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Siria y la crónica de unas muertes anunciadas

Tras tres años de guerra civil, Siria vive su momento más crítico, superando las 200 víctimas mortales al día y con unas condiciones que no hacen sino dificultar todavía más la llegada de ayuda humanitaria. En medio de este caos, el país se prepara para unas elecciones presidenciales que, por primera vez desde 1970, permiten la presentación de más de un candidato.

Las don banderas de Siria. Extraída de Wikipedia. Creative Commons2011. Hacia once años que Bashar al-Asad había ocupado la presidencia. Demasiado tiempo. Al menos para algunos colectivos. La necesidad de un cambio podía percibirse en el aire, pero todo permanecía en silencio. Hasta que llegó marzo. El mes en que todo cambió, aunque entonces nadie lo supo. Occidente no dio importancia a lo que parecían pequeñas protestas pacíficas contra el presidente. Su atención se centraba en lo que ocurría en Irak. Sin embargo, la situación se estaba complicando. El Gobierno sirio preparaba una estrategia de freno que incluía supuestamente el uso de armas químicas. Eso sí, sin precipitarse. Tenía todo el tiempo necesario. Entre otras cosas, porque la oposición, totalmente dividida, no actuaba. Y así, mientras unos planeaban y otros callaban, los combatientes islamistas y yihadistas actuaron. El caos comenzaba y a medida que se contaban las primeras víctimas, al-Asad se alzaba como la última posibilidad de mantener la estabilidad.

2013. Septiembre. Los atentados se intensificaron en Alepo. Morteros, coches bomba y ataques aéreos se sucedían. La capital económica de Siria se convirtió en uno de los centros del conflicto. Pero no en el único foco. Así lo demuestran las acciones de los últimos días.

17 de marzo de 2014. La vida política avanzaba en el país. Los comicios se acercan y una nueva ley electoral entra en vigor. A partir de ahora, todo candidato deberá haber vivido en Siria durante diez años consecutivos. La oposición no acoge la norma con agrado. La mayoría de las personas que merecen tal designación entre sus filas están en el exilio. O en prisión. Por su parte, la sociedad internacional empieza a calificar las elecciones de «farsa». Mientras, la población civil sigue luchando por sobrevivir.

11 de abril. Provincia de Hama. Niños y adultos llenan un hospital de campaña. Más de un centenar. Les cuesta respirar. En algunos sectores hay quien empieza a echar espuma por la boca. Dos, expiran por última vez. Son los resultados de un ataque químico con gas cloro. La mayoría apunta al Gobierno como los causantes. No es la primera vez. No obstante, el Ejecutivo niega todo implicación. Su dedo acusador señala a la oposición.

30 de abril. Eufrates. Dos postes se alzaban en una rotonda de la ciudad. En ellos, crucificados, dos rebeldes sirios. Uno con los ojos venados y la cabeza llena de sangre. Rodeándole una bandera con el mensaje: «Este hombre luchó contra los musulmanes y lanzó una granada en este lugar». Los ejecutores, el grupo yihadista ISIS, ya no están presentes. Sin embargo, lo estaban hace no mucho tiempo, al igual que algunos de los testigos que ahora pasean aparentemente imperturbables. Y es que la ejecución ha sido pública hace tan solo unas horas. Estos hombres no fueron las únicas víctimas de ese día.

Homs tras un ataque. Extraída de Wikipedia. Creative CommonsEn la ciudad de Homs, dominada por la secta alauí a la que pertenece el presidente, había amanecido. Parecía un día normal. Y en realidad lo era dentro del caos del país. Niños, mujeres y hombres despertaban. Algunos, quizá, esperaban convertirse en uno de los 500 sirios que llegan a los campamentos jordanos cada día. 79 de ellos, sin embargo, jamás emprendieron el viaje. El Frente al Nusra, filial de Al Qaeda en Siria, hacía explotar varios coches bomba colocados estratégicamente. El propósito principal: enviar una amenaza. Los alauíes y sus colaboradores tenían que aprender de sus errores. Pero el atentado mostraba algo más. La tregua alcanzada en febrero, con la mediación de la ONU, había quedado olvidada.

3 de mayo. Tres cohetes chocan contra dos edificios del barrio de Al Azizia, en Alepo. Los escombros de un hotel y un hospital llenan la calle. Junto a ellos, yacen doce cuerpos sin vida. Al mismo tiempo, un ataque similar en Damasco mata a cuatro personas. Una de ellas no tenía más de 16 años.

Y así han pasado tres años. Más de 150.000 fallecidos. Un tercio de ellos civiles. 2,5 millones de refugiados en países como Jordania y Turquía. 6,5 millones de desplazados dentro de las fronteras sirias. Centenares de niños y niñas que llevan dos o tres años sin ir a la escuela. En definitiva, toda una generación perdida. Pero los datos de Siria no son una sorpresa. Son el resultado de una muerte anunciada. Las señales estaban ahí. El problema, como en la obra de García Márquez, es que no supieron interpretarse a tiempo.

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