Este es un relato que emerge como una parábola existencial tomado por una profunda melancolía, siguiendo la estela del llamado esencialismo ruso.
En Leviatán se combinan las tensiones de las luchas de clases en la Rusia actual y la angustia que habita en la vida doméstica que se extiende con su manto verdaderamente metafísico
Leviatán se inicia como una tragicomedia. Cierto humor habita en la primera parte, un instante más tarde todo cambia, hasta tornarse en una tragedia implacable. Observamos como este drama familiar es capaz, así mismo, de aglutinar las enfermedades morales que corroen a una nación corrupta, intimidante; como es Rusia.
Los parajes fósiles, geológicos se enmarcan dentro del paisajismo que proporcionan las costas del Mar de Barents, donde trascurre la cinta, concentrándose en estos un amplio retrato humano y sociopolítico del país. Por encima de ese sistema mafioso, antes citado, está la mano de la iglesia ortodoxa que viene a regirlo todo. La secuencia final que cierra el relato marca ese determinismo social, esa especie de homilía del sacerdote ortodoxo a los feligreses.
Los elementos del argumento en desarrollo -donde además intervienen con consecuencias quizás imprevisibles las pulsiones de los deseos románticos a través del personaje de Lilya, y que abre sin lugar a dudas fisuras en las dinámicas de la lealtad y la amistad entre Kolya y Dimitri-, dialogan con la noción del héroe clásico y con los habituales elementos del drama criminal y la tragedia familiar. A pesar de cierto carácter rutinario, la cinta trata de buscar espacios dotados de personalidad propia, quizás en ese tono propulsado por los contrastes.
Leviatán es realista, también alegórica; concede vital importancia al retrato terrenal y humano, como a cierto sentido espiritual de la tragedia que se va desplegando ante nosotros los espectadores.
La cinta se alzó con el Premio al mejor guion en la pasada edición del Festival de Cannes y con el Globo de Oro a Mejor película de habla no inglesa.
Imágenes: Golem Distribución