La sexagésima edición de Eurovisión, el que es ya el programa televisivo más veterano del mundo, se mantiene más joven que nunca. Arrasó en audiencia y borró todo rastro de frikismo de sus participantes, subiendo el nivel de sus canciones. España, a pesar de todo, mantuvo el tipo.
21, sí 21, ese fue el número que marcó a España en la final del 60 aniversario del Festival de la Canción de Eurovisión en Viena. En el puesto 21 salimos a actuar y al puesto 21 llegamos en la tabla. 15 puntos para nuestro país, una niña bonita que fue Edurne. Fin.
Este sería un resumen bastante injusto, por eso si entramos en análisis, este año hay mucho que ver y debatir, huelleros. Por eso, comencemos por el principio, cuando una espectacular y venida arriba Conchita Wurst, la anterior ganadora, abrió el show con el tema homónimo al lema de este año del festival: Building Bridges, es decir, “construyendo puentes”, para posteriormente dar paso a las tres presentadoras austríacas del evento. Un escenario impresionante, un público apelotonado y apasionado (como debe ser) y dos horas por delante de uno de los espectáculos más seguidos y mágicos de la televisión mundial. Y Amanecer.
El festival, afortunadamente, ha sabido abandonar frikismos anteriores. Este año o bien la organización se dejó de tonterías y puso las pilas a los países, o estos han se han dado cuenta de que no sirve de nada enviar propuestas que no encajan con el que es ya un espacio televisivo de empaque, de renombre y que ha entrado en los Guinness de los Records por algo. El nivel de los participantes subió, lo que propició que la gala fuera más animada a pesar de las 27 canciones de este año, 20 semifinalistas que se ganaron por derecho su lugar en la gran final, el Big Five, el país anfitrión y un invitado de excepción: Australia, donde el festival doy fe que se vive con emoción e intensidad.
Uno por uno, los artistas fueron poniendo sus cartas sobre la mesa hasta que le llegó el turno a nuestra representante. No nos engañemos, la apuesta de la madrileña era firme. Y difícil, frente al nivel de algunos países. Su canción, cargada de emotividad y desgarro, era más que aceptable, y pegadiza con sus ya míticos “Ieies”, lo que no nos olvidemos, ayuda a que sea retenida por el espectador. Edurne salió al escenario del Wiener Stadthalle arropada por el público español y una capa roja de la que, a la primera de cambio, su bailarín le despojó. Si bien a la puesta en escena le faltaba la épica que requería la canción, los mayores fiascos a mi modo de ver se los llevó la coreografía, inexistente salvo por la danza a lo Loreen con su bailarín (¡pareado!); la escenografía, cutrilla y de la cual se podría haber sacado más; y sobre todo, la realización, que en absoluto supo captar ni la esencia ni el concepto de la canción española. En cuanto a la intervención de representante, a mi modo de ver no tuvo tacha. Emocionada dejando soltar incluso una furtiva lágrima, afinada salvo un detalle final, y comiéndose el escenario a pesar del impedimento que es salir a competir con menos cartas que el resto de jugadores, Edurne mereció más que 15 puntos.
No obstante, aunque su actuación fue intachable el sábado, en los mentideros corren rumores de que el viernes, un día antes de la final cuando se hace el pase previo y privado al jurado, esto no fue así. Edurne se mostró algo más nerviosa y su glotis algo más cerrada, lo que le impidió desplegar todo su potencial de voz. De ahí la noticia con la que desayunamos el domingo: España había sido la antepenúltima por voto del jurado. Porque, no olvidemos, que ahora los votos se reparten a partes iguales entre público y un jurado especializado y, por el momento, los ganadores de las ediciones han sido bastante justos, a pesar del fantasma de politiqueo que siempre sobrevuela sobre el festival.
SUECIA – Heroes: Finalmente ganó Suecia, clara favorita, con una canción acusada de plagio y una puesta en escena interactiva y jamás vista antes. Un estribillo más pegadizo que el de La Barbacoa y un representante, Måns Zelmerlöw, lleno de entusiasmo y buen rollo terminaron de completar la potente apuesta sueca. Pero hubo bastantes más que destacaron por su buen, o mal hacer.
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RUSIA – A Million Voices: Otra apuesta firme de la noche era la rusa, que finalmente quedó segunda. Polina Gagarina defendía un baladón como pocos, una canción que crecía y crecía y que llamaba a cantar con un millón de voces, un himno pacifista que poco o nada tiene que ver con la política belicista y homófoba de su país, una política que propugnaba por un festival propio que sólo incluyera a países del este y que incluso ha provocado que países como Ucrania no se hayan podido presentar este año por causa de sus inestabilidad social. Creo que Rusia no es la más adecuada para abanderar el lema Building Bridges, sino más bien uno que fuera algo así como Burning Bridges.
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BÉLGICA – Rhythym Inside: Alternativa, minimalista y arriesgada. Así podría calificarse la canción belga que sorprendió por su estructura y ritmo, un tanto inusuales, y su puesta en escena, diametralmente opuesta a lo eurovisivo. Loïc Nottet fue el representante que defendió y encumbró al cuarto puesto a esta ecléctica canción cuya actuación era más propia de unos premios Grammy.
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AUSTRALIA – Tonight Again: Invitada de honor, su intérprete Guy Sebastian se marcó un temazo con ritmos negros directamente desde el otro extremo del planeta. Quedó quinto y dejó muy buena sensación en los espectadores. Por mí, si va a jugar así, que juegue todo lo que quiera Australia en próximas ediciones de Eurovisión.
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ALEMANIA – Black Smoke: A mi modo de ver, junto a Amanecer, la gran incomprendida de la noche. Un medio tiempo elegante, con una melodía y puesta en escena propia de una de las películas de 007 y una artista, Ann Sophie, muy sensual que no consiguieron sin embargo ni un solo punto. Misterios de la gala.
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POLONIA – In the Name of Love: Ya entrando en lo peorcito de la gala, encontramos a Monika Kuszyńska, artista polaca en silla de ruedas era la encargada de defender su canción, un tema lento, soso, carente de sentimiento y con una escenografía propia de la sakura japonesa. Apta para insomnes, no así para hiperglucémicos.
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HUNGRÍA – Wars for Nothing: Y también para nada era la canción húngara, una balada tediosa cuyos intérpretes, Boggie, casi catequistas, consiguieron lo que pretendían con la canción antibelicista, que los espectadores encontraran su hueco perfecto para ir al baño a descargar balas y bombas.
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REINO UNIDO – Still in Love with You: Hay más, pero para ir cerrando esta reseña, acabaremos con el zurullo envuelto en neones que presentó Reino Unido, un año más. El dúo Electro Velvet se marcó un tema con matices de los años 20 y 60 que tan pronto metía la voz de Balú de fondo como apagaba las luces para deslumbrar con fluorescentes en los vestidos de los intérpretes. Él más correcto, y ella desafinada y arrítmica, no supieron como encauzar una canción sin pies ni cabeza ni corazón.
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En fin, huelleros, que este año tampoco ha podido ser. Pero no pensemos que hemos sido perdedores del todo. Cada año que se celebra el festival es un motivo de acercamiento entre países y pueblos de Europa y eso es ganar también; es más, me atrevería a asegurar que el festival ha hecho más por unir al viejo continente que alguno de sus políticos. Esta ocasión ha sido el ocaso de nuestro tema, pero dentro de un año, seguramente, nuestras ilusiones volverán de nuevo a amanecer.
PD: mi reflexión final de telespectador de hoy es: “Esperemos que no le quiten la victoria a Suecia porque entonces ganaría Rusia y la hija de Putin”
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