El festival Hocus Pocus Granhada ha cumplido en el año 2019 la mayoría de edad. Siempre fue grande, pero ahora lo es un poco más.
La mezcla entre lo real e irreal, la magia y el ilusionismo la han realizado en esta 18.ª edición magos traídos de varios países del mundo además de España: Argentina, Bélgica, China, Estados Unidos… El estreno se produjo el día 14 de noviembre en el Centro Federico García Lorca con la gala «Invisible»; los días siguientes le siguieron actuaciones individuales de magos como Luis Olmedo, Pere Rafart o Merpín en espacios singulares de la ciudad, como la Corrala de Santiago o la sala Alboreá, tablao flamenco. Para el cierre, las galas internacionales, familiar y la de magia de cerca se habilitaron otros espacios ya frecuentes como el Teatro Isabel la Católica yo el Teatro Alhambra, donde un público muy numeroso trató de cazar los trucos de los expertos magos. No fue fácil. En total han sido quince galas, con otras muchas actividades como talleres en bibliotecas escolares, conferencias y proyecciones de cine fuera y dentro de Granada. En medio, asimismo, se realizaron las jornadas profesionales.
Este año la gala internacional sumergió a los espectadores en la supuesta grabación de un talent show donde los diferentes magos mostraban sus habilidades. Hay que felicitar a los magos, organizadores y presentadores, que cada año se reinventan y hacen al público pasar un buen rato con sentido del humor.
Las actuaciones de este año fueron tan diversas como los propios artistas, con propuestas de cartomagia, escapismo (¡cuánta carrera para tan poco tiempo en un teatro grande como el de Isabel la Católica!) y mucho humor. Sebastien Dethise y su ayudante pata (hembra de un pato, entiéndase) nos sorprendieron con su espectáculo cercano al cabaret, pero el hecho más espectacular lo realizó Huang Zeng cuando bailó flamenco con su sombra en diferido y troceó a su ayudante con cajas atravesadas por barras de neón; finalmente reapareció y resultó que la ayudante estaba ilesa y sonriente. Una capa con luces led y otras parafernalias sinceramente vistosas nos han hecho ver que, aunque no hacía ninguna falta para producirse la magia, la tecnología —como ya vimos con Jorge Blas— ha llegado también al espectáculo…
¿Qué nos esperará el año que viene? Pues más magia y espectáculo, sin duda. No obstante, quiero terminar esta crónica con un alegato hacia los magos, personas como nosotros, al fin y al cabo (quisiera creerlo así). ¿Cuántas horas de entrenamiento, cuánto esfuerzo es preciso para aprender sus trucos o inventar uno nuevo? Mucho, sin duda, con innumerables días de práctica. La bola que se mueve, el pañuelo que nunca se ata, la cuerda rota que se une de nuevo mágicamente, las distracciones con una mano mientras la otra crea la magia… Su espectáculo de unos minutos es también una performance. Y una vez finaliza su actuación, regresa al camerino y piensa: —Una vez más, ya está hecho…
No olvidemos también eso: con magia o sin ella, hay una persona detrás, y un aplauso es un reconocimiento a ese esfuerzo. Un esfuerzo que ha costado mucho y que no siempre se ha producido por arte de magia. Bienvenido sea pues el «abracadabra».