Arthur Miller ha estado doblemente presente en el Festival Grec de este año, coincidiendo con su centenario el pasado noviembre. Los primeros días pudo verse en el Teatre Grec su conocida Les bruixes de Salem, con dirección de Andrés Lima, y durante todo el mes estará en cartel El preu, una de sus obras menos conocidas pero en la que el dramaturgo despliega, como en las más célebres, todo su talento dramático para construir esos conflictos tan contemporáneos y universales, tan humanos, tan certeros, tan duros y reales.
En El preu (El precio), Miller respeta las tres reglas unitarias aristotélicas para exponer un conflicto en un solo espacio y durante un tiempo continuo, la hora y tres cuartos que dura la función. No necesita complicar la estructura dramatúrgica para servir un drama que desnuda a los dos protagonistas y dibuja con trazo firme a los dos personajes secundarios. La acción sitúa a un matrimonio en la antigua casa del padre de él, a la que han ido junto a un tasador para saber cuánto va a darles por los muebles antiguos que hay allí, ya que el edificio va a ser derribado. La mitad de lo que saquen será para su hermano, un hermano que nunca se preocupó de su padre ni de él, que tiene una carrera de éxito y una vida plena y feliz, hasta donde saben. Él, en cambio, ha tenido que renunciar a muchos de sus sueños y planes de futuro para poder sacar adelante a su padre, hundido en la miseria tras el crack del 29 (para entender mejor este punto, váyase a La Villarroel y véase Lehman Trilogy, otra de las propuestas de larga duración del Grec). Pero el hermano ausente se corporizará y su aparición propiciará otras muchas: la de los reproches, la de las verdades, la de los secretos, la de los recuerdos, la de los fantasmas, la de las decepciones, la del dolor,… Porque ese precio al que alude el título no es sólo el valor económico de los muebles, sino el precio que paga cada cual en su vida por las decisiones que toma, por aquello que hace o deja de hacer.
Sílvia Munt firma una propuesta sustentada en la dirección de actores, de cuatro grandes intérpretes de la escena catalana, que se ponen al servicio de un texto que funciona por sí solo. El ritmo que le marca Munt en su quinta dirección teatral, además, contribuye a que el espectador vaya entrando paulatinamente y con naturalidad en la pieza, que combina el humor de la primera parte, con ese tasador chistoso interpretado por Lluís Marco, y el dramatismo al que se llega en la otra, cuando se expone claramente el conflicto entre los hermanos, un conflicto que tiene en cada extremo a Ramón Madaula y Pere Arquillué defendiendo sus posturas enfrentadas, intentando un acercamiento que parece irrealizable. Rosa Renom aporta la visión femenina, pero desde una mirada activa, pues ella también tiene su propia opinión y sus propios fantasmas.
El despliegue dramático ocurre a la sombra de una inmensa montaña formada de sillas, un armario enorme, incluso un arpa, que colma el escenario aunque esté a un lado, diseño de Enric Planas. El diseño de iluminación lo firma Kiko Planas, cuya sutileza para ilustrar con el tono y los claroscuros el paso de los minutos, el atardecer y el anochecer, es exquisita. El resto de elementos escénicos están cuidados al detalle, desde el vestuario hasta la música, pasando por la proyección fotográfica ambientada en la época.
El preu cuenta con los ingredientes principales para una buena función: un reparto de categoría dirigido de manera acurada y certera para servir el texto del dramaturgo americano en todo su esplendor, sin artificios que lo empañen. Puede disfrutarse en el Teatre Goya hasta el 7 de agosto.