No llores, vuela está narrada en dos tiempos, se miran mutuamente el uno con el otro. Fue un momento crucial el que partió en dos mitades irreconciliables la vida. Un tiempo tiende a avanzar hacia adelante, durante la infancia, para poder encontrarse de bruces con ese instante crítico. El otro tiempo aterriza en la edad adulta, justo en ese momento en el que la vida termina predisponiendo a los personajes para el reencuentro con sus fantasmas del pasado –una periodista llama a la puerta del hijo, interpretado por Cillian Murphy para entrevistar a su madre, a quien da vida Jennifer Connelly y que constituye el auténtico epicentro de esta trama-. Podrían ser esos tiempos, por qué no, dos películas vinculadas al mismo momento de tiempo, que regresan continuamente al personaje del hijo, la una para vivirlo, la otra para tratar de entenderlo todo.
La cinta nos habla de la necesidad intrínseca del ser humano de obtener perdón y redimir todo sentido de culpa. Ese proceso de redención es retratado como una especie de milagro simbólico.
El tránsito en el presente, dos jóvenes perdidos en un gélido lugar, se interrogan mutuamente a través de sus miradas. El pasado esta conducido por la madre, presenta la búsqueda de lo que el relato tiene de espiritual –intenta la directora no descuidar el hilo conductor-. Lo poético trata en lo posible por circular por la venas de la cinta.
La apuesta de la realizadora es arriesgada, no solo por la compleja estructura del dispositivo argumental del filme, sino por buscar en este aquellos motivos que mueven a los personajes y que trascienden lo meramente racional, es decir ir más allá de lo visible. Sin duda un salto al vacío que arroja su mirada hacia lo invisible con la intención de tratar de comprenderlo.
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Imágenes y tráiler: Wanda Visión