«Anhelaba más lenguas, más mundos donde vivir y más poder para cambiar el
mundo que habitaba ahora».
¿Habéis salido alguna vez a la calle y os habéis preguntado qué actitud adoptar para que vuestra «blancura» no resulte amenazante? ¿No? Sí, habitar el espacio público como persona blanca puede resultar bastante fácil. Sin embargo, las personas negras tienen un poco más difícil eso de existir entre los nada amenazadores blancos, pues son bastante susceptibles. Sin ir más lejos, el otro día un padre de familia se vio obligado a defender a sus hijos cortándole la cabeza con una motosierra a unos niños negros que jugaban en las afueras de la biblioteca.
Estoy segura de que ahora mismo estáis buscando en Google esta noticia, ¿verdad? La consideráis una salvajada, una locura, pero, por algún motivo, no os sorprendería ver esta historia en un telediario. Podéis relajaros, es una noticia falsa sacada del primer relato de los doce que componen Friday Black, debut salvaje y desbordante de Nana Kwame Adjei-Brenyah, editado en España por Libros del Asteroide.
«El tribunal había dictaminado que, como los niños estaban merodeando en el exterior de la biblioteca en vez de estar leyendo dentro, tal como cabría esperar de unos miembros productivos de la sociedad, era razonable que Dunn se hubiera sentido amenazado por aquellos cinco jóvenes negros y, por tanto, la ley amparaba su derecho de protegerse y de proteger los DVD que había sacado en préstamo de la biblioteca y de proteger a sus hijos de forma en que lo había hecho: yendo al maletero de su Ford F-150 y sacando su motosierra Hawtech PRO de dieciocho pulgadas y 48cc».
Con la familiaridad de los hechos hiperbolizados de «Los cinco de Finkelstein», nos adentramos en un conjunto de distopías que retratan un Estados Unidos donde la violencia, el racismo, el capitalismo salvaje, la pobreza endémica y la frivolidad son los protagonistas. Nada que no suceda ya, realmente. No hace falta tirar de fantasía para ver que nuestras sociedades ya aquejan de estos problemas. Sin embargo, gracias a la literatura especulativa escrita con una pluma afilada, que juega magistralmente con los puntos de vista, la focalización y las voces de los personajes, estos problemas se alejan de la teoría y formalizan la expresión de experiencias humanas únicas. Adjei-Brenyah consigue una antología que construye unos mundos suficientemente parecidos a la realidad para que nos den escalofríos, pero poéticamente acogedores para que podamos recrearnos en ellos.
Cada uno de los relatos que componen Friday Black es único y merece su comentario, pero, además del primero de ellos, del que ya os he hablado, «El hospital donde» y «A través del destello» me parecieron los más transparentes en cuanto a los dos temas que, de una forma u otra, atraviesan todas las narraciones de la antología: el afecto por el prójimo y la voluntad y necesidad de cambio.
«El dios de las Doce Lenguas me había prometido que mejoraría nuestras vidas. Que yo podría usar el poder que él me había otorgado para cambiar las cosas. Pero daría igual lo que yo hiciera, si mi padre no estaba vivo para verlo».
Tanto la cita anterior como la que encabeza esta reseña las he extraído de «El hospital donde» una satírica historia metaliteraria en la que un joven escritor ha pactado con el dios de las Doce Lenguas, un ser más bien demoníaco que confundirá a autor y lector sobre qué es la realidad y qué es la ficción. Se plasma en esta historia la propia voluntad de Nana Kwame Adjei-Brenyah de generar un cambio en este mundo a través de la imaginación de otros, la asunción de las limitaciones de la literatura para tal fin, pero también la celebración de lo que el arte de la escritura aporta a la experiencia humana.
Así, ante la incapacidad de mejorar nuestras vidas, el autor de Friday Black abandona la distopía para apostar por algo más allá, el cambio definitivo, el apocalipsis. En «El destello final», un relato «posapocalíptico nuclear», una ciudad queda condenada a un bucle infinito que provoca que sus habitantes vivan eternamente en sus últimas veinticuatro horas de vida antes del destello. Puede parecer este un relato derrotista, de aceptación de la fugacidad de la vida, de la inevitabilidad de eso que llamamos tiempo, pero yo lo veo como un bello broche final. Y es que, si tomamos el apocalipsis como el final del mundo conocido y como la esperanza de un mañana distinto, puede que abracemos el destello con el mismo sentimiento de paz con el que lo recibe la protagonista de esta narración final.
«Luego, antes de desaparecer, te das cuenta de que todo lo que ha existido seguirá existiendo por mucho que no haya un mañana. Ni siquiera el apocalipsis es el final».