Seix Barral recupera Deseo que venga el Diablo, un transgresor autorretrato en forma de diario que encierra la singularidad literaria de un genio.
«De condición femenina y diecinueve años, filósofa de la escuela peripatética, ladrona, genial, mentirosa y necia. E infeliz, y llena de angustia y desesperanza desesperada». Con estas líneas se describe a sí misma Mary MacLane, una precocísima escritora, absolutamente adelantada a su tiempo, que asegura vivir una vida vacía, aburrida y, por encima de todo, solitaria.
Mary MacLane nació en 1881 en Winnipeg (Canadá), y siendo pequeña su familia se trasladó a Butte, una localidad minera en el estado de Montana, Estados Unidos. Tal vez no encontró en el seno de su extensa familia la atención que su apasionada alma solicitaba, ni sitio para sus desbocadas pulsiones excitadas por el torrente de la juventud. Más de un siglo después, gracias a la edición de Seix Barral prologada por Luna Miguel, podemos disfrutar de este Retrato, como la autora lo define, que revolucionó el panorama literario del momento -no en vano, el título original fue sustituido por La historia de Mary MacLane-.
La autora se vuelca en estas páginas íntimas para declarar sin rodeos que el objeto de su felicidad, aquel por el que ella suspira, es el mismísimo demonio: la llegada del Diablo terminará con una vida carente de afecto, de diversión y de amigos. Su estilo salvaje, directo y libre, divertido y por momentos sensual, mezcla reflexiones con descripciones, pasajes casi oníricos, recuerdos y proyecciones de futuro en una existencia insoportable y monótona. Mary MacLane no es, sin embargo, una criatura satánica y delirante que infunda miedo o inquietud. Su brillante pluma, la determinación que imprime en sus palabras, la expresión literaria de su temperamento silvestre y acerado… son componentes que hacen de su personalidad un hallazgo magnético.
«Cuando leáis este Retrato me admiraréis. No os quedará más remedio», dice MacLane cuando la obra va tocando a su fin. Esta perla no es sino uno de las múltiples fogonazos de lucidez de los que la escritora hace alarde, demostrando así que fue capaz de adelantarse a su tiempo, rompiendo moldes y cosechando adeptos: los lectores atónitos que se rinden a un talento feroz. Son varios los temas que se plantean en este libro: las convenciones sociales, la sexualidad, la moral de la época… MacLane confiesa, también, haberse dejado seducir por la tentación de la Fama, que consiguió gracias a una voz explosiva e inimitable.
El Retrato se concluye con un epílogo, escrito por la autora nueve años después de que aquél viera la luz, que supone un delicioso contrapunto a la primera escritura, a la catarsis temprana. En esta última nota, la joven vuelve sobre lo escrito en los primeros años, compara su reflejo adolescente («Sí, es verdad, el leopardo, de un modo u otro, ha mudado sus manchas») y, ya lejos del lugar en el que se crio, es capaz de tomar una nueva perspectiva. Sin duda, el debut de Mary MacLane es una hermosa rareza que no podemos dejar de recomendar.