cien por cien. Y un poco moñas, además. A continuación, otra versión, una cachondada titulada Big Bad Bill (is Sweet William now) en la que David Lee Roth ofrece su versatilidad apabullante, anunciando lo bien que marida su voz con temas jazzísticos. Talentazo el suyo. Por cierto, el clarinete que suena en la canción lo toca el padre de los hermanos Van Halen, Jan, saxofonista trotamundos que alcanzó su máximo reconocimiento gracias precisamente a este tema. No fue mala la forma que tuvieron Alex y Eddie de agradecer a su padre haberles inculcado la pasión por la música.

El penúltimo tema de Diver down es otra composición propia, The full bug, en la que mi espíritu de adolescente ávido de menear la melena al viento pudo encontrar cierto consuelo. El segundo tema rockero de un disco sacado de la sección de heavy metal. Casi . Y es que este disco de 1982 es un decente álbum de rock clásico en la frontera con el pop más comercial pero no va más allá. Me quedé con las ganas de mover más la melena haciendo un punteo imaginario con los dedos rascando en la pernera del vaquero. Vamos, que después de haberlo escuchado, yo no lo hubiera ubicado en la sección de discos de heavy metal. Menos mal que este temazo me alivió ligeramente. Y así llegamos a Happy trails, la moñada que cierra el disco, un tema que parece ahí metido para que no digamos que nos han dado solo media hora de música. Treinta y un minutos y treinta y un segundos componen el Diver down. Doce canciones y cuatro temas propios. No parece que Van Halen tuviera muchas ganas de currar en esta ocasión y se nota el exceso de presión de su compañía, Warner, para que el disco saliera ese año, el quinto, para continuar con la tradición de un disco por año que el grupo había mantenido desde su debut en 1978.

Pese a todo, este disco supuso el comienzo de mi idilio con Van Halen y, como el Diver down es de los más flojos de sus primeros seis (si no el más flojo), fue sencillo enamorarse más profundamente con los siguientes. Sin embargo, nunca logré convencer a mis amigos. En esa época tan difícil que es la adolescencia, en la que el apoyo del grupo es importante, también se desarrolla la individualidad. En mi grupo abundaban las melenas y las camisetas negras, Guns’n Roses, Iron Maiden y AC/DC pero, además, todos teníamos un grupo al que sentíamos como propio. El de mi amigo Dani fue Ratt, porque él siempre tuvo más personalidad y se lanzó a descubrir música por el lado más cardado de la vida. Yo, que nunca fui especialmente atrevido, me quedé con Van Halen, un grupo llenaestadios y, además, una extraordinaria banda de rock and roll.

 

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